El impacto urbano de la crisis

Más guetos que nunca

HELENA LÓPEZ / Barcelona

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Si las ciudades fueran tableros de ajedrez, podría decirse que los ricos se mueven por ellas como reinas, mientras los pobres lo hacen como peones. Según las conclusiones preliminares del estudio 'Barrios y crisis', del Institut de Govern i Polítiques Públiques de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), la segregación urbana -los más ricos viven con los ricos y los pobres, con los más pobres- se acentúa en épocas de crisis como la actual. Y, lejos de lo que podría parecer, esta segregación afecta más a las clases más altas, las que tienen más opciones dónde elegir (ergo, pudiéndose mover como reinas, prefieren alinearse junto al rey). «Donde hay pocos parados y pocos inmigrantes, hay muy pocos, y donde hay muchos, hay muchos», resume Oriol Nel·lo, uno de los coordinadores del informe.

Pese a ese punto de partida, el estudio presentado ayer -financiado por RecerCaixa- pone el punto de mira en los barrios donde se concentran los ciudadanos más pobres, lugares que, no por casualidad, tienen más déficits y menos recursos para dar respuesta a las necesidades de sus habitantes. En el grupo de los barrios pobres, no todos han afrontado la crisis de la misma forma. Los barrios -o pueblos- que durante los años de la burbuja registraron un proceso importante de sustitución de la población por nuevos inmigrantes -Salt, en Girona, o Ciutat Meridiana, en Barcelona- son los que se han llevado la peor parte. En cambio, los que, pese a partir de un estatus similar, mantuvieron su población y crearon o reforzaron su tejido asociativo están superando mejor la tormenta, como Bellvitge, en L'Hospitalet, o Pardinyes, en Lleida.

El ejemplo de sustitución de la población en la tantas veces estudiada Ciutat Meridiana es el más claro. Mientras en el 2001 la población extranjera no llegaba al 5%, en el 2007 alcanzaba el 40%. Durante la burbuja inmobiliaria, muchos vecinos (la mayoría, de la ola migratoria interior de los 60) aprovecharon para vender su pisito e irse a un barrio «mejor». Muchos compradores, inmigrantes con pocos recursos, hoy están sin trabajo, y en muchos casos, sin piso: desahuciados y con deuda.

Si la devastación causada por la depresión económica en estas zonas no ha sido total y absoluta es por la innovación social impulsada por la ciudadanía, un arma de doble filo, según apunta el doctor Ismael Blanco, otro de los coordinadores del estudio. Blanco añade que, pese a la relevancia de estas experiencias asociativas -ya sea en forma de grupos antidesahucios, de huertos comunitarios o de bancos del tiempo-, no puede pensarse que puedan ser, por ellas mismas, la solución a la desigualdad y la segregación crecientes. «Estas experiencias no se producen necesariamente donde hay más necesidades sociales, sino donde hay más capacidades para llevarlas a cabo», prosigue el investigador.

Tanto Nel·lo como Blanco insisten en que la principal conclusión del estudio -aún en fase de confección- es que hace falta volver a poner la segregación urbana en el centro de la agenda de las políticas públicas de Catalunya e incorporar «criterios de justicia distributiva territorial en las políticas sociales y urbanas». «Es importante evitar recortes en el sector público de carácter lineal, aislando de sus efectos los barrios más vulnerables», concluyen los investigadores, quienes este año se centrarán en la dimensión electoral de la segregación urbana.