Análisis

Indignados: definirse o morir

Manifestantes en la marcha del pasado domingo en Barcelona.

Manifestantes en la marcha del pasado domingo en Barcelona.

JORDI SERRA DEL PINO

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Los indignados, éxito de las últimas manifestaciones aparte, se hallan sumidos en una contradicción derivada del hecho de querer articularse como una iniciativa radicalmente nueva pero operando según mecanismos y conceptos del pasado; y esto les provoca todo tipo de disfunciones identitarias y procedimentales. Los indignados, como movimiento, responden a los rasgos de un fenómeno caótico: ausencia de liderazgo, inmediatez, aprovechamiento de las redes, acción por oposición y rechazo del statu quo. Puede asegurarse que son un movimiento del siglo XXI, pero sin embargo funcionan con procedimientos del siglo XIX inventados, precisamente, para desarrollar aquello que ahora denuestan: la democracia representativa. Efectivamente, los indignados utilizan categorías políticas -representación, asamblea, deliberación- que son propias de aquello que dicen combatir. Aunque a primera vista pueda no parecer una cuestión importante, sí lo es; la democracia representativa se sustenta en la búsqueda de mayorías suficientes para tomar decisiones, mientras que los indignados necesitan construir consensos mucho más amplios, más integrales. De hecho, para este movimiento la mera elección de representantes es problemática ya que va en contra de, por así decirlo, su propio ADN.

Consciente o inconscientemente, los indignados buscan no agravar esta contradicción mediante la indefinición y promoviendo la incorporación de más y más cuestiones particulares. El problema de la indefinición es que, si bien les permite orillar su incoherencia, también los hace vulnerables a grupúsculos con comportamiento viral. Estos grupos, talmente como los virus, se introducen en el movimiento y lo secuestran desde dentro, desvirtuando su mensaje original y abocándolo a situaciones extremas. Verbigracia lo que pasó en Barcelona el día 15 de junio.

Los indignados, si quieren tener un futuro, deben encontrar la manera de superar su contradicción original y forjar una identidad y un funcionamiento más acordes con su ideario. Así, en primer lugar deben delimitar nítidamente su objeto, alcance y modus operandi si se quiere, tienen que reforzar sus fronteras para poder inmunizarse de los ataques de grupos virales. En segundo lugar, deben buscar nuevos mecanismos de funcionamiento; y, para conseguirlo, pueden recurrir a aquello que los ha hecho posibles: la tecnología. Los indignados podrían hacer un uso más audaz de la tecnología buscando soluciones actuales a las necesidades que, en su día, provocaron la invención de la representación como mecanismo de participación política. Hoy en día hay soluciones técnicas para articular formas diversas, polimórficas, inclusos asimétricas, de participación; modos más intuitivos de generación de consensos y alternativas a la participación. De hecho, ya en Atenas se combinaba la elección de cargos con la designación mediante sorteos aleatorios.

Solamente a partir una identidad más sólida y coherente el movimiento del 15-M puede articularse como una verdadera alternativa al sistema que dice rechazar. De otro modo, los indignados acabarán enquistados, tensionados por la acción de los grupos virales y, en última instancia, instalados en la marginalidad.