Tribuna

Respetuosamente, en total desacuerdo

Joan Francesc Pont Clemente

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Vivimos, felizmente, en un país en el que no le preguntamos al compañero de trabajo ni al amigo con el que jugamos a cartas o vemos un partido de fútbol ni a quienes nos encontramos en la sala de espera de un hospital o de una oficina del Inem cuál es su religión. Porque hemos aprendido conThomas Jeffersonque, si acaso, la religión se descubre en las obras de una persona buena; y porque hemos leído aRaimon Panikkar e intuimos, como ya lo hizoFrancisco Giner de los Ríos, que no hay más que una religión de la humanidad, simbolizada, quizás, por el templo universal que concibióAntoni Gaudí.

Por eso no deja de asombrarme que ese marco de convivencia basado en el respeto y en el amor halle a su enemigo principal en mi país en la jerarquía de la Iglesia Católica Romana. Me escandaliza la falta de fe en sí misma de una jerarquía que no cree ni en sus propios fieles, a los que no concede el derecho de elegir a sus pastores, quienes, además, no pueden ser mujeres. Me repugna el autoritarismo de quien ha de imponer a través de un tratado internacional que la educación que se imparta en los centros docentes públicos sea respetuosa con los valores de la ética cristiana. Me parece, en fin, entre risible y patético que solo haya un líder espiritual en el mundo que considere imprescindible gozar de inmunidad judicial como jefe de un Estado fantasma con embajadores, denominado Santa Sede.

Desde la defensa de una espiritualidad liberal, combato a la religión que aspira a sustituir a las demás religiones, al dogma que mata el pensamiento libre, a la razón de Estado como forma de gobierno de una iglesia nostálgica de su poder temporal, a la huida y al fraude del derecho penal y del derecho común, al fundamentalismo que convierte en esclavos a los adolescentes en determinadas instituciones eclesiales tristemente célebres, y a la interferencia de los censores en el desarrollo de la autonomía individual y colectiva.

El Papa de Roma encarna lo peor de la religión: la supremacía del primado sobre sus pares, el poder del clero sobre los fieles, la negación de la búsqueda de la felicidad, muerta en los brazos del confesor, la autoridad como imposición y no como prestigio y la alianza entre el trono y el altar, ardorosamente defendida en el privilegio concordatorio. El Papa de Roma es el símbolo del descrédito del catolicismo como religión de Estado, la coartada de crímenes contra la libertad de conciencia y la encarnación de la muerte del dios que tantas personas de buena fe buscan en el interior de sí mismas a manos de los sumos sacerdotes. Y el Papa de Roma es usted, doctorRat-

zinger, heredero de una tiara desacreditada e innoble, a la que su inteligencia hubiera podido otorgar la humildad del pescador o incorporar la dignidad de la duda como motor de la búsqueda de la verdad. Pero no ha hecho ni una cosa ni la otra, lo que le hace doblemente responsable. Le respeto, por tanto, pero ni le espero ni le doy la bienvenida, sino que le expreso una firme discrepancia intelectual y una fría distancia afectiva.