La Iglesia catalana quiere beatificar a 750 mártires de la guerra civil

JORDI CASABELLA / BARCELONA

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Si España es "una tierra de santos", como viene proclamando su episcopado en los últimos años ante la avalancha de propuestas de beatificación de mártires de la guerra civil enviadas a Roma, Catalunya no se queda atrás. Aquí no hay hecho diferencial. En los anaqueles de la Congregación para la Causa de los Santos del Vaticano aguardan su resolución más de una decena de procesos que afectan a unos 750 sacerdotes, religiosos o laicos asesinados "por odio a la fe" que han recibido el aval de las diócesis de Barcelona, Tarragona, Tortosa y Lleida.

A ellos hay que sumar los patrocinados por la diócesis de Vic y las órdenes religiosas de Girona, a las que el obispado ha trasladado el protagonismo de la solicitud. Nadie tiene las cifras en orden, pero los expertos coinciden en que los mártires a los que las iglesias locales aspiran a venerar se aproximan al millar.

La lluvia de propuestas de la Iglesia catalana ha comenzado a arreciar en los últimos tiempos. La diócesis de Tortosa, por ejemplo, descargó un expediente con más de 200 nombres en junio del 2005. Y la de Lleida hizo lo propio, con otros 169 "presuntos mártires", el pasado mes de noviembre. Junto a esos grandes paquetes convive un goteo fino e incesante de iniciativas destinadas a enriquecer el santoral.

PARALELISMO

Las dos últimas han sido protagonizadas recientemente por el arzobispo de Barcelona, Lluís Martínez Sistach, con pocos días de diferencia. La primera corresponde a un acto cargado de simbolismo que guarda paralelismo con una práctica muy contestada por los sectores más conservadores del catolicismo: la apertura de fosas comunes donde fueron arrojados miles de fusilados por el bandonacional.

Sistach presidió el 20 de enero la ceremonia de inhumación de los restos de Joan Roig Diggle, joven activista católico ejecutado en 1936, en una capilla de la iglesia de Sant Pere de El Masnou (Maresme). Ante la perspectiva de su pronta beatificación, los restos fueron extraídos de su tumba en el cementerio de Santa Coloma de Gramenet y trasladados a un lugar vinculado a su vida y más acorde con su futura dignidad. Cinco días más tarde, el arzobispo abrió una nueva causa de beatificación de 16 cristianos, 13 religiosos y 3 laicos, "inmolados durante la persecución religiosa" registrada a partir de 1936 en el que exaltó su ejemplo.

Las listas más largas de mártires aspirantes a la santidad han sido presentadas por las diócesis de Barcelona y Tortosa: más de 200 en ambos casos. Entre los candidatos barceloneses, y de acuerdo con los datos del juez eclesiástico Josep Maria Blanquet, "147 ya disponen del decreto de martirio", lo que significa que el proceso de beatificación se halla en una fase avanzada.

Entre las causas introducidas y que dormitan a la espera de nuevas indagaciones figura la del obispo Manuel Irurita, sobre cuya muerte a manos de milicianos anarquistas existen versiones contradictorias. La Iglesia defiende que fue asesinado en 1936 mientras que han aparecido testimonios que sostienen que en 1939 seguía con vida.

UN GRUPO PREDECESOR

Desde que Juan Pablo II abrió el camino de los altares a los mártires de la guerra civil española en los años 80, los catalanes que han accedido a la condición de beatos o santos por esa vía aún son pocos. La diócesis de Urgell cuenta con un primer grupo de siete sacerdotes beatificados en el 2005.

En su primera carta pastoral como obispo de Urgell, Joan Enric Vives, los presentaba como "expresión viva de lo que podría denominarse unpensamiento fuerte"."El mártir --añadía-- es un hombre íntegro, en el que hay unidad de pensamiento y acción". Vives aseguraba en el texto que "su beatificación escapa a toda polémica y aún más de cualquier utilización interesada o partidista", insistiendo en que se trataba de hombres pacíficos que se vieron abocados a la muerte por "el simple hecho de ser sacerdotes católicos".

LOS REQUISITOS

Para convertirse en beato de la Iglesia católica y poder ser venerado a nivel local es preciso que se pruebe la existencia de un milagro, excepto si a la persona propuesta se le reconoce la condición de mártir de la Iglesia, o sea, víctima de una persecución por razones religiosas.

La canonización (inclusión en el canon de santos de la Iglesia) es un escalafón superior al que se accede cuando se documenta la existencia de un milagro protagonizada por un beato. El Papa, sin embargo, puede obviar este requisito. Los canonizados disfrutan de culto público en la Iglesia universal y se les asigna un día de fiesta en el calendario.