Gente corriente

Maria Teresa Ollé: "En el 92 entendimos que era el fin del rompeolas"

A punto de cumplir 90 años, la antigua dueña del desaparecido Porta Coeli, en el rompeolas, vuelve la vista atrás.

«En el 92 entendimos que era el fin del rompeolas»_MEDIA_1

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MAURICIO BERNAL

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-Aquello representó una época, sin duda, pero con las Olimpiadas se acabó el rompeolas. Hicieron el Maremàgnum, hicieron el Port Olímpic... y el rompeolas se acabó.

-¿Pero fueron felices, mientras duró?

-¡Uy, mucho! Nos pasamos allí unos años… ¡Madre mía!

El «nos» lo pronuncia Maria Teresa Ollé y los abarca a ella y a su marido, el discreto «señor Gomà», que interviene en la charla pero deja que las luces la alumbren a ella. Se casaron en el 51 y pocos años más tarde se hicieron cargo del Porta Coeli, el restaurante emblemático del rompeolas barcelonés que ella heredó de su padre. Adjetivos para esos años: pasados, felices, distintos. Dignos de una entrevista.

-¿Cómo era aquello antes?

-El sitio había sido construido a principios de siglo, pero durante la guerra fue abandonado. Y ya había sido restaurante. Es decir, estaba el faro, y debajo, el restaurante. Pero estaba tan abandonado que cuando mi padre me mostró las fotos yo dije: «¿Aquí piensas poner un negocio?» El camino no estaba bien acondicionado y había que dar un paseo largo para llegar, caminando. Por fortuna estaban las golondrinas, que paraban siempre allí. Sin las golondrinas estábamos muertos. Y de noche no había luz, por cierto.

-Ah. ¿Y entonces?

-Entre el 43 y el 61 se trabajó solo de día, solo comidas... Mejillones, sardinas, lo que le gustaba a la gente. Mientras tanto encontramos una solución para la oscuridad, las petromax, unas lámparas que funcionaban con parafina y que permitieron alargar un poco el horario. La luz llegó en el 61 como consecuencia de la prolongación del espigón.

-Pero en el 43 usted aún no se había casado. Trabajaba con su padre, ¿no?

-Sí. Mi padre era un emprendedor y tenía tres negocios, el Hotel Europa, el Rocamar, que era un restaurante que estaba junto al club de natación, y el Porta Coeli. A mi hermana le dejó el Rocamar, a mi hermano el hotel y a mí el Porta Coeli. Como era la más pequeña me tocó el que no tenía luz, ¡ja, ja! Pero de los tres fue el que más perduró.

-Y se hicieron cargo ustedes dos.

-Eso. Pero en el 67 nos llegó la noticia de que querían tirar el faro, y con el faro el restaurante. Nosotros queríamos seguir allí, nos ganábamos muy bien la vida y queríamos seguir. Al final demolieron el faro y levantamos el nuevo restaurante, que era más grande, de tres plantas… Pasaron dos años hasta que pudimos volver a abrir.

-Una pregunta: ¿los coches, cuándo empezaron a llegar?

-En el 59. Eso de poder ir en coche al rompeolas era una utopía. Los domingos, si hacía bueno, siempre iba gente. Era una invasión, pero claro... una invasión agradable.

-Y de noche iban los jóvenes. Pero no salían del coche.

-Todos los días veías los coches en línea en el espigón, uno detrás de otro. ¡Era gratis!

-Volvamos al restaurante. ¿Había un plato estrella?

-Los mejillones a la marinera. En un buen puente llegábamos a vender 1.000 kilos.

-Ahora explíqueme cuándo y por qué lo dejaron.

-Hombre, en el 92 nos dimos cuenta de que eso estaba acabado. Cortaron el paseo y ya no se podía ir al rompeolas en coche. Ahí vimos el fin. Yo tenía una concesión por 25 años que acababa en el 2000. Era renovable, pero no. En esos ocho años el negocio ya había bajado mucho, se notó el declive, se veía que era algo pasado de moda.

-¿Dolió?

-Sí, claro, porque era algo que habíamos creado nosotros, de hecho no entiendo cómo lo tiraron al suelo, con lo que nos costó construirlo. Pero todo tiene su final, y las fuerzas también tienen un límite.