LA SUPERACIÓN DE UN DEPORTISTA CON LIMITACIONES

Un coloso con una raqueta de pimpón

Padecer una rara enfermedad del crecimiento no le ha impedido jugar con rivales no discapacitados y llegar a Primera Provincial. Su anhelo de participar en agosto en los Juegos Mundiales para Personas de Talla Baja lo va a hacer realidad gracias al micromecenazgo. Joan Pahisa. Sant Cugat del Vallès. Un metro de estatura.

Joan Pahisa, en un parque de Sant Cugat del Vallès, la semana pasada.

Joan Pahisa, en un parque de Sant Cugat del Vallès, la semana pasada.

MAURICIO BERNAL

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Las desventajas que debido a su corta estatura, la escasa longitud de sus extremidades y otros problemas derivados de su enfermedad encuentra Joan Pahisa cada vez que se dispone a jugar a pimpón, tenga o no tenga enfrente a otro jugador discapacitado, las intenta subsanar con estrategia. ¡Ah! Mandar las pelotas largas, por ejemplo, y con mucho efecto, para que el contrario no las pueda cortar, o aprovechar -para sorprender- que por su estatura saca siempre escondido, la mayor parte del cuerpo oculto tras la mesa; o impedir por sistema que el juego se prolongue, que dure solo tres, cuatro golpes si acaso, y estar pendiente todo el tiempo de rematar. Comprobar luego, en el postrero apretón de manos, que no es un arsenal despreciable, y hallar al final respeto en la mirada del rival.

Todas las desventajas son las ramas de un único árbol cuyo tronco es la dolencia que sufre Joan de nacimiento, la displasia espondiloepifisaria congénita, de cuadro clínico complicado como la mayor parte de enfermedades del crecimiento. Por ejemplo: sus cartílagos padecen por el esfuerzo, y Joan se cansa pronto, así que no solo intenta que los partidos sean cortos sino que también lo sean los campeonatos. «En las competiciones largas o me dosifico mucho o tengo que tomar antiinflamatorios, pero cuando estás fatal los antiinflamatorios no sirven para nada. A veces tengo que perder tiempo, al ir a recoger la bola, por ejemplo. Cansado ataco menos y busco otras cosas».

Lo cual es relevante porque el anhelo que tiene Joan desde hace meses es inscribirse en los Juegos Mundiales para Personas de Talla Baja, «lo que vendrían a ser los Olímpicos para personas pequeñas», que tendrán lugar el próximo agosto en Michigan (EEUU). Por supuesto, no es necesario padecer la displasia espondiloepifisaria para entender que para un deportista como Joan, y para sus ocho años de práctica seria del pimpón, y para su trayectoria, y para sus partidos en Primera Provincial con jugadores sin discapacidad, y para sus participaciones en torneos de España y de Catalunya para discapacitados, y para sus dos años de entrenamiento intensivo en el CAR de Sant Cugat, y para su dedicación y para su devoción por este juego, en resumen: es importante estar allí.

La boca abierta

«Primero intenté buscar patrocinadores, pero ciertamente la cosa está fatal. Entonces pensé: 'Voy a intentar esto del micromecenazgo, total, yo conozco a mucha gente, a mí me conoce gente¿' Hice un vídeo, lo colgué en Youtube¿ Porque la primera vez que la gente me ve jugar se queda con la boca abierta, por cierto¿ Hice el vídeo y monté la web, joanalsjocsmundials.com, y efectivamente la gente empezó a donar. Fue sorprendente la velocidad a la que llegó el dinero».

Si se pudiera hacer un inventario de donantes se podría discriminar fácilmente a los que han aportado dinero porque le conocen, o porque han oído hablar de él, y a los que por ejemplo tienen dinero y debilidad por las causas deportivas, pero también a los que llegaron a la web sabiendo poco, vieron el vídeo y se quedaron sin adjetivos, o con la boca abierta, porque Joan ante una mesa de pimpón es la respuesta a los que dudan, a los que piensan que un hombre de un metro no puede jugar, y que si juega no será exactamente al pimpón. «Ahora en el circuito me conocen, pero al principio pensaban que era el acompañante, o tenían esa actitud de: 'Este qué va a hacer'. Algunas veces alguno se cabreaba mucho por perder conmigo».

En un mundo dominado por las apariencias, la de Joan ha sido no pocas veces una invitación a la tranquilidad, un sobre cerrado donde el adversario estaba tentado de hallar una promesa de distensión («¿tú?»). Pero entonces llegaba él, con su servicio que no ve nadie, con sus bolas largas y envenenadas, con su prisa por acabar cuanto antes. Y zambomba: había que estar preparado. «Mi juego es muy raro, lo sé. Si el otro jugador no me conoce, cuando intenta reaccionar el partido ya se ha terminado».

Mirarse al espejo

Joan sabe más o menos qué se va a encontrar en Michigan, toda vez que no serán sus primeros juegos, y por eso desplegar su pimpón extraño y estratégico es uno, pero no el único propósito del viaje. Aquello, parece decir, agosto, Estados Unidos, la cita, es más que una simple reunión de deportistas. «Estuve en los juegos de Francia hace unos años. Éramos más de 200 atletas y la experiencia fue fantástica: todo el mundo había vivido allí tus mismas experiencias, tus vivencias. Te sentías muy cómodo. Además, yo nunca hasta entonces había podido jugar con nadie que tuviera una discapacidad parecida».

Parecida, pero no igual. Es tan rara la displasia espondiloepifisaria congénita que Joan solo sabe de un caso aparte del suyo en Catalunya; en aquellos juegos de Francia, donde probablemente estaban representadas decenas de enfermedades del crecimiento, nadie padecía la suya. «La mayor parte sufrían de acondoplasia, que es la enfermedad más frecuente, la que sufren los que la gente llama enanos, pero no había nadie que padeciera lo mismo que yo». La organización de Michigan espera cerca de medio centenar de participantes, lo cual aumenta las probabilidades de que Joan se tope con un igual; ese es uno de los objetivos.

«Pero básicamente se trata de pasar un buen rato», dice. Joan probablemente se haga con unas medallas, como ya ocurrió en Francia, pero no todas de pimpón: tal vez alguna en natación, alguna en bádminton, otra en baloncesto. «Ya que voy, participo en lo que puedo». La meta de 3.000 euros que se ha fijado en su, por lo visto hasta ahora, bien recompensada incursión en el crowdfounding (hace unos días estaba a menos de 300 de cumplirla), la necesita entera para poder viajar con su entrenador, también fisio, algo más que su mano derecha. La displasia espondiloepifisaria congénita no aconseja ir a unos juegos así -multitudinarios, exigentes- solo.