Gente corriente

Bernat Vázquez: «Mi capitán fue perito en el juicio de Puig Antich»

Una visión periférica del juicio al anarquista: la del soldado sanitario -hoy podólogo- que llevaba a un perito al tribunal.

«Mi capitán era perito en el juicio de Puig Antich»_MEDIA_1

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MAURICIO BERNAL

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-En la mili yo entré en octubre del 71, y lo de Puig Antich fue en el 74. Yo era soldado sanitario, uno de los enfermeros del cuartel, pero además le hacía de chófer al capitán médico.

-¿En qué cuartel?

-El cuartel del Regimiento de Caballería Numancia número 9. En la calle de Lepant.

-Así que llevaba y traía al capitán.

-Cada día iba a buscarlo en un 124, que era su coche, lo recogía y lo llevaba al cuartel. Pero el primer día del juicio se presentó en un 600, el coche de su mujer. Me llamó la atención eso y que se presentara de paisano.

-Iban al tribunal. Al juicio.

-Sí. En el juicio a Puig Antich él fue el perito forense. De camino recogimos a un coronel que también iba de paisano, y del que nunca supe el nombre. En ese coche yo era el único que iba de uniforme, para entendernos.

-Pero ante el tribunal tendrían que presentarse uniformados, ¿no?

-Llevaban el uniforme en la mano; lo vi cuando se bajaron. Se cambiaban dentro, y al salir volvían a estar de paisano. Era una época en la que la gente no quería significarse mucho…

-¿Los llevó todos los días al juicio?

-Todos. Era en la sede del Gobierno Militar, en Colón. Aquello estaba cerrado al tráfico, tomado por la Policía Militar, todos con ametralladoras, los grises, que tenían la fama que tenían. Llegamos y el capitán me dijo: «Quédate aquí», y se bajaron. Yo me quedé ahí, y eso me costó una bronca con la Urbana.

-¿Por?

-Porque fue un agente a decirme que ahí no se podía aparcar, que me fuera a otro sitio. Y yo: «Me dieron la orden». Yo era un militar, me habían dado una orden y a mí no me movía ni Dios de ahí. Al final su compañero lo hizo recapacitar y se marchó.

-El capitán y el coronel. ¿Hablaban en el coche? ¿Qué se decían?

-Hablaban, y lo que a mí me chocaba, oyéndolos, era la sensación de que el veredicto estaba dictado de antemano. Eso sí, ninguno de los dos tenía una actitud vengativa hacia el chaval. Más bien era compasiva.

-No eran de los que querían dar ejemplo.

-No. A mi capitán, por lo que oí, no le hacía ni puñetera gracia estar ahí. Él era médico pediatra, y su función era certificar cada día el estado físico y mental de Puig Antich. Formaba parte de los llamados militares democráticos, con todo lo democrático, eso sí, que podía ser un militar de entonces. Pero igual: maldita la gracia que le hacía estar involucrado en todo eso.

-¿Y el otro?

-El otro igual. Estaban incómodos. Esa es la palabra. Incómodos.

-¿Y usted?

-Pues ¿qué podía hacer? Mi actitud era de «yo estoy haciendo la mili, yo pasaba por aquí». Que era en realidad lo que ocurría.

-Sus compañeros le harían muchas preguntas, cuando volvía al cuartel.

-Yo procuraba hablar lo menos posible con mis compañeros porque en la mili había gente del SIM, el Servicio de Inteligencia Militar, y nunca se sabía. ¡Había uno que era descarado! Me acuerdo. Creo que era un grande de España y todo, pero lo gracioso es que se mandaba hacer el uniforme a medida. ¡Imagínese! ¡Haciendo la mili con el uniforme a medida! No, lo mejor era no hablar con nadie. Yo era una tumba.

-Se acaban de cumplir 40 años de la muerte de Puig Antich. ¿Le afecta?

-Le voy a contar algo: no he sido capaz de ver la película. La tengo en casa, pero no he sido capaz. No me atrevo, no sé explicar lo que me pasa. Jamás le vi, jamás le conocí, pero todos los días oía lo que se cocía ahí dentro. No lo viví en primera persona, pero todo lo que viví desde fuera me afectó.