Análisis

Una oportunidad para aprender

Una enfermera con una vacuna.

Una enfermera con una vacuna.

Jordi Casabona

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Hace escasamente un año y medio, unos casos de gripe ocurridos en México y Estados Unidos sorprendieron al mundo por haber surgido allí como y cuando no tocaba. A los pocos meses, la OMS declaró el estado de pandemia de la llamada gripe A y algunas empresas farmacéuticas empezaron la carrera comercial para producir una vacuna preventiva que rápidamente se convirtió en éxito de ventas. El Estado español reservó más de 35 millones de dosis, de las que adquirió 13 millones. Pasado el otoño y al comprobarse que la pandemia no había tenido el impacto temido, surgieron críticas respecto al alarmismo creado por la OMS e incluso sospechas de que algunas decisiones hubieran sido influidas por intereses comerciales. La industria pudo aprovechar un escenario internacional de falta de información y de miedo para favorecer sus intereses, pero no creó el escenario. Una alarma que luego no se confirma no debe ser interpretada siempre como un error, especialmente como en este caso, en que las muertes se produjeron especialmente entre la población infantil y en mujeres embarazadas.

Entramos ahora en la fase de normalización de la gripe A o nueva, que ya no es nueva, y además, pese a la falta de información que seguimos teniendo sobre el futuro comportamiento de este virus, porque hay consenso técnico en que hay que ir sistematizando la introducción del virus A(H1N1) en las campañas de vacunación para la gripe estacional, especialmente en los grupos vulnerables. Pero queda un problema más logístico que científico que el Ministerio de Sanidad está intentado resolver en estos días: qué hacer con los estocs de vacuna adquiridos. En Catalunya, que recibió 1,5 millones, se dispensaron 200.000. Primero, es necesario que las administraciones reconozcan el escaso impacto de la campaña de vacunación y que mejoren la cobertura de los grupos vulnerables y claves (entre ellos los profesionales sanitarios). Segundo, o se opta por utilizar las dosis adquiridas o se destruyen esperando a contar con la vacuna trivalente lo antes posible. Destruir millones de vacunas significa también no utilizar millones de euros gastados, lo que en los tiempos que corren no parece demasiado coste-efectivo, ni políticamente correcto. Por otro lado, utilizar los dos tipos de vacuna significaría que en algunos grupos de población habría que dispensar dos dosis de vacuna diferentes, con la complejidad de explicarlo y de ejecutarlo que comporta. La decisión no es fácil, pero una opción es avanzar y concentrar los esfuerzos de vacunación con las dosis existentes en los grupos prioritarios para la gripe pandémica, e ir introduciendo paulatinamente la vacuna trivalente en las campañas habituales.

Mientras, las vacunas para la gripe seguirán siendo un buen negocio y siempre habrá quien también criticará las medidas tomadas. La gripe A sigue siendo una oportunidad para aprender sobre los procesos de toma de decisiones en salud pública en un mundo en el que los virus, el dinero, la información y la desinformación, cada vez circulan más rápidos.