ESTRENO

Crítica de 'The end of the f***ing world' (T2): viaje a ninguna parte

La segunda temporada del éxito sorpresa prolonga innecesariamente la historia del cómic de Charles Forsman

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Juan Manuel Freire

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No, nunca fue el fin de 'The end of the f***ing world': en días de sobreexplotación de propiedades intelectuales, nada exitoso puede quedar sin continuación, y por eso lo que pudo haber sido una (verdadera) miniserie se prolonga y complica y pierde magia en la segunda parte que la novela gráfica original de Charles Forsman nunca tuvo.

Como se nos recuerda en un prólogo, el 'sleeper' de Channel 4 (que no de Netflix, solo distribuidora internacional) seguía el viaje por carretera de dos adolescentes, la impulsiva Alyssa (Jessica Barden) y el psicótico James (Alex Lawther). A la fuga de su vida la primera; secretamente interesado en cargarse a su nueva amiga, el segundo. Tras allanar la casa equivocada, todo cambiaba. James mataba, pero no a Alyssa, sino al profesor/violador en serie Clive Koch (Jonathan Aris), y después moría a manos de la policía. O quizá no.

Se puede vivir con la duda, y en el arte puede servir para que las historias te posean, nunca te abandonen, pero algunos prefieren la certeza ante todo: la de saber qué pasó con Tony Soprano o el joven James. Esto último lo explica innecesariamente la guionista Charlie Covell en el segundo episodio de esta temporada. Antes, en el primero, nos presenta a Bonnie (Naomi Ackie, la criada Anna de 'Lady Macbeth'), un nuevo personaje, inspirado en una creación de Forsman, decidido a vengar la muerte de Koch.

En el segundo episodio, también volvemos a saber de Alyssa, quien solo tuvo que prestar servicios a la comunidad por lo sucedido y pudo volver a hacer su vida, es decir, a aburrirse soberanamente. Tras mudarse al campo, se echa un novio medio lelo y decide casarse con él, no tanto por amor como por llevar la contraria a la contemporaneidad. "Casarte joven es de lo más renegado que puedes hacer hoy en día", dice una voz en off a veces todavía usada ingeniosamente.

Pero su intento de hacer vida obscenamente normal se acaba apagando y regresan las ganas de marcharse; marcharse pero no querer ir a ningún sitio. 'The end of the f***ing world' vuelve a ser una comedia triste, a veces muy seria, sobre alienación y también anomía, apoyada en una paleta visual propia del thriller. También de nuevo, sus directores (esta vez dos directoras, Lucy Forbes y Destiny Ekaragha) parecen imaginar la película más oscura jamás dirigida por Wes Anderson: su huella es evidente en la simetría de muchas composiciones o la tendencia a unir estrechamente imagen con música pop y soul vintage que suele ejercer como contrapunto irónico.

La presencia de canciones y música (original de Graham Coxon) llega a resultar excesiva: se usan todas esas maravillosas melodías casi como muletas para ayudar a la serie a caminar, a aparentar fluidez, energía y vida. Sin ellas o las prestaciones de Barden & Lawther, esta temporada de 'The end of the f***ing world' sería difícil de terminar. E incluso con todo eso lo es.