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Crítica de 'Partisan (T1)': el placer de no saber 

Este 'thriller' sueco, mejor serie en Canneseries 2020, es una lección de tensión tranquila y sabia dosificación de la información

Crítica de 'Partisan (T1)': el placer de no saber

Crítica de 'Partisan (T1)': el placer de no saber / Viaplay

Juan Manuel Freire

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Las primeras imágenes de 'Partisan' son de verdadero impacto: una adolescente maniatada cae al vacío cabeza abajo, impacta con el agua y parece ahogarse en el fondo. Probablemente el mejor inicio de serie visto este año. Uno de esos arranques que te hacen sentir en buenas manos, o en la mejor clase de peligro; impresión después confirmada por un desarrollo argumental algo menos opaco pero nunca obvio. Mejor serie en la última edición del prestigioso festival Canneseries, 'Partisan' es una defensa del placer de no saber. 

Estamos acostumbrados a que los personajes digan (o les digan) su nombre y oficio poco después de aparecer en pantalla, pero no esperen eso en esta ocasión. Aquí la información se dosifica de forma lenta y ambigua y se invita al espectador a dudar sobre ella, o a preguntarse por qué duda sobre ella: nadie quiere creer que el protagonista (el gran actor libanés Fares Fares, cocreador junto a Amir Chamdin) se llame Johnny solo por tener rasgos árabes. Como en otros ejemplos menos soleados de 'noir' escandinavo, se echa por tierra, sutil pero crudamente, cualquier idea de Suecia como país abierto a la idea del otro. En ese contexto, el uso de un himno antifascista como 'The partisan' (en la clásica versión de Leonard Cohen de 1969) como primera canción de la banda sonora no puede ser casual.

Johnny ha empezado a trabajar como (aparente) transportista para una (aparente) granja orgánica desdoblada en algo más, "una secta o algo así". Esta última definición es de la huérfana problemática Nicole (Sofia Karemyr), trasladada allí con su hermana Maria (Ylvali Rurling) para (en apariencia) simplemente pasar el verano. Lo que parece una comunidad idílica oculta secretos oscuros, como suele suceder con cualquier lugar que cuenta con su propio libro de reglas. Todo parece responder a unos rituales establecidos a base de sugestión, empezando por los movimientos de ese equipo de gimnasia rítmica perfectamente armonizado, dentro y fuera del entrenamiento. En el aire flota el misterio de la desaparición de una chica. En el fuero interno de Johnny, la sensación de que en este lugar hará mucho más que transportar: queda claro la noche en que le arrebatan el descanso para ir a cavar una zanja de dos metros. 

Podríamos hablar de Johnny como equivalente del espectador, pero en realidad conocemos a Johnny todavía menos que a nosotros mismos. Él mismo y sus intenciones y su pasado componen un misterio que apilar sobre los enigmas infinitos de la comunidad donde ha ido a trabajar. Y lejos de frustrar, esa falta de información tan solo seduce, al menos a este cronista ya cansado de mitologías sobreexplicadas y diálogos como sacados de una subsección de alguna página wiki. Fares Fares sabe dar personalidad a su personaje solo a base de postura y mirada: vuelve a dejar huella en una serie tras ejercer en 'Chernobyl' como soldado soviético que recibe órdenes de disparar a las mascotas abandonadas

Sería casi criminal seguir dando detalles (por ejemplo, la lógica del creciente apego de Johnny por las huérfanas) en lugar de permitir a otros espectadores ese placer de no saber. La misión de la serie, sea como sea, empieza a emerger claramente ya desde sus primeros minutos: desdibujar la imagen progresista de Suecia y desvelar, o recordarnos, que una parte de la sociedad del país siente más respeto por el medio ambiente que por los inmigrantes de países europeos orientales. 

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