Estreno en Netflix
Crítica de 'Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menendez': crónica poliédrica y pop de un parricidio
Ryan Murphy e Ian Brennan abordan el caso de los hermanos Menéndez desde diversas perspectivas en una reconstrucción que mezcla lo duro con lo ligero
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Juan Manuel Freire
Juan Manuel FreirePeriodista
Periodista y crítico cultural.
'Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menendez'
Creadores: Ryan Murphy, Ian Brennan
Dirección: Ian Brennan, Max Winkler, Paris Barclay, Michael Uppendahl, Carl Franklin
Reparto: Nicholas Alexander Chavez, Cooper Koch, Javier Bardem, Chloë Sevigny
País: Estados Unidos
Duración: 60 min. aprox. (9 episodios)
Año: 2024
Género: Drama criminal
Estreno: 19 de septiembre de 2024 (Netflix)
★★★
Hace casi exactamente dos años, el productor Ryan Murphy y su cómplice habitual Ian Brennan sorprendieron con la estrenada sin mucha pompa 'Dahmer – Monstruo: La historia de Jeffrey Dahmer', el relato absolutamente sobrio, o al menos más de lo esperado en un amante del exceso como Murphy ('Nip/Tuck', 'Glee', la franquicia 'American story'), de la vida y los crímenes del llamado 'Carnicero de Milwaukee'.
Lo que iba a ser miniserie ha acabado siendo primera entrega de una antología, 'Monstruo', sobre "otras figuras monstruosas que han tenido un impacto en la sociedad". Su recién estrenada segunda temporada se centra en los hermanos Lyle (excelente Nicholas Alexander Chavez) y Erik (no menos brillante Cooper Koch) Menendez, tristemente conocidos por haber disparado y matado a sus padres, José (Javier Bardem) y Mary Louis Andersen, alias Kitty (Chloë Sevigny), una amarga noche de agosto de 1989, en la mansión de la familia en Beverly Hills.
Aunque no demasiado conocida en nuestro país, la historia fue una sensación mediática en Estados Unidos en los años noventa y ha seguido teniendo reverberaciones en forma de documentales o una dramatización serializada anterior, 'Ley y Orden True Crime: El caso Menéndez', de 2017, con Edie Falco al frente del reparto como la abogada defensora de los Menendez, ahora encarnada por Ari Graynor. El primero de los dos juicios celebrados se emitió con éxito por televisión, igual que el de O. J. Simpson: los prolegómenos de nuestra obsesión por la telerrealidad y el 'true crime'.
Todo el mundo creía saber o quería entender por qué lo hicieron. Según la acusación, fue cuestión de dinero, de usurpar la posición del padre y hacerse con la fortuna familiar. Para los acusados, aquella explosión de violencia fue la respuesta a una vida de abusos psicológicos, físicos y sexuales a manos de un patriarca controlador. Javier Bardem está terrorífico como el susodicho, conocido ejecutivo del entretenimiento (trabajó en RCA y fue CEO de Live Entertainment) con muy altos estándares de calidad para sus hijos a todos los niveles (en los estudios, en el tenis, en las novias), pero mayor permisividad consigo mismo, en la visión de la serie. Chloë Sevigny brilla también como una madre y esposa bajo la permanente influencia de bebida y pastillas, indolente hasta la peligrosidad según Murphy y Brennan.
Si la notable 'Dahmer' sorprendió por su seriedad empática, 'Monstruos: La historia de Lyle & Erik Menendez' arranca con el tono del Murphy más irónico, satírico y 'camp'. Las bromas con calentadores de la temporada '1984' de 'American horror story' no están tan lejos; de hecho, esta historia se desarrolla no tanto después. Las referencias a la cultura pop son numerosas y más que acertadas, a veces producto de la investigación y no la imaginación, como en las referencias al telefilme 'El club de los jóvenes millonarios' como inspiración para el crimen. Tras ver esa película, esto también es cierto, Lyle Menendez coescribió un guion sobre un joven rico que mata a sus padres. Lo llamó 'Friends'. "Qué porquería de título", dice su hermano Lyle.
La variedad de tonos es amplia y, hay que decirlo, a veces desconcertante. La misma serie con una fantasía de fuga bajo el influjo capilar de Milli Vanilli contiene momentos dolorosos sobre los ciclos del abuso; su quinto episodio, bastante atrevido, es una larga confesión de sufrimiento surcada por detalles lacerantes, filmada por el director Michael Uppendahl en un único plano secuencia en lento zoom hacia el rostro del damnificado. Como en 'Dahmer', se diversifican las perspectivas aunque eso suponga perder tensión narrativa, y hacia el final de la serie cobra suma importancia la visión, o la elucubración, del escritor y periodista Dominick Dunne (Nathan Lane), quien cubrió en su día los pormenores del caso para 'Vanity Fair'. Con sus defectos o quizás a causa de ellos, es una serie fascinante, de la que cuesta apartar la mirada: una fuente constante de inquietud y extrañamiento.
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