Análisis

Una imagen desgarradora de Somalia

RAFAEL VILASANJUAN

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El dolor que produce el retrato de un niño en estado grave de malnutrición es inversamente proporcional a la capacidad que tenemos de recuperarlo. La diferencia entre la vida y la muerte es que tengan acceso a un centro de nutrición como los que se establecen en los campos de refugiados en cuanto se declara un conflicto, lugares donde los niños que padecen las consecuencias más severas son alimentados en pequeñas cantidades varias veces al día, bajo seguimiento estricto, hasta que al cabo de poco tiempo puedan empezar a alimentarse normalmente. De ahí la importancia de mantener estos campos como lugares seguros donde atender a las víctimas que logran salvarse de la violencia. Una imagen vale más que mil palabras.

En Somalia, sin embargo, no todo depende de la capacidad de aportar más alimentos. La ayuda es necesaria, pero al tiempo que las imágenes de niños severamente desnutridos acompañan el llamamiento a una movilización financiera excepcional, lo que nos ha traído hasta aquí no es consecuencia de la naturaleza sino de la extrema precariedad en la que vive la población más castigada del mundo, en un país abandonado.

La falta de interés no solo de Occidente, también de muchos países musulmanes, es consecuencia de la imagen recurrente de un Estado fallido donde operan libremente piratas, secuestradores y terroristas. Se trata de un retrato incompleto e injusto que solo sirve para seguir destruyendo progresivamente a toda la población.

El niño recuperado es un triunfo, pero no nos llevemos una imagen errónea. El futuro de muchos otros niños depende de una actuación política decidida que estabilice el país y supere el olvido histórico. El fracaso internacional para entender las relaciones de poder y sobre todo el sufrimiento de millones de somalís, hasta ahora, solo ha contribuido a agrandar más su miseria.