UNA MADRE PENDIENTE DEL PERDÓN

La mujer que quiso apagar un fuego con gasolina

María del Carmen García fue condenada en el 2009 a nueve años y medio de cárcel por quemar vivo a Antonio Cosme, 'El Pincelito', el violador de su hija Verónica. El próximo viernes, el Gobierno decidirá si la libra de la cárcel. Su pueblo, Benejúzar, no la absuelve. No confían en la versión de la joven.

ESCENARIOS DE UN ARREBATO. María del Carmen García esperaba el autobús en la parada (arriba) cuando vio pasar a Antonio Cosme, El Pincelito, el violador de su hija, que estaba de permiso carcelario. Él le preguntó por Verónica, y ella corrió a una ga

ESCENARIOS DE UN ARREBATO. María del Carmen García esperaba el autobús en la parada (arriba) cuando vio pasar a Antonio Cosme, El Pincelito, el violador de su hija, que estaba de permiso carcelario. Él le preguntó por Verónica, y ella corrió a una ga

LAURA L. DAVID

Por qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

"Fue una chulería". María del Carmen García se encoge de hombros y alza los brazos. Con resignación, gira la cabeza a un lado y otro sin fijar la mirada y vuelve a poner las manos sobre su regazo. En el 2009, la Audiencia de Alicante la condenó por asesinato y lesiones a nueve años y medio de prisión. La mañana del 13 de junio del 2005 entró en el Bar Mary de Benejúzar y roció con gasolina a Antonio Cosme, alias El Pincelito, que cumplía condena por violar a su hija Verónica a punta de navaja en 1998, una niña de 13 años. Él tenía 62. Luego encendió una cerilla y le prendió fuego. Las quemaduras de tercer grado, agravadas por la toxicidad del gas del extintor que se usó para intentar apagar la antorcha en que se había convertido Cosme, alcanzaron el 60% de su cuerpo. Días después, El Pincelito moría en la unidad de quemados de un hospital de Valencia.

¿Qué hacía El Pincelito en aquel bar, a apenas 400 metros de la casa familiar de Verónica? Había salido de permiso carcelario y -siguiendo el relato de la sentencia judicial-, después de pasar a fichar por el cuartel de la Guardia Civil y despedirse de unos familiares, quiso saludar a los amigos del Mary. De camino, pasó por la parada del autobús en la que esperaba María del Carmen García. «¿Cómo está su hija?», le preguntó, y siguió de largo. Ella le increpó: «¡Maldito, maldito!».

"Explosión mental"

En tratamiento psiquiátrico por un trastorno adaptativo mixto con síntomas ansiosos-depresivos, la visión de El Pincelito provocó en ella una «explosión mental», según los hechos probados de la sentencia. García buscó entonces una botella de plástico, pidió un euro de gasolina en la estación de servicio que había cerca y se dirigió al local donde había visto entrar al violador. El fuego que provocó la enfrentó al pueblo para siempre.

Dice García que solo quería asustarlo, que desde la violación no sale de casa: «Llevo 15 años en una cárcel. Yo no tengo ninguna vida social». Las mañanas las pasa en Los Montesinos, un pueblo vecino donde viven sus hermanas. Su marido, pensionista al que le practicaron una traqueotomía hace unos años, es quien se encarga de las compras y de todo lo que tenga que ver con el exterior.

«La familia de El Pincelito me dijo que cuando saliera, me cortaría el cuello con una corvilla», asegura Verónica, flaca como su madre. «Su familia se dedicó a decir por el pueblo que todo era mentira, que me lo había inventado. El maltrato psicológico ha sido muy grande». Verónica habla con determinación y a cada rato hace callar a su madre. El día anterior, muchas llamadas después de intentar concertar una cita con ella, admitió por teléfono: «Sola no queremos que hable, está muy nerviosa». Finalmente, la entrevista con ellas se produce en el despacho de su abogado, en Alicante, lejos de las habladurías del pueblo, con el letrado presente. Antes de este diario, ha atendido a muchas televisiones. Joaquín Galant, el abogado, las enumera con orgullo. «Hemos hablado hasta con una cadena americana». Galant quiere controlarlo todo; sabe que un mal movimiento puede hacer que los medios condenen a su clienta. Este viernes es clave para que el Consejo de Ministros apruebe o no el segundo indulto que la Plataforma Feminista de Alicante, estimando la denegación del primero como arbitraria y apelando a la justicia humanitaria, ha solicitado para ella.

María del Carmen abre mucho los ojos y adelanta la cabeza para hablar desde más cerca. «No voy a pedir apoyo, han sido muchos años martirizándome. Me decían que iban a hacer lo mismo conmigo, pero yo, si huelo a gasolina, vuelo», dice, contundente. Luego se encoge en el sofá, mira para otro lado y en un susurro añade: «En el mercado, en la piscina¿ A mí me encantaba ir a la romería del Pilar, pero ya no puedo ir si no es acompañada».

En el bar de los hechos

«No la violó, cumplía pena por intento de violación», afirma Antonio Fernández, el dueño del Bar Mary, a pesar de que hay una sentencia firme por violación contra El Pincelito. «La niña mintió, igual le pegó una patada en el culo o algo de eso¿ porque El Pincelito no era mujeriego ni nada; había sido alcohólico, pero entonces no bebía nada. Se dedicaba a criar palomos y la Verónica iba siempre a molestarle». Fernández, como su mujer, María del Carmen Escudero, como muchos otros vecinos de Benejúzar, disculpan al violador y minimizan su delito. Ponen en duda el dictamen del juez. Asumen con normalidad que si a la niña le pasó algo, fue porque ella provocó a su agresor.

La prudencia hacia El Pincelito choca contra la beligerancia con la que tratan a García. Para ella no hay piedad. «Esa mujer es una loca, cometió un acto terrorista en un lugar público. Siempre ha sido muy mala», sentencia Escudero. ¿En qué basa su última afirmación? «Se lleva mal con todas las vecinas», vacila sin conseguir ofrecer más detalles de la maldad que en el pueblo atribuyen a la mujer.

«Aquí todavía no ha venido a pedir perdón», dice Fernández, molesto por los 12.000 euros que el seguro no pagó por los desperfectos causados en su bar. A Paco, el marido de María del Carmen, que era cliente habitual, nunca más le ha dejado entrar.

Alejandro, el empleado de la gasolinera aledaña, no quiere atender a la prensa. Aquel día trabajaba su jefe, Francisco Abellán, que tampoco quiere hablar: «Esto es contraproducente para mi negocio, tengo muchos clientes de ideas políticas diferentes y no es bueno que me posicione», explica aMás Periódico.