EFECTOS SOBRE LA SALUD

El accidente de la central nuclear de Chernóbil causó al menos 4.000 víctimas directas y más de 600.000 indirectas

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La explosión del reactor número 4 fue 500 veces más potente que los bombardeos de Hiroshima de 1945

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Valentina Raffio

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26 de abril de 1986. Prípiat, Ucrania (Unión Soviética, por aquel entonces). El sistema de seguridad de la planta nuclear de Chernóbil es apagado deliberadamente mientras se realizan algunas pruebas. Tras unos 30 segundos de calma, en el reactor número cuatro se origina una violenta explosión. La energía liberada en ese instante desmorona las más de mil toneladas del edificio. Y es entonces cuando, tras tan solo un puñado de segundos, Chernóbil se ha convertido en el escenario del mayor desastre nuclear y uno de los mayores desastres medioambientales jamás conocidos. En cuanto a magnitud, se estima que la explosión fue 500 veces más potente que los bombardeos de Hiroshima de 1945. En cuanto a impacto humano, sin embargo, más de 30 años después seguimos sin saber el número de víctimas causadas por el incidente.

En el momento exacto de la explosión, según los datos oficiales, la onda expansiva acabó al instante con la vida de una treintena de trabajadores de la central nuclear. Pero más allá de estos, la cantidad de víctimas causadas por la exposición a corto, medio y largo plazo a la radiación sigue estando a debate. Kate Brown, profesora de Historia en la Universidad de Maryland Baltimore County, argumenta que en su origen este desconocimiento surgió de la falta de información sobre los efectos de la radiactividad en el cuerpo humano. De ahí que tras el accidente Chernóbil se convirtiera en un "laboratorio viviente" para estudiar las secuelas de una explosión nuclear.

Los efectos de la radiación

Los primeros médicos que acudieron al lugar del accidente no contaban con ningún protocolo sobre cómo actuar en caso de exposición a la radiación. Así que, en plena crisis desencadenada por la explosión, cualquier malestar sufrido por una persona expuesta a la onda expansiva era etiquetado bajo el conocido como 'síndrome de radiación crónica'. Según recoge Brown en sus estudios, este cuadro clínico incluía una gran cantidad de síntomas inespecíficos que iban desde malestar general, dolores de cabeza, menor capacidad de trabajo, pérdida de apetito, somnolencia durante el día, insomnio por la noche, sangrado de las encías, amigdalitis y gastritis crónicas y cualquier trastorno de hígado, riñones, tiroides y ciclos de menstruación.

Más allá de estas afectaciones más inmediatas, el verdadero debate que se planteó tras el incidente nuclear fue hasta dónde llegaban los efectos secundarios de la exposición a la radiación. Para algunos, las secuelas del desastre debían limitarse a un espacio y tiempo concretos. Las víctimas de Chernóbil, por lo tanto, tan solo eran aquellas que se habían detectado justo después de la explosión. Para otros, en cambio, la cifra de damnificados también debía incluir a quienes, tras el accidente, habían sido diagnosticados de patologías como cáncer de tiroides o leucemia y, además, a las nuevas generaciones que habían nacido con malformaciones genéticas.

La incógnita de las cifras oficiales

Las cifras oficiales proporcionadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS), en un informe publicado 20 años después de la explosión, apuntan a unas 4.000 víctimas directas y a más de 600.000 afectados indirectos que podrían desarrollar afectaciones a lo largo de su vida. Entre estas destacan los diagnósticos de cánceres poco comunes (como es el caso de aquellos que afectan a la boca, la garganta, el esófago, el estómago y el aparato gastrointestinal), las afectaciones crónicas al aparato respiratorio (con enfermedades como asma, bronquitis y neumonía), problemas en la salud reproductiva (disminución de fertilidad tanto en hombres como en mujeres). A todo ello habría que sumarle los problemas mentales detectados en la población, como los síntomas de estrés persistentes, depresión, ansiedad y afectaciones psicosomáticas.

Olga Kuchinskaya, experta en análisis del discurso, cuestiona en ‘La política de la invisibilidad’ hasta qué punto estas cifras pueden describir la magnitud real de la catástrofe. Las investigaciones más críticas sobre cómo se ha construido la historia de este accidente nuclear apuntan a que las estadísticas y las cifras oficiales de afectados chocan con la realidad de los territorios que, a día de hoy, siguen sufriendo las secuelas de la radiación. En este sentido, Kuchinskaya concluye que el problema no es que se siga hablando de las consecuencias de este accidente nuclear, sino que se haga de manera acrítica sin cuestionar hasta qué punto es necesario seguir investigando sobre este. El capítulo de la historia de Chernóbil, por lo tanto, podría necesitar ser reescrito.

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