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Crítica de 'Cobra Kai (T3)': demasiada seriedad no puede ser buena

El revival de 'Karate kid' sigue alejándose de la comedia en una tercera temporada algo prescindible, pero con sus momentos

Ralph Macchio y Billy Zabka en la tercera temporada de 'Cobra Kai'.

Ralph Macchio y Billy Zabka en la tercera temporada de 'Cobra Kai'.

Juan Manuel Freire

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La primera temporada de 'Cobra Kai' fue mejor de lo que nadie podía esperar, o de lo que otra sobreexplotación de la nostalgia ochentera tenía derecho a ser. Esta extensión tardía de 'Karate Kid', situada varias décadas después de la victoria de Daniel LaRusso (Ralph Macchio) sobre Johnny Lawrence (Billy Zabka), revitalizaba la franquicia a través de un inesperado e inspirado ángulo cómico: esto iba de poner en cuestión los valores de una generación y los excesos de cierta idea de (hiper)masculinidad pasada de demasiados padres a demasiados hijos durante demasiado tiempo.

En principio, ni LaRusso ni mucho menos Lawrence eran héroes en los que confiar, sino machos alfa trasnochados con mucho en común con los antihéroes engreídos de Danny McBride. Pero de ambos personajes era posible aprender algo, a pesar de todo: una dureza no exenta de cortesía. LaRusso y Lawrence acaban coincidiendo bastante en su forma de ver el kárate. Puede que el segundo sea un senséi menos filosófico, más chulesco, pero "ser malote no significa ser un gilipollas", como señala en la tercera temporada.

Un malo malísimo

Estos nuevos episodios establecen definitivamente al resucitado (por segunda vez) John Kreese (Martin Kove), antiguo senséi de Lawrence, como único villano de la función. En lugar de aportar bienes a la comunidad, azuza las cenizas aún incandescentes de la batalla de instituto entre dojos que fue gran clímax de la segunda temporada. Es un malo malísimo sin complicaciones, aunque con sus razones. Todo el mundo las tiene: lo decía Renoir. Se nos explican en 'flashbacks' innecesarios de su experiencia en la guerra de Vietnam.

Los guionistas han dejado ya bastante de lado la comedia que animó la serie en un principio. De entrada, todo arranca en un clima de bajón. Dos semanas después de aquella obscena orgía de golpes en el instituto, Miguel (Xolo Maridueña) está en coma; Robby (Tanner Buchanan), responsable de dicho coma, se ha dado a la fuga en mitad del pánico; Johnny, padre de Robby, busca el consuelo en la bebida; Daniel ha perdido su buena imagen pública y el negocio de los automóviles se tambalea; Sam (Mary Mouser), su hija, ha sido expulsada temporalmente del instituto, y la principal rival de Sam, Tory (Peyton List), no podrá volver a estudiar allí.

Buscando una redención

Para arreglar esta situación, Daniel buscará respuestas lejos de casa (o mejor, lejos de su casa de ahora mismo), y Johnny seguirá buscando una redención mirando en su interior. Ambos quieren que otros, sus hijos, sus amigos y los jóvenes del valle, dejen de sufrir por sus historias. Pero Kreese no está dispuesto a claudicar, a dejar de hacer bandera del relativismo moral. Sabrá ingeniárselas para arrastrar a Tory, Robby y otros chicos perdidos o rebeldes a la encarnación más implacable de Cobra Kai hasta la fecha.

Conforme su trama se ha vuelto más absurda, la serie ha adquirido, paradójicamente, mayor circunspección. Pero lo que mejor funciona es su comedia y su acción. Por el primer lado, resulta impagable ver a Lawrence abriéndose paso en las indignidades de Facebook. Por el segundo, hay un gran partido de fútbol con patadas voladoras (sombras de 'Shaolin soccer') y, por supuesto, un salvaje a la par que maravillosamente musical clímax de temporada que casi hace perdonar todos los baches del camino. Casi.

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