SANIDAD

Los expertos ligan la maldad con la enfermedad y la inteligencia

FIDEL MASREAL
BARCELONA

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¿Es la maldad una característica humana o se trata de una enfermedad? ¿Es controlable? ¿Qué lleva a alguien a desear el mal ajeno? Estos interrogantes, que obsesionan desde hace siglos a psicólogos, criminólogos y filósofos, hallaron algunas pistas de la mano de varios expertos reunidos en Barcelona para hablar sobre «maldad, delito y psicopatología», en una jornada organizada por la Fundación Vidal i Barraquer. Entre ellos, el psicólogo de la UB Adolfo Jarne, quien considera que la maldad es un fenómeno en el que influyen componentes patológicos.

Jarne explicó que gracias a su experiencia profesional en el ámbito de la psicopatología ha observado que en el origen de la maldad subyace todavía una parte difícilmente comprensible y muy compleja.

Más allá de si existe o no una enfermedad detrás de las conductas que buscan el dolor ajeno, el filósofo y teólogo Francesc Torralba relacionó maldad con inteligencia, dado que una mayor capacidad intelectual permite «refinar» las conductas perversas o violentas. En un sentido similar reflexionó Marc Dangerfield, psicólogo clínico del Hospital de Día de Adolescentes de Badalona, para quien «tener buenas capacidades cognitivas» permite agudizar la acción destructiva.

Dangerfield describe la perversión como la violencia que ejerce alguien de forma consciente y mediante la cual obtiene satisfacción personal. En cierto sentido, esta manera de actuar acaba convirtiéndose, según este psicólogo clínico, en la única manera que tienen estos individuos de relacionarse con la sociedad.

Otro perfil de maldad sería el que responde a la necesidad de ciertas personas de descargar externamente los daños sufridos en el pasado. En este caso, los causantes del dolor ajeno no serían conscientes de las consecuencias de sus actos.

VIOLENCIA COMO RESPUESTA / Al respecto de la relación entre el mal y el entorno social, Torralba llamó a reflexionar sobre hasta qué punto «la violencia individual es consecuencia indirecta de la violencia estructural» relacionada con la crisis y la opresión que ejercen ciertas estructuras económicas. Así, la maldad sería una respuesta, una reacción al «colapso» que sufren las personas más acuciadas por la precariedad y la falta de expectativas de futuro. Esto ayudaría a entender la conducta violenta de algunos jóvenes.

Una cierta maldad, en todo caso, tampoco puede desgajarse de la propia naturaleza humana. Dangerfield recordó que la agresividad es un ingrediente necesario en toda personalidad equilibrada. Eso sí, en dosis razonables, igual que la bondad es vital pero, en exceso, también es un trastorno de la conducta.