Fin del calvario de un inocente

Óscar, libre

Óscar Sánchez, en el momento de salir por la puerta de la prisión napolitana en la que estaba encarcelado.

Óscar Sánchez, en el momento de salir por la puerta de la prisión napolitana en la que estaba encarcelado.

ANTONIO
BAQUERO

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Un hombre menudo apretó los puños e hizo con los brazos un gesto contenido de victoria. Luego cerró los ojos y apoyó la frente en las rejas de la jaula donde estaba encerrado. Aunque no habla muy bien italiano, supo perfectamente lo que significaba la palabra que acababa de oír. La jueza había dichoscarcerazione. Y eso quería decir que volvía a ser un hombre libre. Al fin, después de 626 días preso.

«Declaramos a Óscar Sánchez Fernández absuelto por no haber cometido el hecho», sentenció ayer la jueza Grasso, presidenta del Tribunal de Apelación de Nápoles, una mujer menuda con pinta de bibliotecaria severa que lanzó una mirada asesina a los familiares del vecino de Montgat queosaronaplaudir la absolución. «Mientras yo estoy en la sala, aquí no se aplaude», les abroncó.

Su mal genio ya no importaba. Con esa sentencia, emitida a las 14.30, la justicia italiana aflojó por fin las mandíbulas que han tenido a este lavacoches de Montgat, de 45 años, atrapado en un proceso kafkiano en que se le detuvo, entregó a Italia, juzgó y condenó a 14 años de prisión por un delito de narcotráfico que no había cometido. Durante estos 20 meses de encarcelamiento, Óscar no solo ha sido gravemente maltratado en prisión, sino que ha tenido que superar el desaliento al ver cómo los jueces se negaban una y otra vez a hacer caso a las clamorosas pruebas que acreditaban su inocencia, pues había sido víctima de una suplantación de identidad por parte de un individuo que usó su DNI para traficar presuntamente con cocaína.

Las primeras pruebas las consiguió EL PERIÓDICO DE CATALUNYA, en una investigación que puso en marcha la maquinaria policial y judicial que ha conducido a la absolución de un hombre que, en los peores momentos de esta pesadilla, llegó a pensar en el suicidio.

La sesión de ayer era la decisiva. Óscar, vestido con un jersey azul oscuro, unos tejanos y unas bambas blancas, asistió al proceso desde el interior de la jaula en la que en los juzgados de Nápoles se encierra a los procesados. Esta puesta en escena sugiere que, en una ciudad donde la Camorra hace estragos, la presunción de inocencia no es una prioridad.

NERVIOSO / Tras esas rejas, que desde el suelo alcanzan el techo, el lavacoches parecía un pajarillo asustado. «Estoy muy nervioso pero creo que esta vez al fin va a salir bien», confió desde la jaula a los enviados especiales de EL PERIÓDICO antes de confesar que la noche anterior había intentado matar la inquietud «viendo el fútbol», el partido entre el Juventus y el Milan. «Ni sé cuántos cigarrillos me fumé. Por suerte, en la celda, donde estamos siete presos, los otros compañeros me tranquilizaron», contó.

Al rato, empezó la vista. La jueza Grasso escuchó a los dos peritos, uno fonético y otro lingüístico, a los que ella misma había designado para que aclararan si era Óscar la persona que hablaba por un teléfono que había sido registrado a su nombre y con el que una persona se había dedicado el año 2004 a traficar con grandes cantidades de cocaína.

Ambos expertos expresaron su convicción plena de que la voz grabada en ese teléfono y la del vecino de Montgat «no coincidían en absoluto», lo que dejaba claro que Óscar no era el narcotraficante que la justicia italiana creía haber condenado. Especialmente vehemente fue Luciano Rómito, el perito lingüístico, que explicó a la jueza que la voz de Óscar es la de un hablante con un acento español peninsular, mientras que el narco grabado en el teléfono «tiene un acento sudamericano, en concreto, rioplantense». El perito insistió en que ha constado que, mientras que Óscar no habla italiano, la persona que suplantó su identidad «domina ese idioma en una escala de cuatro sobre cinco». Tras el dictamen, el fiscal y los abogados pidieron la absolución y el tribunal, compuesto por tres mujeres, fue a deliberar.

ALEGRÍA / Veinte minutos después, regresó la jueza. Sin sentarse, leyó la sentencia absolutoria y ordenó la «excarcelación inmediata». Al fondo de la sala, los familiares, el cónsul español y varios funcionarios de su oficina estallaron de alegría. «¡Lo hemos conseguido! Mañana [por hoy] volvemos a España», clamaba José Antonio, hermano de Óscar y hombre de pocas palabras, mientras la conversación telefónica que mantenía su esposa se ahogaba en lágrimas.

El secretario judicial se acercó a la familia y anunció que iba a enviar por fax la orden de excarcelación a la prisión de Poggioreale. Seis horas y cuarto más tarde, a las 20.45, una pequeña puerta enmarcada en el enorme portón de madera de la cárcel se abrió y el hombre que por la mañana apretaba los puños dentro de la jaula dejó atrás un incomprensible calvario de 20 meses y dio sus primeros pasos como hombre libre.