FIN DE UNA ERA

Crítica final de 'Succession': tensa y brillante hasta el último respiro

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Crítica final de 'Succession': tensa y brillante hasta el último respiro

Crítica final de 'Succession': tensa y brillante hasta el último respiro / HBO

Juan Manuel Freire

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Jesse Armstrong, creador de 'Succession', ha cumplido su promesa de terminar la serie en un punto álgido en lugar de dejarla marchitar. En la cuarta y última temporada de este brillante drama satírico (¿o era comedia trágica?) solo ha habido episodios determinantes, con giros de los que obligan a recalibrar las expectativas. Cuando creíamos que Kendall (Jeremy Strong), Shiv (Sarah Snook) y Roman (Kieran Culkin) iban a concentrarse en una nueva 'start-up', les vimos adquirir Pierce solo por fastidiar al patriarca Logan (Brian Cox). Y cuando creíamos que este último les devolvería de algún modo, llegó una muerte más propia de un casi final de serie que del casi principio de una temporada. Desestabiliza y triunfarás. 

Eso tampoco significa que Logan desapareciese de la serie o dejara de ejercer su fatal influencia. Siguió ahí a través de una nota de últimas voluntades en la que Kendall podría haber sido realzado o tachado como sucesor. O como esa especie de 'deepfake' con tanto protagonismo en el discurso de presentación de Living+, aventura inmobiliaria de cruceros, pero en tierra, con el verdadero plus de una vida eterna. O en ese vídeo, al final realmente emotivo, que corona el curioso circuito urdido por el primogénito Connor (Alan Ruck) para repartir las cosas de papá. 

Nos lo recuerda la fotógrafa Nan Goldin al principio del exquisito documental "La belleza y el dolor": "La experiencia real huele y está sucia, y nunca se cierra con finales simples". También los autores de 'Succession', Armstrong al frente, parecen querer recordarnos que en la vida no existen giros definitivos ni cortes limpios; ni siquiera la muerte es nada de eso. Por eso hemos visto al fallecido Logan latir en cada día de los vivos. O a Shiv y Tom volver a cruzar caminos después de la escena de separación del primer capítulo, esa que parecía el principio de un camino de no retorno. Pero no, todavía podían ser más sinceros: recuérdese la magistral escena en el balcón del séptimo episodio. Pero no, esto no acabó aquí. 

La sátira y la humanidad

equilibrios eléctricos entre el sarcasmo demoledor y la emoción sincera

Quizá por la cercanía del final, todo ha estado teñido de una melancolía extra y los personajes han despertado todavía más, si cabe, nuestra empatía. Sobre todo ese Roman realmente tocado por la muerte de Logan e incapaz de encarar el panegírico que había preparado cuidadosamente o acabar de ver cómo introducen a su padre en un portentoso mausoleo. E incluso Connor, antaño usado como saco de la risa, pero ahora capaz también de tocar la fibra, como en ese monólogo poskaraoke en el que recuerda las ventajas de ser un marginado: por ejemplo, aprendes a vivir sin el amor de tu familia

Pero lo empático no quita lo realista, y Armstrong no barre debajo de la alfombra el peligro de que gente así pise la faz de la tierra; que tantos puestos de poder estén ocupados por gente inepta y sin escrúpulos, capaz de cargarse el proceso democrático para perseguir sus intereses personales, como en el terrorífico episodio 'América decide', en el que se declaraba al peligroso fascista Jeryd Mencken ganador de las elecciones de forma falsa y prematura

Fin de una fiesta amarga

detrás de una decisión de gran calado, capaz de cambiar la historia, suelen estar los instintos más bajos, prosaicos y absurdos

Antes de ello hemos comprobado, después de un breve espejismo, la dificultad de los dañados hermanos Roy para compartir una habitación durante más de dos minutos en paz. Ese inesperado aparte durante una junta crucial sirve para hacer emerger, de nuevo, todo el dolor y la confusión que bulle bajo la altiva fachada familiar. La escena se podría catalogar como catarsis, o algo parecido, de no ser por su nulo efecto purificador y liberador, ni para los protagonistas ni para el espectador

Es sencillo acabar este gran episodio final, de casi hora y media de duración, entre lágrimas casi absurdas. Pero no es tanto la emoción de la identificación como la de la admiración. Será difícil encontrar otra serie tan ofensivamente bien escrita; otra sinfonía del caos tan bellamente orquestada; otra colección de gestos tan rabiosamente creíbles a manos de unos actores que son conscientes de haber tocado techo; otra visión del tardocapitalismo que sepa eludir el glamur supuestamente inspirador. Abusamos algo de la expresión 'fin de una era', pero esta vez realmente lo es. 

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