CRÍTICA DE SERIE

'Deutschland 89': El final de las dos Alemanias

En la tercera temporada, las dudas e incertezas del protagonista como agente al servicio del comunismo entran en colisión con los cambios ante la caída del Muro

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Quim Casas

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Martin Rauch, apodado Kolibri, es alguien a quien le gusta salirse del guion, según opinión de uno de sus mandos de la antigua República Democrática Alemana. Pero los que detentan el poder avisan de que siempre envían a Moscú a los hijos de quienes se salen del guion. La acción de ‘Deutschland 89’, final de la trilogía formada con ‘Deutschland 83’ (2015) y ‘Deutschland 86’ (2018), arranca 36 horas antes de la caída del muro de Berlín, del fin de las dos Alemania, del final también de la guerra fría tal y como fue entendida desde que terminará la segunda contienda mundial. Un episodio muy atractivo para la ficción, y otra de las meritorias formas con las que la actual Alemania revisa su compleja historia más o menos reciente.

Martin pertenece a la HVA, el servicio de espionaje exterior de la Alemania Oriental. Tiene un hijo, Max, uno de esos niños que puede ser enviado a Moscú donde, además, la exesposa de Martin le reclama. Para quienes no hayan visto las dos temporadas anteriores de este fresco alemán, se nos recuerda que, en la primera de ellas, Martin evitó una hecatombe nuclear. Es, a su modo y pese a su juventud, una leyenda, pero también un personaje real, cercano, que no quiere utilizar cigarrillos envenenados para eliminar al político que está a punto de legitimar la nueva ley de viajes entre las dos Alemania, es decir, el principio del fin para la vertiente comunista del país aún dividido.

Libertad a gritos

El ecosistema político del momento está muy bien explicado a través de las relaciones entre los personajes, sin necesidad de secuencias didácticas y a la vez farragosas. Martin aparece incrustado en un momento clave de la historia del último medio siglo. Todo el mundo tiene voz en los primeros compases de la serie. Para Lena Rauch, tía del protagonista y encarcelada desde la anterior entrega de la serie, la gente pide libertad a gritos y les van a dar capitalismo. Lo que entonces era una intuición se convertiría en poco tiempo en una evidente realidad.

En la primera temporada, más tendente al relato de espionaje, Martin era seducido por los encantos de ese mismo capitalismo. En la segunda, el joven espía debía resituarse, tutelado por su tía, en una Alemania del Este con visos de cambio. En esta tercera, sus dudas e incertezas como agente al servicio del comunismo entran en colisión con los cambios sociopolíticos y la llegada de un nuevo mundo, quizá mejor, quizá peor.