CRÍTICA DE SERIE
'Por trece razones' (T4): razones para enfadarse
La emblemática serie llega a su final plenamente convertida en una cínica y aburrida sombra de lo que fue
Juan Manuel Freire
Periodista
Periodista y crítico cultural.
Juan Manuel Freire
El espectáculo no siempre debe continuar, pero el negocio es el negocio y cualquier razón, lógica o no, puede bastar para alargar una serie. En el caso de 'Por trece razones', sus creadores nos quisieron hacer creer que seguir conociendo las repercusiones del suicidio de Hannah Baker era imperativo moral. Como no había libro de Jay Asher en el que basarse, ni cintas de Hannah por escuchar, decidieron hacer un 'Rashomon' y reexplorar la figura trágica central desde múltiples puntos de vista. Por el camino lograron ser bastante irrespetuosos con Asher, con Baker y con los espectadores más sensibles. Todo lo que tiempo atrás parecía atrevimiento necesario cobraba ahora tintes de explotación gratuita, o casi. Quizá por esto último, en su tercera temporada viraron hacia una trama de asesinato bastante convencional.
La cuarta y, al parecer, última temporada sigue un poco esta línea, cambiando el '¿quién mató?' por el '¿quién ha muerto?'. Todo arranca con el funeral de alguien; no sabemos quién, solo que es alguien de clase. Luego saltamos seis meses atrás, unos dos después de los acontecimientos de la anterior temporada. Los alumnos del Liberty High se preparan para la graduación, pero algunos tienen peores preocupaciones que su futuro estudiantil o profesional.
De todo el grupo de amigos, Clay (Dylan Minnette) es el que parece llevar peor la culpa por ocultar el asesinato de Bryce e incriminar a Monty, encarcelado por abusar de Tyler y asesinado en prisión. Si en las dos primeras temporadas recibía visitas de Hannah, ahora tiene visiones de Monty y más tarde de Bryce, quien le anima a violar a una chica que ha perdido el conocimiento. Que Winston, el ex de Monty, se cambie al Liberty High no ayuda a la paranoia de Clay, solo la empeora. La pregunta inicial (el '¿quién ha muerto?') se desdobla en otras no demasiado interesantes: ¿ha matado Clay a alguien? ¿Se ha matado a sí mismo?
No es fácil enumerar una, ni dos, ni mucho menos trece razones por las que esta temporada debería existir, y sí más de veintiséis para enfadarse por su existencia: el sinsentido, la falta de verdadera emoción, el cinismo, el tedio… 'Por trece razones' es un ejemplo realmente histórico de por qué las buenas cosas deben dejarse como están. Sus últimas temporadas han conseguido estropear con efecto retroactivo la imagen de algo que fue especial. Cuando acabó la primera temporada, simplemente oír el título 'Por trece razones' podía invitar a suspirar. Ahora mismo oírlo solo invita a resoplar.
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