el escaparate

Gurugú, el gueto de la valla

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G / JOSÉ LUIS ROCA

MAYKA NAVARRO

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Cuando ya no queda nada que perder, no hay nada que temer. Agazapados entre pinares del monte Gurugú, a las puertas de Melilla, decenas de subsaharianos esperan su momento para saltar la valla y alcanzar su idealizado paraíso, el de una nueva vida en Europa. Tratados como animales, apaleados, perseguidos, hostigados, humillados y vejados, estos africanos se han convertido en una mercancía humana que Marruecos utiliza a su antojo cada vez que desea presionar a España.

El campamento principal, improvisado sobre un gran pedregal, sirve de punto de encuentro. A mediodía se encienden las hogueras que calientan los restos de basura para comer y en las que se cocinan a fuego lento las ilusiones por una vida mejor. A todo le echan mucha azúcar. Da energía y dulcifica los días. En el monte Gurugú los días transcurren despacio en blanco y negro, apenas iluminados por la esperanza de que otros lo lograron. No tienen otra cosa que hacer que seguir intentándolo. Mientras llega ese momento, mantienen la fe en un Dios al que piden coraje para saltar.

En las piedras del Gurugú, los hombres escriben el nombre de las ciudades de sus sueños, mientras que otros arañan en los troncos de los árboles señales que enumeran las semanas de encierro en ese infierno. Solo la dignidad de esos hombres hace posible que se pueda sobrevivir en esas condiciones durante meses, algunos durante años. Olvidados en medio de un gran estercolero en la cima de un generoso monte que los cobija, los hombres del Gurugú solo viven para poder saltar. Tarde o temprano lo conseguirán. No temen morir en el intento.