Los testimonios

La Albera confinada

Los vecinos de Sant Climent se congregaron en la calle pese a la recomendación oficial de no abandonar sus casas a causa del fuego

CRISTINA BUESA / Sant Climent Sescebes

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La nube naranja era bien visible desde cualquier punto del Empordà. A primera hora de la tarde la lluvia de cenizas alcanzaba hasta 60 kilómetros más al sur, lo que vaticinaba que la tramuntana iba a dar problemas serios. Y así fue. El fuego vivo estaba entre La Jonquera y Capmany en ese momento pero la fuerza del viento hizo recomendable enseguida que se tomaran medidas en los pequeños municipios que están a los pies de la sierra de la Albera.

Tierra de olivos y vides, las carreteras locales que conectan Garriguella, Rabós, Mollet de Peralada, Espolla, Masarac y Sant Climent Sescebes quedaron rápidamente cortadas por los Mossos d'Esquadra. La orden: confinamiento. O sea, los vecinos de esta zona debían quedarse en el interior de sus casas con puertas y ventanas cerradas.

«Por aquí no ha pasado nadie a avisar de que debíamos encerrarnos»,recriminaba una residente de Sant Climent, Núria, mientras se rascaba violentamente el ojo donde le había entrado algo. La mayoría de transeúntes que sobre las seis de la tarde miraban con angustia el cielo eran vecinos del cercano Capmany, donde las llamas habían afectado el término municipal. Como la familia Alemany.

Padre, madre, hijo y una abuela, repartidos en dos coches, se movían nerviosos junto a la carretera GI-603, pendientes del móvil y de los comentarios de los conocidos y recién llegados.«Aquí estamos acostumbrados al viento pero este fuego de hoy es desproporcionado y violentísimo», comentaba el padre, Josep.«Desde 1986, desde 1986», repetía la octogenaria, como si con la reiteración reviviera lo ocurrido entonces, y a continuación encajaba con paciencia que les esperaban unas cuantas horas de desconcierto.

El parte de los llegados

«La Paulina, la casa de la Paulina parece que sí le ha tocado en el jardín»,anunciaba uno. «Y hay un bombero muerto»,soltaba otra. La gente de la Albera es consciente de su aislamiento, lo que les explica cierta pátina de desconfianza hacia las órdenes que llegan del exterior. Está al lado de Figueres; al lado de La Jonquera, de Francia; al lado de la costa, de Llançà… pero también alejados de todo. Por eso la orden de confinamiento se tomó con cierto escepticismo y muchos comentaban la situación en plena calle.

Solo la machacona tramontana y las briznas de vegetación que impedían ver con normalidad convencieron a muchos de meterse en casa, por lo que con el paso de las horas Sant Climent se fue vaciando.«¿Ya podemos volver? ¿Los Mossos dejan pasar?», preguntaba Jordi Alemany a Víctor Ledesma, con pocas ganas de conversación. Este último trató de regresar a Capmany pero volvió a los 10 minutos.

Con los perros de todas las casas contagiándose los ladridos unos a otros, en la plaza de Carles Cusí se sucedían las tertulias con los habituales comentarios críticos con los servicios de emergencias. Un todoterreno amarillo de una Agrupación de Defensa Forestal, como si se hubiera dado por aludido, pasó en ese momento por la carretera a toda velocidad seguido de un camión pequeño de los Bombers. Acaban de anunciar que hay otro foco en Portbou. La Albera, atacada por delante y por detrás.

Bulliciosa cafetería

«Nosotros tenemos al hijo de Torres subido a la montaña y ya nos ha dicho que según cómo vea soplar el viento y qué haga las llamas nos avisará», comentaba jocosa Anna Maria. De nuevo la desconfianza de Sant Climent, abonada además por los años de convivencia con la base militar, que durante décadas sirvió de cuartel a jóvenes que hacían el servicio militar pero donde ahora solo quedan unos centenares de profesionales que prácticamente no se relacionan con los habitantes del pueblo.

En la misma plaza, la cafetería La Societat sí fue centro de operaciones, con el canal 3/24 puesto a todo volumen para informarse al minuto de lo que ocurría detrás de las montañas. Muchos extranjeros, sobre todo franceses y alemanes procedentes del cámping de Capmany, quemaban la angustia en los bocadillos de un palmo que les sirvieron. Y un hombre mayor les avisaba: «Comentan que las llamas han acabado con todo, que las bombonas de cámping gas saltaban por los aires. Tendrán que dormir en el pueblo».