CRÍTICA DE SERIE
'La guerra de los mundos': contra el viejo imperialismo
La nueva adaptación del clásico en forma de miniserie llega a Movistar+ tras su estreno en el festival de Sitges
Juan Manuel Freire
Periodista
Periodista y crítico cultural.
Juan Manuel Freire
Readaptar un relato de tanta carga simbólica y constante actualidad como 'La guerra de los mundos' debía resultar tentador, sobre todo porque las obras de H. G. Wells son desde hace dos años de dominio público y, por tanto, no hay que pagar derechos. Los riesgos que corría esta nueva miniserie eran, sobre todo, artísticos: muchas anteriores adaptaciones del clásico de la ciencia ficción de 1897 forman parte del imaginario pop colectivo, empezando por la narración radiofónica de Orson Welles que puso a los estadounidenses en alerta y siguiendo por grandes películas de 1953 y el 2005 en forma de parábola de, respectivamente, la guerra fría y el 11-S. Eso por no hablar del doble álbum de Jeff Wayne, clásico de los discos de concepto.
Estrenada íntegra en el festival de Sitges, esta versión de tres horas escrita por Peter Harness ('Wallander', 'McMafia') empieza siendo fiel al libro, parafraseando ese párrafo inicial sobre nuestra ingenuidad al creer que no éramos escudriñados por inteligencias superiores. Decimos 'parafraseando' porque la fidelidad al original no es tanta: en esta producción de Mammoth Screen no estamos en los últimos años del XIX, sino en los primeros del XX, en la época eduardiana. Y si en la novela de Wells apenas había personajes con nombre, aquí se cuenta, en esencia, la historia de George (Rafe Spall, premiado en Sitges por su papel en 'El ritual') y Amy (Eleanor Tomlinson, Demelza en 'Outlander'), una pareja de enamorados que lucha contra la esposa resentida del primero, incapaz de ceder al divorcio, y después contra algo peor: la invasión de los marcianos.
Un imperio más allá de la Tierra
La narración alterna, no sin problemas de ritmo, entre dos tiempos, el del ataque destructivo de los marcianos y el de un paisaje devastado futuro, de cosechas muertas y aguas rojas, por el que Mary e hijo deambulan en busca de algo parecido a un porvenir. El primero de esos tiempos, con sus hazañas bélicas de ciencia ficción de época, resulta el más sugerente, a pesar de la discreción de algunos efectos especiales: los trípodes o máquinas de guerra resultan convincentes; no tanto esa especie de pulso que quema a la gente hasta la muerte.
A la pregunta "¿por qué esta adaptación ahora?" se puede responder con un simple "porque Wells es gratis", pero Peter Harness es un guionista astuto y ofrece, a través de la fantasía y de la mano de Wells, una respuesta contundente a los desmanes imperialistas de un Occidente que pierde el rumbo. También al cierto absurdo de pensar en la humanización del espacio en lugar de salvar lo que tenemos aquí. Dice, entusiasta, el ministro encarnado por Nicholas Le Prevost: "El mundo es limitado y debemos tomar tanto territorio como sea posible. Si pudiéramos subir allí arriba… ¡Un imperio más allá de la Tierra! ¡Imagina!".
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