Los protagonistas

Lejos del Parlament

Paco Palmer Margalef, ayer, junto a su ganado.

Paco Palmer Margalef, ayer, junto a su ganado.

EDWIN WINKELS / Amposta

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En el verde pastizal cerca de Amposta (Montsià), entre los arrozales y los canales de riego en pleno delta del Ebro, la docena de vacas y toros miran a los intrusos con curiosidad. No hacen ni un amago de ir con sus cuernos a por los humanos; en manada son más pacíficos, aunque siempre hay que estar al tanto, no darles la espalda. «Avísame si se mueven», dice Paco Palmer Margalef mientras se hace la foto. En solitario, enfrentado al público en las plazas o calles de pueblos, su ganado se transforma, arremete contra todo y todos. La Mexicana y Pantera, dos de sus vacas, han impresionado este verano, pero la gran triunfadora ha sido Loca. «Si sé que va a ser tan buena, no la llamo así, porque no es un nombre que le dé prestigio. Pero de pequeña estaba loca, muy loca», dice Paco.

Con sus 26 años, es el ganadero más joven del sector y el propietario de la ganadería más antigua de Catalunya, de la que se hizo cargo a los 18 años. Paco lleva el apellido Margalef, el mismo de su bisabuelo José, que en 1891 compró con su suegro las primeras 24 vacas, un semental, un eral y un manso al marqués de Carriquiri, en Navarra.

Hace seis años, todos los descendientes de esta raza en la ganadería Germans Margalef tuvieron que ser sacrificados, por culpa de la fiebre malta. Pero Paco no quiso rendirse, compró nuevas cabezas, las mismas que ahora le están dando muchas alegrías. «Estamos en un momento álgido, y estas vacas aún tienen años por delante».

Mientras en el lejano Parlament, en Barcelona, se debate y aprueba el blindaje de los correbous, Paco Palmer, alias Soneca, enseña sus dos fincas, donde tiene a un centenar de animales. En una acaba de construir una pequeña plaza, para en un futuro poder organizar fiestas de vaquillas o bous para grupos; turistas, por ejemplo. «Es renovarse o morir», dice. De los correbous apenas se puede vivir; esos ingresos de los dos meses veraniegos de festejos en las Terres de l'Ebre sirven para mantener el ganado el resto del año. Suerte que en Valencia y Aragón, donde también fichan a sus vacas y toros, hay actividad de abril hasta octubre.

Pero en esas comunidades, apunta el joven ganadero, se subvenciona a los ganaderos, igual que en Navarra y en Francia. «Aquí, en Catalunya, nos falta el apoyo de la Generalitat. No recibimos absolutamente nada, porque en realidad esta fiesta no le interesa nada». El blindaje de las fiestas aprobado ahora no le convence. «Es pura política, nada más. Si ya ponen unas reglas claras, ¿por qué no extenderlas a toda Catalunya?»

Buscarse la vida

Les molesta a los ganaderos -en Catalunya hay una decena, la mayoría entre el delta y las laderas de Els Ports,

con poco más de 1.100 animales- que los correbous se limitarán a 36 municipios, la gran mayoría en las Terres de l'Ebre. De ahí que ganaderías importantes como las de Pedro lo charnego Fumadó, Rogelio Martí y los propios Germans Margalef -igual que sus abuelos, Paco lleva ahora el negocio con su hermano- deben buscarse la vida también fuera. Aunque, de hecho, por su amor por los toros se sienten más cercanos a Valencia y Aragón que a la Catalunya de L'Hospitalet de l'Infant para arriba. Aplauden el Manual de Buenas Prácticas que se aprobó hace unos años, aunque denuncian que conlleva gastos extra, como pagar durante una tarde de fiesta 150 euros por cabeza a dos veterinarios. «Somos los primeros en cuidar bien a nuestros animales», afirma.

Es el argumento de siempre para defender estas fiestas con toros en Catalunya: que los animales viven muy bien. Y aquí no mueren, sino que son muy solicitados si triunfan en alguna fiesta, como las vacas de los Margalef en Puçol y Segorbe, tierras valencianas con un público muy crítico donde su Loca ganó varios premios. «Aquí, incluso en las Terres de l'Ebre, nos haría falta un poco más de educación -dice Paco Palmer-. En Valencia, lo primero es la salud del animal, mientras que aquí prima la fiesta». Una fiesta en la que los concejales «nunca quieren cambiar nada».

Mientras, en el pastizal, Loca y su familia pastan a gusto; no entienden mucho. Les falta a lo mejor la tardía fiesta, en noviembre, de Xerta (Baix Ebre), el último correbou del año. El primer blindado.