FENÓMENO AUDIOVISUAL

Pasión desenfrenada por las series turcas

Las ficciones del país del Bósforo han llegado a 140 países y alcanzado a más de 700 millones de espectadores, lo que le convierte en el segundo exportador mundial de entretenimiento televisivo

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Nando Salvà

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Transcurren en palacios, mansiones en primera línea del Bósforo y otros deslumbrantes escenarios estambulíes, plantean el tipo de romanticismo decoroso y los temas universales que viajan sin obstáculos entre diferentes culturas, están protagonizadas por intérprtes que no desentonarían en una pasarela y cuentan historias increíblemente simples. Y, con esos ingredientes básicos, han conquistado el mundo. 

Gracias a sus teleseries, en efecto, Turquía se ha convertido en la segunda industria que más entretenimiento televisivo exporta a las demás por detrás de Estados Unidos, alcanzando más de 700 millones de espectadores en 140 países y penetrando en hogares de lugares tan distintos entre sí como Oriente Próximo, Corea, los Balcanes, Escandinavia y hasta Latinoamérica, territorio tradicionalmente conocido por vender al exterior sus propias telenovelas pero en el que cada vez hay más niños llamados Onur o Sehrazat en honor a los héroes televisivos de sus padres.

Y también en España llevamos rendidos al empuje de esas ficciones desde que el canal Nova estrenó ‘Fatmagül’ en 2018. A finales del año pasado la visita a Madrid del galán Can Yaman, protagonista de títulos como ‘Luna llena’ y ‘Pájaro soñador’, generó tal revuelo entre sus miles de fans que exigió escolta policial; y ‘Mujer’, que Antena 3 emite actualmente en ‘prime time’, se mantiene fuerte como líder de audiencia; el pasado lunes, ni siquiera una nueva emisión de ‘Titanic’ en Telecinco logró arrebatarle el puesto.

Las telenovelas turcas llevan viajando al extranjero desde 1999 pero es en 2008, gracias a la emisión de ‘Gümüs’ en Oriente Próximo -donde su episodio final atrajo a 85 millones de espectadores-, cuando empezó el fenómeno. Sus protagonistas alcanzaron el estatus de celebridad en la región; los jóvenes empezaron a imitar los movimientos y el corte de pelo de Kıvanç Tatlıtuğ, actor habitualmente comparado con Brad Pitt; los rasgos de Songül Öden se convirtieron en tendencia en las clínicas de cirugía plástica. Turquía se convirtió en destino turístico prioritario para el mundo árabe.

Para la doctora Yesim Kaptan, coautora del libro ‘Television in Turkey’, “dado que el público de esos culebrones es mayormente femenino, buena parte de ese éxito está relacionado con su énfasis en asuntos de mujeres”. Para las espectadoras árabes resulta inspirador contemplar en pantalla a las heroínas de series como ‘Amor prohibido’, que bailan en discotecas, besan a sus novios en la calle y discuten temas como el sexo premarital o el adulterio pero, al mismo tiempo, rezan a menudo y respetan a sus mayores. En cualquier caso, añade Kaptan, “muchas de esas series son implícita o explícitamente sexistas. A pesar de que algunos de ellos son mujeres relativamente autónomas e independientes, en general sus personajes femeninos refuerzan la estructura patriarcal dominante en lugar de ponerla en cuestión”. 

Instrumento de propaganda

La instrumentalización cultural e ideológica de la que es objeto la producción televisiva turca queda particularmente clara en dos de los tipos de ficciones que más éxito han tenido en el país en los últimos años. El primero de ellos son las intrigas políticas, que proliferaron primero después de las revueltas ciudadanas del parque Gezi en 2013 y después tras el intento de golpe de estado de 2016, y cuyos protagonistas son soldados o miembros del servicio de inteligencia que combaten a enemigos internos y externos que tratan de destruir Turquía. Títulos como ‘Reaksiyon’ -modelado a imagen y semejanza de ‘Homeland’- y ‘Lobo’ promueven la idea de que un Estado paralelo permanece infiltrado en la burocracia del país y dispuesto a tomar el poder; es lo mismo que el presidente Recep Tayyip Erdogan lleva años predicando. 

Por su parte, un número creciente de dramas de época se dedican a glorificar el Imperio Otomano e invitan a conectar su historia con la Turquía contemporánea para justificar el nacionalismo islamista promovido por el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), que ocupa el gobierno. De hecho, Erdogan contribuyó de forma especialmente activa en la promoción de ‘Resurrección Ertugrul’, centrada en la vida del padre del fundador del imperio y catalogada como la alternativa turca a ‘Juego de Tronos’. Burak Özcetin, profesor asociado en la universidad Bilgi de Estambul, opina que “el culto al líder que envuelve a Erdogan es esencial para entender estas ficciones, que funcionan como manifestaciones de apoyo a la hegemonización de la autocracia en Turquía”. 

En cualquier caso, el valor propagandístico de esas recreaciones históricas tiene alcance internacional. Series como ‘Payitaht: Abdülhamid’ o la mítica ‘El sultán’, que ha atraído a 200 millones de espectadores en todo el mundo -la rapera Cardi B. es fan-, han sido acusadas de reescribir el pasado con el fin de revivir en el mundo árabe una simpatía hacia el legado otomano y extender la influencia turca en la política, la cultura y la economía de sociedades en su día gobernadas por los sultanes.

Como consecuencia, a principios de este año la autoridad religiosa de Egipto emitió una fetua que advertía de los peligros de ver series turcas, a las que acusaba de exportar la idea de que los turcos son los responsables de los musulmanes en todo el mundo. Reacciones similares ya habían tenido lugar por ese mismo motivo en 2012, cuando Macedonia prohibió parcialmente la emisión de esas ficciones, y en 2018, cuando la cadena saudí MBC las eliminó por completo de su programación.     

Por los valores morales

Para algunas de estas series, en todo caso, la amenaza de la censura no está en el exterior sino en su propia casa. Justo después de su estreno el pasado enero, el melodrama ‘Babil’ fue acusado de hacer apología del terrorismo y sometido a una investigación; lo mismo le había pasado dos años antes a ‘Avlu’, drama carcelario en la línea de ‘Orange is the New Black’. En los canales de televisión generalistas, incluso las escenas sexuales más púdicas están prohibidas porque atentan contra los valores morales; asimismo, aquellas en las que aparecen tanto cigarrillos como copas y botellas con alcohol son convenientemente pixeladas.

“El organismo regulador de la radio y la televisión están en manos del poder político, pero ese no es el único mecanismo de cansura”, explica Özcetin. “Los políticos acostumbran a impulsar campañas en contra de grupos mediáticos, cadenas y celebridades. Los contornos de la libertad de expresión están muy difuminados en el país”. Hasta ahora las plataformas digitales permitían una mayor libertad, pero hace solo unas semanas Netflix se vio obligada a cancelar la producción de la serie ‘If only’ porque las autoridades, escandalizadas por la presencia de un personaje gay en la trama, se negaron a otorgar el permiso de rodaje. Ahora, el gigante del ‘streaming’ se plantea abandonar Turquía. 

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