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Psicología

¿Qué pasa cuando dejamos de sentir ilusión por lo que antes nos motivaba?

La motivación es el motor para nuestro día a día

Dejar de sentir ilusión

Dejar de sentir ilusión

Ángel Rull

Ángel Rull

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La pérdida de la ilusión por aquello que antes nos entusiasmaba es una experiencia más común de lo que parece, aunque no siempre se expresa abiertamente. Puede ocurrir de forma gradual, casi imperceptible, o presentarse de golpe tras un acontecimiento vital. En ambos casos, suele generar una sensación de desconcierto: ¿por qué ya no me emociona lo que antes me impulsaba? ¿Qué ha cambiado en mí?

Desde la psicología, este fenómeno se analiza como un indicador significativo del estado emocional general. No se trata simplemente de una falta de ganas o de un mal día, sino de una desconexión profunda con los propios intereses, valores o proyectos. La ilusión, entendida como esa energía emocional que nos vincula con algo que nos resulta significativo, cumple una función motivacional fundamental. Cuando desaparece, nos enfrentamos a un vacío difícil de nombrar.

Las personas suelen describir esta experiencia con frases como: "Antes me encantaba levantarme para ir a trabajar, ahora lo hago por inercia"; "Ya no disfruto de mi pareja como antes"; "No sé en qué momento dejé de sentir entusiasmo por lo que hago". Esa pérdida no solo afecta al bienestar emocional, sino también a la percepción de identidad. Si lo que antes nos definía ya no nos provoca emoción, ¿quiénes somos ahora?

Es importante aclarar que este fenómeno no es necesariamente patológico. En muchos casos, forma parte de los procesos naturales de cambio y evolución personal. Sin embargo, cuando persiste en el tiempo y se extiende a varios ámbitos de la vida, puede volverse un síntoma de malestar psíquico relevante.

Las múltiples caras de la desilusión emocional

La desaparición de la ilusión no ocurre en un único formato. Se presenta con matices diversos según la historia personal, el contexto y las expectativas involucradas. Entender las distintas formas que puede adoptar ayuda a identificarla y a comprender sus causas.

Así es como puede aparecer la desilusión:

1. El desgaste progresivo de la motivación

Una de las formas más comunes es la pérdida gradual del interés en actividades que antes generaban entusiasmo. En el trabajo, esto puede traducirse en una sensación de rutina estancada, donde las tareas pierden sentido. En la vida personal, puede reflejarse en el desinterés por hobbies, amistades o proyectos. Es una sensación de estar haciendo sin querer, funcionando sin impulso.

Este tipo de desgaste puede estar vinculado al cansancio acumulado, a la falta de reconocimiento externo o interno, o a la rigidez de estructuras que ya no responden a las necesidades emocionales actuales. La persona se adapta, sigue con su vida, pero la chispa interna ya no enciende como antes.

2. La desconexión tras un cambio vital

Otra forma frecuente ocurre cuando un cambio en la vida modifica el mapa emocional. Lo que antes motivaba puede perder sentido en el nuevo contexto. En esos casos, no es que la persona haya perdido la capacidad de ilusionarse, sino que su realidad interna ya no se alinea con aquello que antes le emocionaba.

El conflicto aparece cuando uno intenta mantener la misma ilusión en circunstancias que ya no la sostienen. Esto puede generar frustración, culpa o una sensación de estar fallando.

3. La exigencia del entusiasmo permanente

También existen casos donde la pérdida de ilusión surge tras un periodo de alta exigencia emocional o física. Personas que han volcado toda su energía en un proyecto, en una relación o en un ideal, pueden encontrarse después sin recursos internos para seguir manteniendo ese nivel de implicación emocional. El desgaste deja paso a una especie de vacío afectivo.

Además, vivimos en una cultura que valora el entusiasmo constante, como si estar siempre motivado fuese sinónimo de salud mental. Esta expectativa genera presión: si no me ilusiona nada, algo anda mal en mí. Esa exigencia impide aceptar que la ilusión también tiene ciclos, que puede apagarse sin que eso signifique una falla personal.

La ilusión como brújula, no como imposición

La ilusión no es un estado permanente ni una obligación emocional. Es una emoción dinámica, que aparece cuando algo en nuestro entorno o en nuestro interior resuena con sentido. Perderla, por tanto, no implica necesariamente estar perdidos, sino encontrarnos en un momento en que es necesario revisar, ajustar o transformar.

En el transcurso de la vida, es natural que nuestros intereses cambien, que lo que ayer nos emocionaba hoy nos deje indiferentes. Aceptar esa transformación sin dramatizarla es parte de la madurez emocional. La clave está en no interpretar la pérdida de ilusión como un signo de fracaso, sino como una oportunidad para reconectar con quienes somos hoy.

Desde la psicología, acompañar estos procesos implica ofrecer un espacio de comprensión, escucha y validación. Porque muchas veces, detrás de la pregunta "¿por qué ya no me ilusiona nada?", hay otra más profunda: "¿quién soy ahora que ya no soy la persona que fui?".

Responder esa pregunta no es tarea sencilla, pero sí es un camino posible. Y en ese camino, la ilusión no se impone: se construye, se redescubre, y a veces, se reinventa. Con cuidado, con tiempo y con humanidad.

* Ángel Rull, psicólogo.