Benedicto XVI endurece el mensaje conservador de la Iglesia católica

JORDI CASABELLA / ROMA / ENVIAT ESPECIAL

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Transcurridos más de 700 días de gracia desde su acceso a la jefatura de la Iglesia católica, la recurrente afirmación inicial de acólitos, e incluso detractores, de que este Papa iba a deparar grandes sorpresas, se ha revelado infundada. Los que anunciaron que nadie iba a reconocer en él al gran inquisidor de la doctrina que fue andan ahora mudos. Dos años después de la muerte de Juan Pablo II, que se cumplen hoy, a 18 días vista de su primera aparición como Pontífice en lo alto del balcón de la basílica de San Pedro, Benedicto XVI ha dado la razón a los entonces agoreros que vaticinaron que nada iba a cambiar en lo alto de la pirámide católica, al menos a mejor.

El Papa alemán mantiene intacta la hoja de ruta del guardián de la ortodoxia que fue durante cerca de 25 años, como mano derecha de Karol Wojtyla. Ambos se aplicaron en la tarea de desmantelar la vocación del Concilio Vaticano II (1962-1965) de reconciliar a la Iglesia católica con la sociedad moderna. Sucede, pero, que a diferencia del espontáneo y viajero Papa polaco, que accedió al trono con 58 años y un físico atlético, Ratzinger es un teólogo tímido que ha llegado a la cúpula en vísperas de convertirse en un octogenario obligado a dosificar sus esfuerzos. Así que tampoco en el terreno de la proyección mediática de la Iglesia sale favorecido de la comparación con su antecesor.

DISIDENCIA INTEGRISTA

Para quienes auguraban que el cambio de estilo conllevaría una apertura inevitable, aunque fuera porque habían pasado 27 años entre una y otra elección, tienen motivos para estar decepcionados. El propio Ratzinger había alentado la esperanza, refiriéndose en los últimos tiempos como cardenal a la necesidad de introducir reformas. Los hechos le desmienten.

La comprensión mostrada con la disidencia integrista de los seguidores del fallecido arzobispo francés Marcel Lefebvre, que querrían ver el Concilio Vaticano II muerto y enterrado, por ejemplo, contrasta con la inflexibilidad con la que han sido tratados los representantes del sector más progresista del catolicismo, algunos de los cuales han arriesgado sus vidas al poner en práctica las enseñanzas de los evangelios. Tal es el caso del teólogo Jon Sobrino.

En el campo del diálogo interreligioso, que su antecesor había abierto trabajosamente, Ratzinger puso hace seis meses contra las cuerdas al Vaticano. En la universidad alemana de Ratisbona quiso condenar el fundamentalismo religioso y eligió para ello unas palabras sobre el islam de un emperador bizantino del siglo XIV, Manuel II Paleólogo, que fueron recibidas como una afrenta. El Papa alemán se limitó a reproducir unas palabras del emperador --"Muéstrame también lo que Mahoma ha traí-

do de nuevo y hallarás solamente cosas malas e inhumanas, como su disposición a difundir por medio de la espada la fe que predicaba"--, pero en el mundo islámico la mecha no tardó en prender.

El Papa aseguró que no había querido ofender a los musulmanes y pidió disculpas a los que se hubieran podido sentir heridos, pero el pretexto para presentarle como enemigo de otras religiones estaba servido. Ocurre que llovía sobre mojado porque ya en el año 2000 se le hizo responsable de un documento en el que insistía sobre la superioridad de la religión católica sobre las demás, afirmando que únicamente a través de ella podía obtenerse la salvación.

Del resto de los viajes al extranjero, hasta cinco, Benedicto XVI tampoco ha obtenido gran cosa, quizá con la excepción del efectuado a España para asistir al Encuentro Mundial de las Familias celebrado en julio del 2006 en Valencia. El último, la visita a Turquía, un país musul-

mán, le sirvió para congraciarse con un sector del islamismo moderado que se había molestado con su intervención en Ratisbona y para borrar de la memoria una antigua e inoportuna declaración contra el ingreso del país anfitrión en la UE.

ESPAÑA

Su venida a Valencia sí resultó providencial para suavizar la tensión con el Gobierno socialista al que el episcopado español embiste repetidamente a cuenta de una legislación social que considera lesiva para sus intereses. Ratzinger contrarió a la oposición, que esperaba que leyera la cartilla a Zapatero, obvió las críticas y, poco después, la Iglesia y el Gobierno revisaban el sistema de financiación de la confesión católica, mejorándolo. De paso, el Gobierno descartaba denunciar los acuerdos con la Santa Sede de 1979, entre ellos el educativo, que hay expertos que creen inconstitucionales.

Los obispos españoles se crecen bajo la cobertura que les proporciona Ratzinger y han rehabilitado batallas ya olvidadas, como la del divorcio. El episcopado italiano anda también a la greña con el Gobierno de Prodi. Su cerrada oposición a un proyecto de ley sobre las parejas de hecho o a una legislación que abra la puerta a determinadas formas de eutanasia cuentan con la entusiasta colaboración del Pontífice.

Benedicto XVI se muestra en esta última cuestión implacable. El día que un enfermo desahuciado, Piergiorgio Welby, que logró que le desconectaran del respirador que le mantenía en vida, recibía el último adiós de los suyos en la calle, frente a la parroquia romana donde le denegaron los funerales, el Papa hacía un alegato sobre el valor de la vida hasta su "ocaso natural".

DARWIN

Tampoco hay transacción con el uso del condón y el acceso a la eucaristía de los católicos divorciados vueltos a casar. Por contra, todos son parabienes para el latín. Meses atrás, Ratzinger incluso lanzó un guiño a los que reniegan de la teoría de la evolución de Charles Darwin, que Juan Pablo II dio por buena, con un discurso calculado en el que ni niega ni afirma su validez. Fue una de las últimas sorpresas del Papa.