artículo de Josep-Maria Ureta

Millet o cómo figurar y cobrar

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JOSEP MARIA Ureta
PERIODISTA

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La fecha del 3 de septiembre del 2009 no consta, aún, en la historia del Palau de la Música. Pero es la definitiva. Aquella tarde, en la sala donde ensaya el coro de cámara, se reunió el patronato de la entidad. Esta vez, de verdad, no como en tantas ocasiones anteriores en las que la mayoria excusaban su asistencia y daban por buenas las propuestas de la dirección. Más de 100 patronos sobre los 140 del censo.

El nuevo ejecutivo de la entidad, Joan Llinares, junto a expertos de la auditora Deloitte y el bufete Garrigues, expusieron las primeras impresiones de lo que habían podido analizar tras la entrada de la policía el 23 de julio, por orden del juez, en las oficinas del Palau por la sospecha fundada de desfalco y fraude fiscal. Uno de los asistentes a aquella reunión recuerda dos imágenes de impacto. La primera, un consenso: «Nada para la prensa». Se cumplió hasta el pasado día 17, cuando los abogados de Fèlix Millet y Jordi Montull se presentaron en Catalunya Ràdio y TV-3 para confirmar lo adelantado por este diario, entre otros, y reconocer que sus clientes eran culpables confesos y arrepentidos, hasta el punto de devolver más de 1,8 millones de euros, más la renuncia a cobrar los que manifiestamente no debían percibir.

La segunda imagen es aún más reveladora. En la sala también estaba Clara Millet Vallés-Guarro, empleada de la entidad, como otros parientes. Sin rubor alguno, a quienes le dirigían miradas desaprobadoras les decía: «Lo que haga mi padre no tiene nada que ver conmigo». A su lado, el patrono Pau Molins, hoy abogado de Millet. No era una salida airosa sino una convicción. Lo prueba que la pasada semana Clara Millet aún invitaba, por carta, a asistir a un curso de gestión de fundaciones.

UN GRUPO SOCIAL Esa reunión de próceres viene a confirmar que el caso Millet lleva camino de convertirse en la confirmación de las tesis sobre el comportamiento de determinado grupo social barcelonés, con protagonismo de más de un siglo. En el 2002, los periodistas Andreu Farràs y Pere Cullell publicaron un libro (L’oasi català. Un recorregut per les bones famílies de Barcelona) que mantiene su vigencia. Es más, uno de sus hilos conductores es Fèlix Millet Tusell, hijo de banquero y político, sobrino nieto de músico, quien afirma sobre el poder en Barcelona: «Somos unos 400 y siempre somos los mismos». Prueba: él mismo formaba parte de los consejos del Orfeó, Liceu, La Caixa, Barça… La mal llamada «sociedad civil», término tomado del inglés, pero que en Catalunya, tal como ha descrito el catedrático Enric Ucelay de Cal, se trata más bien de la «sociedad de familias», que usa el término «sociedad civil» como antinomia del poder público.

¿Cómo empezó Millet? Perito agrónomo, de familia ya acomodada, estuvo unos años en Fernando Poo dirigiendo una plantación compartida con un alto cargo franquista. De regreso, ya en la transición, se benefició de una campaña impulsada por los periodistas Àngel Casas, Antoni Batista, Albert Mallofré y Jordi García Soler, que advertían del deterioro físico del Palau y pedían a su presidente Joan Anton Maragall (tío de Pasqual) que cediera en su irreductible actitud de no dejar programar jazz o Nova Cançó. Jordi Pujol –aún en la oposición-- ayudó a que Millet sustituyera a Maragall. El relevo, según todos los entendidos, fue acertado, hasta el punto de que cuando estalló el escándalo Renta Catalana (1983), que afectaba a Millet pero también a diputados de CiU, no se puso en cuestión que presidiera el Palau. «Hay que verlo en el contexto de pre-Banca Catalana», explica García Soler.

La plataforma de ascenso estaba en marcha. Solo quedaba ampliarla. Acceder al Barça se hizo esperar, aunque Millet ya intentó liderar la oposición a Josep Lluis Núñez a mediados de los 80. En una cena-complot en el restaurante Casa Chus --del futbolista Chus Pereda-- en la Diagonal, Millet pidió apoyo a CDC, PSC y PSUC. Obiols se desmarcó, pero al cabo de los años Millet acabó siendo miembro de la junta de Núñez y del patronato del Barça, donde quiso exportar su modelo de fundación.

