CRÍTICA DE SERIE

Crítica de 'Antidisturbios': con la porra y el casco en las cloacas del poder

Estamos ante el mejor trabajo de Sorogoyen hasta la fecha, el más contundente y equilibrado a la hora de atrapar al espectador dentro de su perfectamente orquestada tela de araña

Un fotograma de la serie 'Antidisturbios'

Un fotograma de la serie 'Antidisturbios' / MOVISTAR +

Beatriz Martínez

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La ambivalencia moral es una de las señas de identidad de todo el cine de Rodrigo Sorogoyen, así que parecía inevitable que esa querencia por los planteamientos incómodos y los personajes turbios también se convirtiera en el punto de partida de su primer acercamiento a la ficción televisiva, en este caso de la mano de <strong>Movistar+</strong>.

Situar a un cuerpo de policía tan estigmatizado como el de los antidisturbios en el centro del relato ya es sin duda una declaración de intenciones. ¿Qué se oculta tras la porra y el casco? ¿Cómo les afecta la violencia de su trabajo en sus relaciones personales?

Sorogoyen parece disfrutar filmando en el interior de ese furgón repleto de testosterona y camaradería masculina compuesto por seis actores entregados (y perfectos en sus respectivas ejecuciones) que son todo nervio en las escenas grupales y que muestran sus miserias dentro de una intimidad en la que no terminan de sentirse cómodos.

Pero, en realidad, lo que de verdad les interesa a los creadores (el director junto a su guionista habitual, Isabel Peña) es escarbar en las cloacas del poder al igual que hicieron en<strong> ‘El reino’</strong>. Los antidisturbios son la excusa para llegar a la corrupción institucional, a los personajes siniestros que manejan los hilos, a todo un entramado de especulación inmobiliaria en un Madrid dominado por los chanchullos y las concesiones urbanísticas fraudulentas. Para ello utilizan la figura de una joven perteneciente al departamento de asuntos internos, Laia Urquijo (increíble Vicky Luengo) que se encargará de desentrañar toda esa enrevesada y putrefacta madeja a lo largo de seis episodios que van de más a más.

Sorogoyen domina el 'thriller' y su ritmo a la perfección, pero hasta el momento había pecado de intentar situarse por encima de las imágenes que filmaba. En ‘Antidisturbios’ todavía encontramos tics molestos (la utilización peregrina del gran angular), pero en general su cámara intenta acoplarse de forma orgánica a las pulsiones de la historia, consiguiendo componer 'set-pièces' realmente admirables, en especial el desahucio con el que se abre el primer episodio, el plano secuencia de la cena final o la adrenalítica carga contra los ultras de fútbol en el quinto capítulo a ritmo de <strong>la música electrónica de Olivier Arson</strong>. Hay detrás de cada escena inquietud y ganas de salirse de los esquemas convencionales, muchas dosis de imaginación visual y riesgo, y eso se agradece y aplaude.

‘Antidisturbios’ es sin duda el mejor trabajo de Sorogoyen hasta la fecha, el más contundente y equilibrado a la hora de atrapar al espectador dentro de su perfectamente orquestada tela de araña, en la que hay espacio para abordar lo macro (el entramado estructural), como lo micro (las diversas frustraciones de los personajes). Por primera vez es capaz de retratar los personajes de una manera verdaderamente poliédrica sin caer en simplificaciones, con sus luces y sus sombras, de una manera muy directa. En definitiva, una magnífica serie hecha de golpes y de reflexión, de sangre, hormonas y mucha porquería moral.