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Psicología

La presión estética dentro del colectivo LGTBIQ+: por qué sentimos que nunca es suficiente

La imagen como filtro de aceptación social y pertenencia emocional

Presión estética en el colectivo LGTBIQ+

Presión estética en el colectivo LGTBIQ+ / 123RF

Ángel Rull

Ángel Rull

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La presión estética dentro del colectivo LGTBIQ+ no surge de la nada. Para muchas personas, se manifiesta desde edades muy tempranas, incluso antes de haber definido su orientación o identidad. En un mundo donde la imagen ha cobrado un protagonismo determinante, especialmente a través de redes sociales y cultura pop, la apariencia física se convierte en una carta de presentación casi obligatoria. Y en contextos donde la diferencia ya está señalada por la orientación sexual o la identidad de género, la estética puede transformarse en un mecanismo de validación social y pertenencia.

Durante la adolescencia, etapa crucial de conformación de la autoestima y la imagen corporal, muchas personas LGTBIQ+ viven un proceso de autoconocimiento atravesado por la mirada externa. La necesidad de "encajar" se entrelaza con la presión de destacar. Se idealizan ciertos estándares de belleza que, lejos de reflejar la diversidad del colectivo, responden a modelos muy restringidos: cuerpos musculados, delgados, sin rasgos "femeninos" si se es hombre, sin vello, con piel clara, etc.

Estas exigencias estéticas no solo son exteriores, sino que muchas veces se internalizan. Se construye una sensación de insuficiencia constante. No basta con ser "visible", también hay que ser "deseable". Y esto genera un ciclo de autocrítica, comparación y exigencia que puede erosionar gravemente la autoestima y el bienestar emocional.

Estéticas dominantes y jerarquías internas

Uno de los aspectos más complejos de la presión estética en el colectivo LGTBIQ+ es que no proviene exclusivamente del exterior. Existen también normas y jerarquías internas que refuerzan determinados modelos de belleza como más válidos, más deseables o más exitosos. Estas jerarquías estéticas pueden reproducir lógicas discriminatorias similares a las del sistema heteronormativo que el colectivo cuestiona: racismo, gordofobia, transfobia, edadismo o capacitismo.

En el caso de los hombres gays, por ejemplo, suele haber una glorificación del cuerpo atlético, joven y blanco. Las aplicaciones de citas y redes sociales han contribuido a amplificar este ideal, al priorizar ciertos físicos y relegar a la invisibilidad a quienes no se ajustan a ellos. En el caso de las mujeres lesbianas o bisexuales, los estereotipos también operan, aunque con otros matices, muchas veces en tensión con la representación mediática o el fetichismo.

Por su parte, las personas trans y no binarias enfrentan una presión doble: la de cumplir con los estándares de belleza tradicionales del género con el que se identifican, y la de demostrar su "legitimidad" frente a una sociedad que constantemente pone en duda su identidad. En muchos casos, la presión por modificar el cuerpo no proviene solo del deseo personal, sino de una necesidad de validación social que pasa por el aspecto físico.

Estas jerarquías internas generan exclusiones y afectan la salud mental del colectivo. Quienes no se ajustan a los modelos predominantes pueden sentirse marginados incluso dentro de los espacios que deberían ser seguros y de apoyo mutuo. Se perpetúa así una cultura de competencia y apariencia que debilita el sentido de comunidad.

El papel de las redes sociales y los medios de comunicación

Las redes sociales tienen un papel determinante en la construcción de la presión estética dentro del colectivo LGTBIQ+. Plataformas como Instagram, TikTok o X funcionan como escaparates constantes donde se premia lo visual, lo joven, lo hegemónico. Los algoritmos tienden a favorecer ciertos cuerpos, rostros y estéticas, invisibilizando o relegando otras representaciones.

Esta sobreexposición genera un efecto de espejo deformante. No se trata solo de ver imágenes idealizadas, sino de compararse constantemente con ellas. Las publicaciones suelen mostrar versiones cuidadas, filtradas y seleccionadas de la realidad, que se alejan de la cotidianidad y refuerzan la idea de que solo ciertos cuerpos merecen visibilidad y afecto.

Los medios de comunicación tradicionales tampoco están exentos de responsabilidad. Aunque en los últimos años ha habido avances en representación, muchos contenidos siguen perpetuando estereotipos estéticos o mostrando una imagen limitada del colectivo. Las personas LGTBIQ+ racializadas, con cuerpos diversos o fuera de los cánones tradicionales suelen estar ausentes o ser representadas de forma secundaria y estigmatizada.

Este contexto mediático no solo afecta la percepción social del colectivo, sino también su autoimagen. La falta de referentes diversos limita la posibilidad de identificación positiva. Y cuando se internaliza que solo ciertas formas de ser o de verse son "aceptables", se refuerzan la inseguridad, la ansiedad y el malestar emocional.

Consecuencias psicológicas y emocionales

La presión estética dentro del colectivo LGTBIQ+ no es una cuestión superficial. Tiene implicaciones psicológicas profundas que pueden afectar el bienestar emocional, las relaciones interpersonales y la salud mental. El sentimiento constante de no estar a la altura de ciertos estándares puede derivar en baja autoestima, insatisfacción corporal, ansiedad, depresión e incluso trastornos de la conducta alimentaria.

Muchos estudios han señalado que las personas LGTBIQ+ presentan tasas más altas de problemas de salud mental, y si bien estos datos están relacionados con factores como la discriminación, el estigma o la violencia, la presión estética también es un factor relevante. La autoexigencia permanente, la comparación con estándares irreales y la percepción de rechazo por la apariencia pueden generar un estrés constante que deteriora la calidad de vida.

También se observa cómo esta presión influye en las relaciones afectivas y sexuales. Para muchas personas, la percepción de su propio cuerpo condiciona su manera de vincularse, de mostrarse y de ser vulnerable con otras. Se desarrollan mecanismos de evitación, hipervigilancia o dependencia de la validación externa, que dificultan la construcción de relaciones saludables.

Al mismo tiempo, la presión estética refuerza una idea reducida del valor personal. Se asocia la valía con la apariencia, desplazando otras dimensiones como la sensibilidad, la creatividad, la inteligencia o el compromiso social. Esta reducción de la identidad a la imagen empobrece la experiencia vital y contribuye a una sensación de vacío o desconexión interna.

Hacia una mirada más compasiva y diversa

Romper con la presión estética dentro del colectivo LGTBIQ+ requiere una reflexión crítica y colectiva. No se trata de negar la importancia del cuerpo o de la estética, sino de cuestionar los estándares que se imponen como únicos y obligatorios. Reconocer la diversidad corporal y estética como parte de la riqueza del colectivo es un primer paso para construir espacios más inclusivos, seguros y saludables.

Es fundamental visibilizar referentes diversos, tanto en redes como en medios de comunicación. Mostrar cuerpos diferentes, edades distintas, expresiones de género no normativas y experiencias alejadas de los estándares tradicionales contribuye a ampliar el imaginario colectivo y a generar identificaciones positivas. La representación no es un detalle estético: es una herramienta de salud emocional y social.

Por último, fomentar una mirada más compasiva hacia uno mismo y hacia las demás personas puede ser una vía para debilitar la cultura de la exigencia constante. Valorar los cuerpos por lo que sienten, hacen y expresan, y no solo por cómo se ven, permite recuperar una relación más amable con la propia imagen. En un colectivo que ha luchado y sigue luchando por el reconocimiento, la diversidad y el respeto, incluir también la diversidad corporal es una forma de resistencia y de cuidado mutuo.

* Ángel Rull, psicólogo.