Una saga reinventada
Crítica de 'El Señor de los Anillos: los Anillos de Poder': busquen la pantalla más grande
Los dos primeros episodios del 'blockbuster' de Amazon, ambos dirigidos por J. A. Bayona, acortan espectacularmente las distancias entre cine y televisión
Juan Manuel Freire
Periodista
Periodista y crítico cultural.
Busquen la pantalla más grande, asalten el salón de un amigo o amiga si es necesario, antes de sentarse por primera vez ante el prólogo de 'El Señor de los Anillos: los Anillos de Poder', con el que los guionistas J. D. Payne y Patrick McKay y el director J. A. Bayona parecen rendir homenaje a los vibrantes minutos iniciales de la primera trilogía firmada por Peter Jackson a partir de los libros de Tolkien.
El síndrome de Stendhal se hace aquí aún más grave: no hablamos de cinco, sino de casi veinte minutos a mayor gloria del placer de narrar. Se repasan eventos emblemáticos de la Primera Edad del Sol a través de las experiencias y emociones de la (unos miles de años más) joven Galadriel: cómo aprendió el valor de distinguir entre luz y oscuridad, de ser barco en lugar de piedra, o cómo el brillo en su mirada se enturbió para siempre tras la muerte de su hermano Finrod (Will Fletcher) a garras aparentes de Sauron, siervo del derrotado Morgoth. En los más electrizantes de esos primeros veinte minutos, Galadriel (Morfydd Clark) recorre riscos y cuevas como comandante cegada por la sed de venganza.
Tras brillar en 'Saint Maud' como enfermera con complejo de Mesías, la galesa Clark vuelve a desprender fascinación emotiva en el rol de esta Galadriel menos serena que arisca, sin dejar de ser, en cualquier caso, faro de inteligencia e intuición. Pero no todos parecen creerla cuando asegura que el mal no descansa, solo aguarda, y que este periodo aparentemente pacífico para la Tierra Media está a punto de llegar a su fin. Como escribía Tolkien en una línea de 'El Señor de los Anillos' que marcó esta temporada: "Siempre después de una derrota y un respiro, la Sombra toma otra forma y vuelve a crecer".
Una introducción así podría justificar las comparaciones/competiciones entre 'Los Anillos de Poder' y la recién estrenada 'La Casa del Dragón', ambas precuelas de fantasía basadas en partes poco conocidas de totémicas propiedades intelectuales; la primera de ellas, una gran influencia para el padre de la segunda. Pero las diferencias son importantes, sobre todo a nivel de tono. Si la nueva extensión del universo de Martin nos recuerda el cinismo de los hombres y el dolor, a menudo literal y físico, de ser mujer, esta nueva visita al mundo Tolkien celebra la amistad, el ansia de una vida plena o, a través de personajes no canónicos, el entendimiento romántico entre razas.
Pero 'Los Anillos de Poder' justifica especialmente su existencia a través del despliegue formal. Es la serie visualmente más fastuosa desde 'Fundación': los clichés televisuales quedan fuera de la ecuación en una visión de formato panorámico (CinemaScope, para ser precisos), con un gran énfasis en el paisajismo emocional y una cámara movida por la intención o la mejor intuición. En ciertos pasajes se mueve menos, porque Bayona, como Jackson, sabe que a veces es útil decelerar el ritmo e instalarnos en la intimidad casual de los personajes.
El influjo de Jackson planea inevitablemente, pero aún más sencillo es rastrear conexiones entre estos dos primeros episodios, únicos a los que este diario ha tenido acceso, y el resto de la obra del propio Bayona, de nuevo acompañado por el director de fotografía Óscar Faura y los montadores Bernat Vilaplana y Jaume Martí. Es evidente que la experiencia de 'Lo imposible' ayudaría al director con la secuencia de tormenta en los Mares Divisorios. Como en 'Un monstruo viene a verme' o 'Jurassic World: el reino caído', tiene oportunidades para jugar con los placeres de la 'monster movie'. Y el terror más puro de 'El orfanato' asoma en cierta secuencia de espeleología quizá alimentada por el trauma indeleble de 'The descent'.
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