HISTORIA DE UNA VIDA EN EL LÍMITE

Miquel Fuster, un dibujante que vivió durante 15 años en las calles de Barcelona, publica un cómic

En él describe en primera persona las agresiones, adicciones, recuerdos y pesadillas que atenazan a los 'sin techo'

LA VIDA EN LA CALLE. Viñetas de los primeros esbozos del cómic '15 años en la calle', de Miquel Fuster, que se publicará en abril.

LA VIDA EN LA CALLE. Viñetas de los primeros esbozos del cómic '15 años en la calle', de Miquel Fuster, que se publicará en abril.

FIDEL MASREAL
BARCELONA

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«Me levanté del banco donde estaba sentado, en una plaza del barrio de Sants. Fui andando hasta mi casa, que estaba a cuatro esquinas. Me saqué las llaves del bolsillo, abrí la puerta y me tumbé en el sofá del salón, cómodamente. De repente noté que el sofá estaba muy duro, lo toqué y vi que estaba sentado en el banco. Me desperté, otra vez, en la calle».

Ni las agresiones, ni la dependencia del vino, ni las amistades perdidas, ni el frío de los bosques de Collserola. El sueño del banco es una de las vivencias más terribles en la retina de Miquel Fuster, un dibujante de cómic que a los cuarenta y tantos vio como un desengaño amoroso, el incendio de su piso de Sants y el alcohol le fueron dejando en la calle, en la que vivió 15 años. Pero nunca dejó sus bocetos, aunque tuviera que alimentarse con tres o cuatro litros decalimochocada mañana para superar el temblor de las manos y adquirir la fuerza suficiente para que su trazo no flaqueara como su ánimo.

Hoy, Miquel Fuster, de 65 años, es un torbellino de recuerdos. Lleva siete sin beber y viviendo bajo techo. Es un hombre que mira de frente, asume su alcoholismo –«llamarme exalcohólico es una mentira encubierta»– y ha decidido no renegar de su pasado. Al contrario, está a punto de matar ese sueño del banco con otro sueño: describir en un cómic los años que pasó en las calles de Barcelona. En la editorial Glénat, que publicará el trabajo de Miquel en abril, nunca habían visto nada igual: una calidad artística unida a unos guiones sin trampa ni cartón, sin ficción. Tan duros como el trazo negro de su cómic.

Miquel sobrevivió en las calles y en los cajeros automáticos. En las calles y en pensiones compartidas con «toda la gente que vive a salto de mata». En las calles y en centros de desintoxicación, de los que entraba y salía por no acatar «la disciplina». En las calles y en los bosques de Collserola, donde Miquel se refugió del miedo a ser atacado en la ciudad por «jóvenes que de madrugada se hinchan de rayas en los cajeros y te amenazan».

Amenazas y agresiones, sí, como la que explica en uno de los episodios del cómic. Fue en el puerto de Barcelona, donde Miguel descansaba tras haber malvendido unos dibujos para comprar más vino y pagarse la pensión de aquella noche. «Dos pijos de unos 20 años, parecidos a los que se cargaron a esa mujer en un cajero automático», se le acercaron y le empezaron a hacer preguntas. Cuando parecía que se iban, uno de ellos le arrojó un adoquín a la cara y le rompió la nariz. «Se fueron riendo», recuerda Miquel.

No fue la única vez. La segunda de las viñetas de esta página describe cómo una noche, en un cajero automático, unos jóvenes«visiblemente enloquecidos por todo lo que se habrían metido en el cuerpo empezaron a golpear violentamente los cristales del cajero con botellas y patadas». Al cabo de media hora, se marcharon amenazando con volver. Miquel abrió la puerta y escapó del banco con paso rápido, «sollozando de rabia e impotencia».

La primera viñeta describe otra de las peores experiencias de la calle: la indiferencia de los demás. Escribe Miquel en su blog: «Para ellos somos más inexistentes que el estiércol; porque al menos al percibir el hedor, les haría, aunque fuese por un instante, alterar sus inhumanas facciones. Nos niegan lo único que nos queda, el reconocimiento de nuestra propia existencia».

Tercera viñeta. El dolor por el amor perdido y, al mismo tiempo, la conciencia de que lo único que hizo aguantar vivo a Miquel fue «el recuerdo de quién era yo antes, como un ancla para no caer definitivamente». Llegó a no reconocerse a sí mismo, convertido en una piltrafa de 42 kilos: «Tu cuerpo se convierte en algo a lo que vas acompañando, pero que ya no eres tú».

Hace siete años, la Fundació Arrels ayudó a Miquel a reconciliarse consigo mismo. Ahora comparte piso y pronto tendrá un techo para él solo y para seguir dibujando el cómic de su vida. «Lo hago para que la gente tome conciencia de que dentro de los bultos de la calle hay alguien sufriendo como un hijo de puta. Y que nadie se crea que no le puede tocar a él, he visto a directores de banco en la calle». El año pasado, la Fundació Arrels atendió a un 27% más de personas que en el 2008. Concretamente, a 1.254 ciudadanos. 1.254 historias de mujeres y hombres como Miquel. Él les ha puesto rostro, trazo a trazo, en blanco y negro.