Análisis

La aportación femenina en un mundo desigual

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TERESA CRESPO

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Para empezar, algunos datos del último anuario del tercer sector social que muestran la presencia mayoritaria de mujeres en el sector, tanto remuneradas como voluntarias. Entre las 250.000 personas voluntarias que colaboran con organizaciones no lucrativas, el 66% son mujeres; entre el personal contratado, el porcentaje ronda el 70%, frente a un 30% de hombres.

Si analizamos los ámbitos en los que se da una mayor representación femenina, destaca el de la atención a las personas, ya sean mayores, niños, familias o discapacitados. En cambio, en los órganos de gobierno y dirección de las entidades solo un 35% son mujeres. La proporcionalidad es inversa a su representación numérica total, lo que demuestra que, a pesar de la fuerte entrada de la mujer en el mercado laboral -y especialmente en el sector social-, no ha logrado la presencia que le correspondería en cargos de responsabilidad. Los desajustes en el reconocimiento de sus competencias y conocimientos tienen, también aquí, su réplica.

A partir de esta constatación, algunas reflexiones. En primer lugar, es evidente que el rol de la mujer está muy marcado cultural y socialmente por su carácter maternal y por las capacidades que dicha condición define. El cuidado y la protección de las personas débiles de su entorno son su expresión principal. Pero junto a esa función social -que la mujer asume en mayor o menor grado, y que convive con otras posibles opciones-, en las sociedades mediterráneas predomina un modelo social familiar que considera a la mujer el último recurso para brindar seguridad a sus miembros, protegerlos y ayudarlos. Ambos factores se encuentran fuertemente articulados y explican, en parte, la masiva presencia de las mujeres en el sector social.

En segundo lugar, últimamente ha sido determinante un factor ligado a la crisis que se suma a la confluencia de elementos estructurales. Se trata de las relaciones sociales, vecinales y comunitarias, que constituyen una nueva red de protección que, a menudo, evita la rápida caída de muchas personas en la pobreza y la exclusión. En estos momentos de dificultad y penuria, constatamos que los que menos tienen son los que más dispuestos están a dar o compartir lo poco que poseen. Y en el caso de las mujeres, los valores de solidaridad, responsabilidad social y bien común se manifiestan y practican con fuerza, pasando incluso por delante del interés personal.

En tercer lugar, quiero hacer hincapié en la capacidad femenina de reaccionar y buscar soluciones a los problemas, por graves que sean. Estudios historiográficos nos dicen que en las guerras del pasado el rol callado de las mujeres fue definitivo en algunas victorias: por su trabajo y producción en la retaguardia, por sus funciones informativas, por su capacidad de atender a los heridos y por el mantenimiento de los hogares. Hoy estamos ante una guerra diferente, pero se trata también de una situación de lucha extrema por la subsistencia, y cuando el hombre deja de traer sustento a casa, muchas veces son las mujeres las que encuentran algún trabajo esporádico o informal que permite aportar unos mínimos ingresos para cubrir las necesidades de la familia.

No pretendo hacer apología de la mujer, pero sí destacar que la sociedad está formada por hombres y mujeres, y que a pesar de no estar suficientemente representadas en las primeras líneas de la economía o la sociedad, somos siempre un factor determinante para el bienestar de las personas, especialmente en tiempos de crisis y dificultades.