Tribuna

Su seguridad es nuestro futuro

KRISTALINA GEORGIEVA

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Los trabajadores humanitarios llevan la luz a las vidas de las personas atrapadas en las peores situaciones, pero últimamente algunos de estos trabajadores han estado viviendo días oscuros. Durante las últimas semanas, un número excepcionalmente alto de ellos han sido secuestrados en distintos lugares donde tienen lugar crisis humanas. Dos mujeres españolas fueron secuestradas desde el campamento más grande del mundo de refugiados de Dadaab, en Kenia. Su valiente conductor fue herido de bala durante el secuestro. Un hombre y una mujer española y una italiana fueron secuestrados cerca de Tinduf, en Argelia. Una mujer norteamericana y un hombre danés fueron secuestrados en Somalia. Y estos son solo los últimos de una larga lista de incidentes en los que los trabajadores humanitarios han sido secuestrados, heridos y muertos.

Los ataques contra trabajadores de ayuda humanitaria han aumentado considerablemente durante la última década, así que lo que ocurrió este último mes no es una excepción. Esto está teniendo un impacto directo y negativo en el trabajo vital que organizaciones humanitarias están haciendo. La preocupante tendencia es especialmente evidente en los lugares donde se necesita su presencia. Estoy pensando específicamente en el Cuerno de África, donde la peor sequía en 60 años, en combinación con un conflicto aparentemente interminable dentro de un Estado fallido, ha generado la peor crisis humana. Es un hecho desafortunado de la labor humanitaria que, allí donde crece la inestabilidad, los peligros que enfrentan los trabajadores humanitarios se encuentran en su mayor expresión.

Después de los secuestros más recientes es de esperar que algunas personas se aventuren a preguntar si los trabajadores humanitarios deben estar en lugares tan peligrosos. Sí, el trabajo del personal de socorro es a menudo peligroso, y tanto física como emocionalmente agotador, pero siempre es vital para salvar vidas.

Aunque su trabajo no es suficientemente publicitado o conocido, esta falta de reconocimiento no es óbice para la enorme importancia del servicio a la humanidad que supone. Sin ellos, cientos de millones de personas se verían privados de esperanza y ayuda. En mis viajes frecuentes, conocí a muchas personas valientes y generosas -en Sudán y Somalia, en Yemen y Pakistán- después de un desastre o en el medio de un conflicto que ofrece una esperanza de vida que simplemente no iba a existir sin la intervención y la ayuda. Sé que seguirán estando donde sea necesario a pesar de los peligros, pero debemos asegurarnos de que reciban toda la protección y el apoyo posibles que podamos prestarles.

No hay una varita mágica para lograr milagrosamente que todos los trabajadores humanitarios estén seguros en todas partes. Pero podemos y debemos abogar por una mayor protección y seguridad para ellos sin importar dónde trabajan. Es un imperativo moral para todo el mundo respetar el valor de la vida y la seguridad de las personas que trabajan en las condiciones más duras para preservar la vida de los demás.