Las leyendas

Un estudio científico concluye que la resaca no tiene remedio

JUAN RUIZ SIERRA
MADRID

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Hay quienes juran que lo mejor para curar la resaca es una combinación de aspirinas y plátanos; o el zumo de dos zanahorias, media remolacha, dos ramas de perejil y una de apio; o un compuesto a base de higo chumbo; o un contundente desayuno; o la legendaria pastilla RU-21 --también conocida como píldora de la KGB porque la inventó un científico ruso durante la guerra fría-- a base de vitamina C, hidratos de carbono y aminoácidos. Se trata de fábulas que circulan todo el año, pero nunca con más fuerza que en Navidad, ese entrañable periodo de excesos etílicos y gastronómicos en el que las personas aparcan su escepticismo y parecen dispuestas a creer, al menos por unos días, en mitos como el de que un obeso anciano vestido de rojo reparte regalos en una sola noche de un extremo a otro del planeta, o que el exceso de azúcar guarda relación con la hiperactividad, o que cenar mucho engorda más que comer mucho o, en fin, que existen los milagros contra la resaca.

Todos estos mitos son falsos. Menos el de Papá Noel, el único de los anteriores que no ha sido escrutado por dos investigadores de la Universidad de Indiana (Estados Unidos). En un estudio publicado por la seria y respetada revista British Medical Journal, que suele desmelenarse cuando se acerca la Navidad, Rachel Vreeman y Aaron Carroll desmontan estas extendidas creencias, más alguna otra, con argumentos rigurosamente científicos.

EFECTOS SECUNDARIOS

Cada persona suele contar con su propio milagro para la resaca, un alimento, bebida o fármaco con años de presunta eficacia probada que recomienda a todos los compañeros de bar. Algunos de estos remedios llegan incluso a contar con el respaldo de ciertos médicos, pero, según dicen los investigadores norteamericanos, no hay que hacerles ningún caso. No funcionan. Es más, hay consejos --como el uso de aspirinas o paracetamol para el día después-- que pueden causar problemas en el riñón y el estómago. La sobria conclusión, por tanto, es que la única manera de esquivar la resaca es la abstinencia o el consumo moderado de alcohol.

Y, sin embargo, pese a las pruebas en su contra, los falsos alivios contra la amargura posetílica gozan de excelente salud, al igual que otra clásica creencia de estas fiestas: cenar engorda más que comer. El razonamiento popular viene a ser que resulta inusual hacer ejercicio después de la ingesta nocturna de alimentos y que no se queman calorías mientras uno duerme. Todo eso es cierto, por supuesto, pero poco o nada tiene que ver con el aumento de peso. No importa cuándo se come; lo relevante es cuánto y qué se come, así como la cantidad de ejercicio a lo largo de todo el día.

LA IRRELEVANCIA DEL GORRO

Un manual de campo del Ejército norteamericano advierte que cuando hace frío es fundamental llevar la cabeza cubierta porque, si no, se corre el riesgo de perder "entre un 40 y un 45% del calor corporal". Mentira: no hay ninguna diferencia entre la cabeza y los pies, como lo prueba un reciente estudio en el que los investigadores colocaron a varios voluntarios en traje de baño durante un gélido día. El calor que se marchó por el órgano pensante no fue superior al 10% del total.

Y, ya por último, los científicos Vreeman y Carroll aconsejan a los padres que dejen estos días a sus hijos comer turrón y polvorones. Tranquilos, señalan los investigadores, no se volverán hiperactivos. "El mito parte de que el azúcar provoca energía --ha dicho Carroll--, así que hay quienes piensan que demasiado azúcar provoca demasiada energía". Pero, de nuevo, no es así. Hasta 12 estudios concluyen que la hiperactividad de un niño nada tiene que ver con su consumo de azúcar. Un trabajo llegó a hacer creer a los progenitores que sus hijos habían tomado dulces cuando no era sí. Los padres describieron la conducta de sus hijos como mucho más hiperactiva. Todo estaba en sus mentes.