¿LOS SIGUIENTES?
Y los delfines, ¿qué?
La pasada Navidad, el diputado del PPC Rafael Luna no sabía qué regalarle a su padre, de 91 años: «Y me dije: '¡Mira, lo llevaré al circo!'». No había presencia animal en los números y el anciano no quedó contento: «Rafa, esto de que no haya animales desluce mucho el espectáculo». Los Luna tenían una costumbre familiar que el Parlament ya no permitiría hoy en Catalunya: «De pequeño, mi padre solía llevarme a Zaragoza. Él iba a los toros, y yo lo esperaba. Después, íbamos juntos al circo». Y a ver animales, obviamente.
Luna argumenta, como otros detractores de la proposición de ley, que no sería justo vetar el uso de animales en el circo y no en otros espectáculos y ámbitos. Alude a los delfines del Zoo, sin duda el ejemplo estrella, pero también a otros casos: «¿Y los perros policía que tienen que consumir droga para detectarla? ¿Y los que buscan explosivos?». Tanto el PSC como ICV creen que hay que afinar en el objetivo de determinar qué debe prohibirse y qué no. ERC, en cambio, no lo ve así. El diputado Oriol Amorós no le ve sentido a distinguir entre animales salvajes y domésticos. Lo que subraya es que ahora hay consenso para acabar con la presencia de animales en los circos. Cuando haya nuevos consensos será la hora de atacar otras situaciones, dice.
Las dos visiones
«Me indigna que se nos acuse de maltratar a los animales cuando es justo todo lo contrario ¡Si vivimos de ellos! ¿Cómo no iba a amarlos?», revela el Fakir Kirman, que acaba de cumplir medio siglo de vida sobre un escenario desafiando el impacto de cristales, fuegos y las picaduras de sus serpientes amaestradas.
Carmen Méndez, presidenta de la Asociación en Defensa de los Derechos de los Animales (ADDA), no entra a cuestionar los sentimientos del veterano faquir, ni la ética de los profesionales que trabajan en el circo, pero no alberga ninguna duda de que «se les obliga a comportamientos antinaturales en una cautividad dura y con un mensaje de dominio».
Para Pep García, mánager circense, la postura parte de un «planteamiento radical» que marca una senda peligrosa: la de fiscalizar toda relación del ser humano con el animal sin aplicar niveles elementales de tolerancia. «¿Acaso no se puede estresar un perro sometido a los caprichos y los juegos de un grupo de niños? ¿Y qué hacemos con la hípica, sufren esos caballos? ¿Y la pesca deportiva o de ocio, es una actividad bajo sospecha?», reflexiona García.
Aïda Gascón, presidenta de Anima Naturalis, recuerda que hay «vídeos grabados con cámara oculta sobre adiestramientos crueles» y «suficientes estudios científicos que demuestran el sufrimiento animal» no solo en el circo, sino también entre los delfines y las orcas de un acuario, por ejemplo. Y se muestra partidaria de debatir otras exhibiciones, como las carreras de trineos, los concursos caninos y otras tradiciones más o menos folclóricas con los animales como principales protagonistas, pero también sin la menor alternativa para sustituirlos.
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