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Psicología

Así logré entender que la tristeza no es una enemiga, sino una brújula emocional

Todas las emociones tienen una función positiva

La tristeza como brújula

La tristeza como brújula / 123RF

Ángel Rull

Ángel Rull

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Desde pequeños aprendemos, de forma explícita o implícita, que estar tristes es algo negativo. Se nos dice que hay que animarse, que no vale la pena llorar, que hay que "pasar página" rápido. Esta narrativa, tan extendida como equivocada, ha contribuido a que muchas personas vivan la tristeza como un fracaso emocional. Sin embargo, lejos de ser una señal de debilidad, la tristeza es una de las emociones más humanas, profundas y necesarias.

Entender la tristeza como enemiga tiene consecuencias. Se convierte en una emoción a evitar, a reprimir o a disfrazar. Y cuando se reprime una emoción tan poderosa, esta no desaparece: se transforma en otras formas de malestar más difíciles de reconocer y de gestionar, como la irritabilidad constante, el cansancio extremo, la desconexión emocional o la sensación de vacío.

A lo largo del tiempo, muchas personas descubren que la tristeza no es algo que haya que eliminar, sino algo que hay que escuchar. Es una emoción que aparece cuando algo importante se ha perdido, cuando una expectativa se frustra o cuando se necesita parar para tomar conciencia de lo que se está viviendo. En ese sentido, la tristeza no es una barrera, sino una brújula que apunta hacia lo que importa.

Lo que nos quiere decir la tristeza: una mirada psicológica

Desde la psicología, se reconoce que cada emoción cumple una función adaptativa. La tristeza no es una excepción. Sirve para detener el ritmo, para procesar lo que duele, para reordenar las prioridades y para conectar con necesidades que tal vez han sido ignoradas. No es casualidad que, cuando alguien atraviesa un duelo, un cambio vital o una etapa de crisis, la tristeza se haga presente con fuerza. Está cumpliendo su papel.

Uno de los errores más comunes es confundir tristeza con debilidad. Pero en realidad, poder sentir tristeza es una muestra de fortaleza emocional. Requiere valor quedarse con lo que duele, permitirse llorar, poner palabras a lo que se ha perdido. Evitar esa emoción puede dar una sensación de control a corto plazo, pero suele impedir la elaboración del dolor a largo plazo.

Además, la tristeza suele ser una señal de que algo necesita atención. Puede ser un vínculo que se ha deteriorado, un sueño que ya no tiene sentido, una parte de uno mismo que ha sido descuidada. Si se escucha con respeto, la tristeza puede orientar decisiones, marcar límites, motivar cambios. En ese sentido, es una aliada en el proceso de autoconocimiento.

La tristeza también tiene una función social. Comunica a los demás que se necesita apoyo, contención o simplemente compañía. En una cultura donde se valora la autosuficiencia y se penaliza la vulnerabilidad, mostrar tristeza puede parecer arriesgado. Pero es una forma honesta de pedir cuidado, de abrir espacio a la empatía y de construir vínculos más auténticos.

El miedo a sentir: por qué evitamos la tristeza y cómo nos afecta

Evitar la tristeza es una estrategia comprensible, pero costosa. Muchas personas aprenden desde pequeñas que hay que ser fuertes, que no conviene mostrar debilidad o que sentir demasiado puede ser peligroso. Estas ideas, aunque bien intencionadas, generan una desconexión emocional que pasa factura con el tiempo.

Cuando se evita la tristeza de forma sistemática, el cuerpo y la mente buscan otras formas de expresarla. Puede aparecer como ansiedad, como fatiga sin explicación aparente, como insatisfacción crónica o como dificultad para disfrutar. El intento de evitar el dolor acaba generando otros dolores.

También es frecuente que se utilicen estrategias de escape: el trabajo excesivo, el consumo de sustancias, la hiperconectividad digital, el aislamiento. Todas ellas buscan distraer, anestesiar, llenar un vacío que en realidad es emocional. Pero ninguna de esas estrategias permite integrar lo que se está sintiendo. La tristeza sigue ahí, esperando ser reconocida.

Aceptar la tristeza no significa resignarse ni caer en el victimismo. Significa permitir que esa emoción cumpla su función. Es dejar de luchar contra ella para empezar a escuchar lo que viene a decir. Y esa escucha puede ser el inicio de una transformación profunda.

Reconciliarse con la tristeza: una forma de cuidarse

El camino hacia una relación más sana con la tristeza comienza por validar su existencia. No se trata de buscarla, pero tampoco de temerla. Cuando se acepta que estar triste es una parte legítima de la experiencia humana, desaparece parte del sufrimiento asociado a la resistencia.

Reconciliarse con la tristeza implica aprender a habitarla. Esto no significa quedarse atrapado en ella, sino transitarla con conciencia. Permitir que el cuerpo sienta, que las lágrimas fluyan si lo necesitan, que el pensamiento se vuelva más lento, que el silencio tenga espacio. En ese transitar, muchas veces aparece una claridad nueva: sobre lo que duele, sobre lo que se necesita, sobre lo que ya no encaja.

También significa cambiar la forma en que se habla con uno mismo. En lugar de decir "no debería sentir esto" o "tengo que salir de esto ya", se puede empezar a decir "esto que siento tiene sentido" o "voy a acompañarme en este momento difícil". Esa autocomprensión no elimina el dolor, pero lo suaviza, lo hace más habitable.

Al reconciliarse con la tristeza, se amplía la capacidad de sentir otras emociones. Porque quien se permite estar triste, también se permite estar alegre, agradecido, entusiasmado. La tristeza no bloquea la alegría; la prepara. Es parte de un ciclo emocional que, cuando se respeta, permite vivir con mayor profundidad y autenticidad.

De emoción evitada a guía interna

Entender que la tristeza no es una enemiga, sino una brújula emocional, puede cambiar profundamente la forma de relacionarse con uno mismo. Esta emoción, tantas veces evitada o malinterpretada, tiene una función vital: ayudar a tomar conciencia de lo que importa, de lo que se ha perdido, de lo que necesita ser sanado o transformado.

Reconciliarse con la tristeza no es un objetivo que se logre de una vez y para siempre. Es un proceso, a veces doloroso, pero también liberador. Implica revisar creencias, permitirse sentir, buscar espacios de expresión segura y cultivar una mirada más amable hacia las propias emociones.

La tristeza, en lugar de ser un obstáculo, puede ser una aliada en el camino del autoconocimiento. Una voz que invita a parar, a mirar hacia adentro, a reconectar con lo esencial. Escuchar esa voz no debilita: fortalece. Porque quien aprende a estar con su tristeza, aprende también a estar consigo mismo en toda su complejidad.

* Ángel Rull, psicólogo.