'Euphoria: las rayadas no son eternas': un paréntesis esencial

El episodio navideño del drama 'teen' es una emotiva obra de teatro para dos personajes, Rue y su padrino en Narcóticos Anónimos

Imagen de 'Euphoria: las rayadas no son eternas'.

Imagen de 'Euphoria: las rayadas no son eternas'.

Juan Manuel Freire

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Antes que nada, conviene recordar. ¿Dónde nos dejó 'Euphoria' al final de su primera temporada? En el suelo del ring, derrotados por el doble nocaut de esos 'trips' emocionales al son del maestro R&B Donny Hathaway y la propia Zendaya, protagonista de la serie, cantando 'All for us' de Labrinth

La primera parte de 'Las rayadas no son eternas', episodio-bisagra entre la primera y segunda temporadas, nos engaña un poco con una realidad alternativa –Jules y Rue disfrutando juntas la vida que soñaban– para revelar pronto que el segundo de aquellos viajes no representaba, en ningún caso, un 'flashback' de la primera sobredosis de Rue, sino una recaída en toda regla.

En realidad, Rue sigue donde se quedó al dejar pasar el tren. Y está pasando la Nochebuena, de momento, en un diner al lado de un motel, acompañada por su padrino de Narcóticos Anónimos, Ali (Colman Domingo). Estamos ante, básicamente, una obra de teatro para dos personajes, en un solo escenario, filmada de forma estética, pero sin excesivas florituras formales; algo muy lejos de la torrencial narrativa visual a la que nos tiene acostumbrados Sam Levinson, creador y director de la serie.

En un primer momento, la reacción puede ser de decepción: uno empieza un capítulo de 'Euphoria' esperando la experiencia sensorial. Pero, poco a poco, conforme Rue y Ali empiezan a deshilvanar ideas sobre adicción, religión, revolución o redención, se empieza a vislumbrar la realidad. Esto no es un mero tentempié para fans, sino un episodio esencial de la serie, quizá incluso el más esencial. Uno que permite a Rue explicarse, defenderse, entenderse, ser conocida en su esencia. Y que echa por tierra definitivamente la idea de que 'Euphoria' es solo forma, aunque en ella la forma siempre haya sido fondo. 

Es una forma sensible, que no sensiblera, de entender el concepto 'especial navideño': una conversación afectuosa entre generaciones destinadas a no entenderse, entre un antiguo adicto al crack de 54 años y una joven de 17 que no tiene planes de dejar las drogas ni pasar mucho tiempo en este mundo. En su exploración de la subjetividad de los altos y bajos de sus jóvenes antihéroes, sobre todo de Rue, la serie ha podido dejar de lado la perspectiva adulta, algo que este episodio corrige con determinación y buenas palabras. Por supuesto, también buena música: un emotivo interludio para cierta llamada saca oro del 'Me in 20 years' de Moses Sumney

Si hay una serie que tendrá problemas para seguir siendo la que era en tiempos poscovid, esa debe ser la sensual 'Euphoria', en la que el lenguaje de los cuerpos y la fisicidad de las relaciones juegan un papel determinante. Pero, de momento, Levinson ha sabido sacar virtudes de todas estas nuevas, ojalá temporales, limitaciones, para entregar un episodio que hace honor a la intensidad de la serie sin necesitar otro enfrentamiento que el verbal

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