ESTRENO
Crítica de 'Hunters': una serie en guerra consigo misma
Este thriller setentero sobre justicieros cazanazis se debate incómodamente entre la severidad y la ironía pop
Juan Manuel Freire
Periodista
Periodista y crítico cultural.
Juan Manuel Freire
Por su sinopsis y sus avances, se podía llegar a entender que 'Hunters' iba a ser un poco como 'Malditos bastardos', pero recontextualizada en el Brooklyn de 1977. La creación del casi novato David Weil partía de una premisa, cuanto menos, sugestiva: superviviente del Holocausto lidera tropa de justicieros a la caza de nazis infiltrados en suelo estadounidense y preparados para armar el Cuarto Reich. Los tráilers avanzaban un divertimento 'exploitation' de alto presupuesto, una impresión confirmada por el explosivo arranque de la serie: esa barbacoa en un jardín con piscina que acaba en masacre cuando una invitada señala al anfitrión como señalaba Donald Sutherland a Veronica Cartwright al final de 'La invasión de los ultracuerpos'.
Pero esa apertura no establece el tono, o no, al menos, el único tono de una serie con cierta crisis de identidad. Puede que 'Hunters' tenga a un Al Pacino de exagerado acento yiddish como jefazo de una banda con su propia Cleopatra Jones (Tiffany Boone), su propio Bruce Lee (Louis Ozawa) o, como último fichaje, un nerd de los tebeos (Logan Lerman) que resulta tener talento para la criptografía. Puede que durante la presentación del equipo suene 'Hava nagila' en versión surf-rock. Puede que se use la ultraviolencia para buscar posibles momentos de culto, como cierto asedio en una bolera o esa partida de dardos con diana humana.
Todo eso está ahí, pero combinado, poco fluidamente, con momentos de verdadera severidad: flashbacks a campos de concentración y crímenes de guerra, todo ello rodado con dramatismo operístico o notable crudeza. 'Hunters' es como un divertimento pulp en guerra constante consigo mismo; una fantasía de venganza que no deja de preguntarse, de preguntarnos, si la mejor venganza es la venganza.
Por otro lado, una narración más concisa habría sido de agradecer. El primer episodio dura 90 minutos (más que la película 'exploitation' media) y en él ni siquiera acaban de aparecer todos los personajes principales. Jordan Peele, uno de los productores ejecutivos, debió escuchar las críticas a su hipertrofiada visión de 'La dimensión desconocida' y recordar el valor de la economía narrativa.
Si la serie se deja ver es, sobre todo, por su estilizada recreación de los setenta, obra del diseñador de producción Curt Beech ('Infiltrado en el KKKlan'), bien secundado por la directora de arte española Rosa Callejas. Estaría bien poder verla sin diálogo, admirando sus localizaciones, diseño gráfico y decoración mientras suenan las frecuencias ululantes del siempre fiable compositor Cristobal Tapia De Veer.
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