Psicología
"Me escondía detrás de una sonrisa": lo que me cuentan pacientes LGTBIQ+ sobre el miedo a mostrarse
La vergüenza puede ser paralizante

El miedo a mostrarse en el colectivo LGTBIQ+

Para muchas personas del colectivo LGTBIQ+, la sonrisa se convierte en una coraza silenciosa. Detrás de ese gesto amable puede ocultarse una mezcla de temor, tensión y una necesidad constante de vigilancia. A lo largo de mis sesiones, escucho relatos que comparten una misma fuerza emocional: el uso de la sonrisa como estrategia para evitar preguntas incómodas, prejuicios o miradas que desvelen una identidad que temen no será aceptada.
Una paciente me comentó: "Siempre sonreía cada vez que alguien insinuaba algo, no quería que se notara que estaba triste o asustada". Esa sonrisa neutralizaba cualquier asomo de vulnerabilidad, sirviendo como una barrera ante el mundo exterior. En otros casos, esa expresión amable funciona como mecanismo de autoprotección: si todo parece ir bien, quizá no habrá motivo para indagar más.
Pero sostener esa máscara emocional tiene costos. Genera desgaste, cansancio interno y desajustes afectivos: quien esconde su dificultad detrás del gesto amable puede sentirse desconectada de sus emociones reales, fatigada por una vigilancia constante. Con el tiempo, esa tensión acumulada puede traducirse en ansiedad, síntomas somáticos o sensación de aislamiento interior.
Ese "esconderse detrás de una sonrisa" no es simplemente una metáfora poética, sino una estrategia que muchas personas despliegan para sobrevivir emocionalmente en contextos donde la aceptación no está garantizada.
¿Por qué se instala el miedo a mostrarse?
Es fundamental reconocer que los miedos al mostrarse no son fallos personales sino respuestas adaptativas ante una cultura que impone normas restrictivas. Desde la psicología social, desde la salud mental comunitaria y desde políticas inclusivas, es esencial crear espacios simbólicos y reales que acompañen la visibilidad y reduzcan sus riesgos.
Estos son los miedos que nos impiden mostrarnos:
1. Miedo a la discriminación y a la violencia simbólica
El temor a mostrarse en personas LGTBIQ+ como se es no surge de la nada. En primera instancia, se nutre de experiencias de discriminación, burlas, acoso verbal o exclusión. El relato de pacientes muestra cómo mensajes explícitos o velados dejan huella: "Me decían que eso no era normal" o "con los años aprendí a ocultarlo para que no se burlaran". Aprender temprano que revelar parte de sí misma puede acarrear dolor genera una anticipación de amenaza constante.
Esa anticipación no solo es emocional: muchas personas temen por su seguridad física o su estabilidad social (pérdida de empleo, discriminación en entornos laborales, rechazo familiar). En un contexto social donde persisten homofobia, bifobia, transfobia o LGTBIQ+fobia institucional, la visibilidad puede percibirse como un acto vulnerable.
2. Conflictos internos y culpa internalizada
En segundo término, el miedo a mostrarse suele combinarse con sentimientos internos: vergüenza, culpa, autoexigencia o un sentido implícito de que no se merece aceptación plena. Algunas personas relatan que, ante actitudes discriminatorias, terminaron creyendo que "yo estaba mal". Esa internalización produce un choque entre la identidad verdadera y la identidad disimulada. Muchos hablan de "ocultarlo para no molestar", "para no generar rechazo", como si sus afectos fueran menos legítimos.
Algunas personas manifestaron que habían intentado ser "normativas" para pasar desapercibidas: vestir con los códigos socialmente aceptados, reprimir ciertos gestos, callar palabras, moderar actitudes. Ese ajuste continuo para encajar demanda energía emocional y tiende a desgastar la autoestima.
3. Ambigüedad social: "¿y si lo adivinan?"
Un elemento relevante es la ambigüedad social: muchas personas no quieren "dar pistas", pero tampoco desean mentir sin parar. El conflicto se intensifica en entornos poco seguros: el temor de que alguien "lo note" o "lo sospeche" genera vigilancia constante del lenguaje, del tono de voz, de los silencios. Eso debilita la espontaneidad y obliga a calcular cada palabra, cada acercamiento afectivo.
Un relato frecuente: "Cuando alguien preguntaba por mi pareja, cambiaba de tema o decía que era amigo, por miedo. Al final, me sentía distante hasta con quien confiaba". Esa distancia forzada es una barrera relacional profunda: el miedo contamina la cercanía.
4. Condiciones interseccionales: raza, género y clase
Es importante reconocer que este miedo no es uniforme: viene imbricado con otras dimensiones de la identidad. Una mujer trans racializada, por ejemplo, puede sentir un temor específico ligado tanto a la transfobia como al racismo. Las personas con recursos limitados pueden depender más de espacios donde no pueden permitirse el riesgo social, económico o profesional de visibilizarse. Así, la decisión de mostrarse también integra el cálculo de los riesgos tangibles que pesan en cada contexto.
En definitiva, el miedo a mostrarse es multidimensional: nace del entorno externo, del diálogo interno y de las condiciones sociales propias de cada persona.
El rol de los entornos sociales
Familia, amistades, centros educativos, lugares de trabajo: todos esos entornos tienen un papel en la circulación del miedo o de la seguridad. Muchos testimonios revelan que un entorno acogedor, aunque imperfecto, puede transformar el acto de mostrarse en algo menos amenazante. Saberse aceptada en algunos espacios permite construir redes de confianza para ejercitar una visibilidad gradual.
Pero también esos entornos pueden reforzar el miedo: silencios cómplices ante bromas homofóbicas, comentarios sutiles, ausencia de pronunciamientos explícitos. Cada mirada permisiva o comentario tolerante como "es mejor que no lo digas" (aunque parezca benigno) actúa como refuerzo del ocultamiento.
Cuando el entorno no actúa como barrera ante los discursos excluyentes, muchas personas internalizan que la visibilidad es peligrosa, y prefieren ocultarse antes que exponerse a un juicio silencioso.
Visibilidad como camino complejo
El relato de "me escondía detrás de una sonrisa" no es un cliché literario, sino una experiencia compartida por muchas personas del colectivo LGTBIQ+. Esa sonrisa puede sostener una carga interna que pulsa entre el temor y el deseo de mostrarse. El miedo a revelarse no es mero capricho, sino una respuesta emocional a contextos sociales que no siempre garantizan aceptación o seguridad.
Mostrar una parte de sí misma puede ser un acto de valentía cotidiana, pero también requiere estrategias, apoyos emocionales y autonomía para decidir cuándo, dónde y cómo hacerlo. La visibilidad no es obligatoria ni es garantía de bienestar inmediato; es una herramienta que cada persona debe calibrar según sus circunstancias internas y su entorno externo.
Visibilizar no solo permite habitar la propia existencia con mayor coherencia, sino que también contribuye a expandir los espacios de reconocimiento para quienes aún permanecen ocultos. Y aunque el camino es complejo, cada gesto de visibilidad abre una fisura simbólica en la norma dominante, un espacio nuevo para lo diverso, lo auténtico, lo humano.
* Ángel Rull, psicólogo.
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