LA RELACIÓN CON EL LICEU Quienes menos sorpresa manifiestan en el ascenso de Millet, y su prepotencia progresiva amparada en el apellido, son los gestores de espacios culturales, públicos o privados. Un ejemplo es su relación con el Liceu. Mientras este ha dedicado todo su esfuerzo

--y más desde que se reconstruyó con dinero público-- en una programación propia ajustada al presupuesto y con transparencia contable, el Palau ha crecido sin dirección artística, con un modelo facilísimo: se alquila la sala a programadores que se quedan la taquilla y pagan un tanto, se trae a artistas de público facilón (Corella, Bartoli…) y lo que se recauda por patrocinio queda casi de libre disposición.

Pero eso no es lo peor. Millet, como miembro de la sociedad de propietarios del Liceu, formó parte de sus órganos de Gobierno (las protestas de algunos ejecutivos de la institución ante la Generalitat no prosperaron) desde donde espiaba lo que preparaba, y aprovechaba para robar patrocinadores. Con su palco de propiedad practicó su compulsiva tendencia a cobrar por todo. Un ejemplo: alquilaba el palco entero, a pesar de que no puede hacerse, a Bayer (empresa de la que es consejero).

Otro ejemplo de las artes de Millet fue su paso por Agrupació Mútua (AM). Mientras era vicepresidente, cuenta un consejero, acudía poco a las reuniones. Cuando sucedió en la presidencia a Josep Lluis Vilaseca (en el 2005), estableció nuevas normas. Se apuntó enseguida a presidir la filial Amci Habitat. «Es que entiendo mucho de inmobiliarias», decía. Se enfrentó al consejero delegado, Jordi Conejos ---exdecano de los economistas y exalto cargo de Indústria con Pujol— quien el pasado 25 de junio le envió una carta abierta a través del diario Expansión. El caso es que en pocos meses las dietas para los consejeros por asistir a reuniones pasaron de 600 a 1.500 euros («y el presidente, el doble», dijo Millet). Despedido Conejos, Millet también se hizo nombrar presidente de las filiales de Agrupació, desde la mutua de accidentes hasta las ambulancias. Más dietas, y colocación de su yerno en uno de los cargos.

Con Aznar en el poder y practicando el habitual arribismo familiar, Millet se acercó al PP y se incorporó a la filial de FAES en Catalunya, decisión apoyada por su arquitecto de cabecera, Óscar Tusquets. Solo desde esta seguridad –impunidad/inmunidad— se entiende que Millet se empeñara en presidir Bankpyme pese a que la AM había cedido su parte al portugués Banif. «Quiero tutearme con Fornesa y Fainé», decía. La aspiración le duró poco. Es cierto que Millet accedió a la comisión de control de La Caixa en 1996, a propuesta de Josep Vilarasau (melómano reconocido). Cuando Antoni Siurana tuvo que dejar la presidencia de esta comisión (se incorporaba de conseller de Agricultura con Mara-

gall) Millet le sucedió. Solo levantaba acta de lo que escribían los servicios jurídicos. Pero, genio y figura, cuando desde la Caixa le dijeron en el 2006 que era incompatible con su presencia en Bankpyme, montó en cólera, se buscó un dictamen jurídico que avalara sus aspiraciones y llevó su protesta a la Generalitat. Perdió, claro.

EL DECLIVE ¿Cómo empezó su declive? Un atento observador del personaje explica que hay que remontarse a un viaje del coro de cámara a Montserrat, en el 2007. Un cantante murió en un accidente en su coche camino de la actuación. Su pareja pleiteó y exigió indemnización. A partir de ahí se empezó a descubrir que el coro no estaba asegurado y que por su perfil debía estar en plantilla. Una sentencia del 2008, que daba la razón a la viuda, obligó a regularizar la plantilla y abrió la primera sospecha fundada de cómo era el estilo Millet. A finales de año, Hacienda completó sus indagaciones.

¿Se dan por enterados Millet y la «sociedad de familias»? Dudoso. Para muestra, un hecho desconcertante. Semanas después del registro de los Mossos, la oficina de Millet seguía invitando a la fiesta anual que éste organiza cada año en Fornells (Menorca). De esas de papel couché. ¿Y los invitados de la sociedad de familias, sobre todo las que veranean en Menorca? Temerosos: «¿Qué hacemos si nos invita?» Al final se impuso la opinión del abogado Pau Molins de suspenderla. Otra prueba de que ni uno ni otros asumen lo que está ocurriendo.