Una tradición cuestionada

Monumental tarde de 'senyeres'

'Els Segadors' abrió la última corrida en la plaza de Barcelona antes de la votación del Parlament

Varios aficionados claman contra el posible veto de los toros, ayer en la Monumental al final del paseíllo.

Varios aficionados claman contra el posible veto de los toros, ayer en la Monumental al final del paseíllo.

Ó. T.
BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Cuando el clarinetista Francesc Vidal tomó la carpeta con el repertorio de la tarde, la partitura deEls Segadors le dejó claro que la de ayer no iba a ser una corrida más: «Llevo ocho años tocando en la banda de música de la plaza y nunca lo habíamos interpretado. Debe de ser por lo de la prohibición».

En efecto. La última corrida en la Monumental de Barcelona antes de que el Parlament se pronuncie el miércoles sobre la iniciativa por la abolición de los toros fue, desde el paseíllo, una encendida reivindicación de la catalanidad de la fiesta. Una docena desenyeres ondeaban en el momento en que los diestros El Fandi, Alejandro Talavante y El Cid –que ocupó el lugar de Francisco Rivera Ordóñez, lesionado– salieron al ruedo al son del himno catalán. Al oír las notas, el público se puso en pie y guardó silencio en una actitud de respeto que enorgullecería a los adalides del Estatut. El desfile de las cuadrillas concluyó con la aparición de 40 aficionados que enarbolaban pancartas cuatribarradas con lemas como «Volem toros a Catalu-nya». La grada, entregada, respondió con aplausos y fervorosos gritos de«libertad, libertad».

Un tercio de entrada

No tuvo ayer la Monumental la entrada que deseaban los defensores de la fiesta: solo se cubrió un tercio del aforo. Los asistentes, sin embargo, pudieron disfrutar de una tarde emocionante en la que El Fandi y El Cid salieron por la puerta grande portando, cómo no, sendassenyeres. La bandera catalana, un elemento nada habitual en la plaza hasta esta temporada, fue ayer protagonista.

La corrida tuvo un prólogo tenso al pie del coso con las concentraciones de los taurinos y los antitaurinos. En el lado Llobregat de la calle de Marina, unos 40 defensores radicales de los derechos de los animales –la plataforma impulsora de la iniciativa abolicionista se desmarcó de ellos hace tiempo– coreaban eslóganes como «la tortura no es arte ni es cultura»y proferían insultos.

A seis carriles, en el lado Besòs, unos 150 aficionados a la lidia –en general más modosos, tal vez por la edad– gritaban«toros, sí; política, no», junto a pancartas como «Volem la nostra cultura taurina». La consigna era no perder la calma.«Aunque te llamen asesino, tú no contestes, que lo que buscan es bronca», amonestaba una mujer a su pareja. Entre este grupo, al que se sumó el torero catalán Serafín Marín, el predominio de lassenyeres era rotundo, lo que no evitó que uno de los organizadores tuviera que pedir a un ancia-

no que se guardara una rojigualda preconstitucional muy descolorida.

Tras ellos, un veterano aficionado que se disponía a entrar al coso esbozó una mueca de disgusto:«Mucho grito y mucha bandera, pero desgraciadamente somos cuatro».