ESTRENO

Crítica de serie: 'L: Generación Q', entre la frivolidad y la seriedad

La nueva entrega de 'L' lucha por la representación y la inclusividad con armas muy variadas

Un fotograma de 'L: Generación Q'

Un fotograma de 'L: Generación Q' / periodico

Juan Manuel Freire

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En el 2004, 'L' era lo nunca visto: una serie de 'prime time' con reparto coral de mujeres lesbianas y bisexuales. Huyendo de tópicos, mostraba a unas heroínas nada torturadas ni marginadas, sino con vidas felices, glamurosas y sexis hasta la casi fantasía. No estábamos tan lejos de los lujos inspiradores de 'Sexo en Nueva York', solo que aquí el drama ganaba ligeramente a la comedia.

En el 2019, diez años después de su final, 'L' vuelve dispuesta a ofrecer una visión del mundo, si cabe, todavía más inclusiva: la 'Q' del subtítulo de esta secuela-reboot corresponde a 'queer', en referencia a todas las identidades sexuales que no se adscriben a la norma heterosexual. A los personajes ya conocidos de Bette (Jennifer Beals), Shane (Katherine Moennig) y Alice (Leisha Hailey) se deberían unir, en principio, personajes muy diversos y siempre positivos.

En el primer capítulo ya conocemos a las principales nuevas creaciones, básicamente enmiendas al original. Si en aquel apenas aparecían lesbianas 'butch' (o que se comportan de forma masculina), en 'L: Generación Q' tenemos a la Finley de Jacqueline Toboni, aunque su masculinidad es, de momento, más estética que otra cosa. Si en el original había pocos y algo anecdóticos personajes latinos, esta nueva entrega arranca con una larga escena de sexo entre un par de millennials Latinx, la chilena-iraní Dani (Arienne Mandi) y la dominicana-estadounidense Sophie (Rosanny Zayas), a las que se cede, además, un buen tiempo de pantalla durante el piloto. Si el antiguo personaje trans de 'L', Max (Daniela Sea), pasaba de un trauma a otro, el Micah (Leo Sheng) de 'L: Generación Q' parece llevar una vida tranquila y no tener muchos remilgos a la hora de flirtear con el nuevo vecino.

Nada de esto resulta tan sorprendente, por suerte, como podría haberlo sido hace unos años. Ya hemos visto alguna serie ('Vida') protagonizada por lesbianas millennials Latinx. Ya hemos visto no solo a personajes centrales trans, sino a actrices trans haciendo de ellos, como Hunter Schafer en 'Euphoria', Jen Richards en 'Mrs. Fletcher' o gran parte del reparto coral de 'Pose'. Pero todavía queda mucho por hacer en términos de representación, algo a lo que 'L: Generación Q' parece querer contribuir sinceramente.

En su papel como sustituta de Ilene Chaiken, atada a un contrato de exclusividad con otro estudio, la showrunner Marja Lewis-Ryan se muestra fiel a los placeres frívolos y las fragancias de culebrón de lujo del original, pero busca también un drama serio, uno que sirva para disparar debates sobre género, raza y clase. No es un equilibrio fácil, y a veces 'L: Generación Q' parece querer abarcar demasiado, pero al menos en su primer episodio (único emitido; este diario no ha tenido acceso a avances), las buenas intenciones y los buenos momentos ganan a los instantes de duda.