Mendeléyev y compañía

ANTONIO MADRIDEJOS / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Los químicos de principios del siglo XIX sabían de sobras que la materia no estaba formada por los cuatro elementos aristotélicos --tierra, aire, agua y fuego--, pero al mismo tiempo estaban desconcertados porque no eran capaces de clasificar, de sistematizar, la ingente información que iba surgiendo de las minas y de los laboratorios. El uranio, por ejemplo, fue descubierto en 1789; el aislamiento del cromo data de 1797, mientras que el sodio es de 1807; otro elemento también cotidiano, el aluminio, no fue aislado hasta 1827, y de la misma época son el litio, el cesio o el calcio. A mediados de siglo ya se conocían unos 60 elementos químicos, cada uno con unas propiedades y ciertas coincidencias, pero ¿existían con algún orden concreto?, ¿qué había detrás?

El gran Dmitri Mendeléyev, fallecido hace ahora exactamente 100 años, fue el primer científico capaz de poner en orden toda esa selva de masas atómicas y valencias, y como tal merece un lugar destacado en el olimpo de la química. Sin embargo, como en tantas otras áreas del saber, la moderna historia de la ciencia se inclina cada vez más a pensar que"la tabla periódica de los elementos es el resultado de una época",resume José R. Bertomeu, profesor de la Universidad de Valencia. Podría decirse que Mendeléyev fue un aventajado epígono."La actividad científica es eminentemente colectiva --insiste el profesor--. Hay momentos de genialidad, pero suelen exagerarse".

En la búsqueda de los precursores no se puede ir hacia atrás indefinidamente, precisa Bertomeu, pero es inevitable recordar a Döbereiner, Kirchhoff, Canizzaro y, especialmente, a Chancourtois y Newlands. Gracias al trabajo de todos ellos, el joven Mendeléyev ya tenía claro que si se ordenaban de menos a más los elementos químicos en función de su masa atómica --que simplificando mucho es lo que pesa cada uno de los núcleos de los átomos--, los que tenían propiedades similares, como los halógenos o los metales alcalinos, caían en la misma columna. Parecían repetirse de ocho en ocho: el número 11 (potasio, K) se parecía al 19 (sodio, Na) y el 8 (oxígeno, O) al 16 (azufre, S). De hecho, en 1864, el alemán Lothar Meyer ordenó 28 elementos conocidos con un sistema parecido al que luego haría famoso a Mendeléyev. Los alemanes lo consideran cocreador de la tabla.

Igual que en 1869

El químico ruso, no obstante, tuvo el mérito de llevar esas ideas más lejos."Nada puede ser descubierto sin buscar y probar: ni los champiñones ni las leyes científicas",escribió. Mendeléyev estaba tan convencido de que existía una ley periódica, de que los elementos similares se repetían con cierto orden, que cuando las propiedades de un elemento no estaban de acuerdo con su emplazamiento (clasificados según sus masas atómicas), alteraba el orden a la brava, estimando que las propiedades químicas eran más importantes que la masa. El futuro acabaría dándole la razón. Por ejemplo, el telurio (Te), con una masa atómica de 127,6, debería ir justo después del yodo (I), que tiene 126,9. Pero en la tabla, cuando se coloca el telurio antes que el yodo, se encuentra justo debajo del selenio (Se), al que se parece mucho. Y el yodo (I) se junta con su pariente el bromo (Br). Y así siguen hoy en día, igual que en 1869, cuando se publicó la tabla (en una modesta edición, por cierto: 150 copias en ruso y 50 en francés).

Sin embargo, quizá el gran éxito de Mendeléyev fue confiar a ciegas en la teoría más que en el método científico. Cada vez que se quedaba sin encontrar una forma efectiva de cubrir los huecos, no dudaba en dejar casillas blancas en la tabla y en proclamar que los elementos que faltaban no tardarían en descubrirse. Incluso fue más lejos: para tres de los huecos ofreció una descripción de los futuros elementos y los llamó eka-aluminio, eka-silicio y eka-boro. Mendeléyev pudo asistir al triunfo de su sistema porque, aún estando con vida, fueron descubiertos los tres previstos, que fueron bautizados oficialmente como galio, escandio y germanio.

Fue aclamado en sus viajes por Europa, pero sus ideas liberales y su carácter agrio no le granjearon precisamente las simpatías en la Rusia zarista, como recuerdan sus biógrafos. El profesor Bertomeu lamenta que aún no se hayan traducido las dos obras de referencia en el mundo anglosajón (Scerri y Gordi). Para quien quiera algo más cercano, siempre le queda la posibilidad de acercarse a la biblioteca de las facultades de Química y Física de la Universitat de Barcelona (UB) y ver allí una pequeña muestra en su honor con pósters, libros antiguos y tablas periódicas.