Psicología

Soy psicólogo y esta es la frase que más escucho cuando alguien no sabe poner límites

La seguridad es la base en la interacción social

Aprender a poner límites

Aprender a poner límites / 123RF

Ángel Rull

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En consulta psicológica, una de las frases más frecuentes que escucho cuando una persona tiene problemas para poner límites es: "No quería que se sintiera mal". Esta expresión, aparentemente empática, suele ser el reflejo de un patrón emocional más profundo, donde la necesidad de agradar o evitar el conflicto termina ocupando el lugar de las propias necesidades. En estos casos, el "otro" se vuelve prioritario, y la propia voz queda en segundo plano.

El resultado es una acumulación de malestar que se expresa en forma de agotamiento emocional, resentimiento o ansiedad. Personas que no saben poner límites suelen sentirse responsables de la comodidad de los demás, y al mismo tiempo viven con frustración al no sentirse respetadas o escuchadas. Esta tensión se vuelve insostenible y, en muchos casos, afecta la autoestima y la calidad de las relaciones.

Desde la psicología, trabajar con límites implica revisar creencias aprendidas desde la infancia, muchas veces asociadas al deber de complacer, a evitar el rechazo o a no parecer egoísta. Reconocer el derecho a decir "no" no es un acto de frialdad ni de indiferencia, sino una muestra de madurez emocional y de respeto hacia uno mismo/a y hacia los demás.

"No quería que se sintiera mal": la trampa de la complacencia

Cuando alguien repite "no quería que se sintiera mal", suele estar expresando una dificultad para tolerar la incomodidad ajena. Esto no significa falta de empatía, sino una confusión emocional: la idea de que el malestar del otro depende de nuestras decisiones, y que decir "no" daña. En este pensamiento hay una carga de responsabilidad desproporcionada que genera culpa por protegerse a sí misma.

Esta trampa emocional convierte cada situación en una elección entre dos males: hacer algo que no se desea o exponerse al juicio y el enfado ajeno. Como consecuencia, muchas personas eligen el sacrificio silencioso, confiando en que al evitar el conflicto todo estará bien. Pero la realidad demuestra lo contrario: la ausencia de límites genera relaciones desiguales, y a largo plazo, desvinculantes.

Aprender a decir "no" no implica dejar de cuidar, sino entender que el cuidado no puede ser a costa de uno mismo. De hecho, quienes saben establecer límites claros tienden a construir relaciones más sanas y duraderas, donde el respeto mutuo no está reñido con la cercanía. Desde la psicología, trabajar este cambio requiere tiempo, validación emocional y práctica consciente.

Las consecuencias de vivir sin límites claros

Vivir sin límites claros puede derivar en una serie de consecuencias emocionales significativas. Una de las más frecuentes es la dificultad para identificar qué se desea realmente. Cuando todo se hace en función de lo que los demás esperan, las propias preferencias se diluyen. Con el tiempo, esto puede traducirse en una sensación de desconexión personal y de vacío.

Otro efecto habitual es la acumulación de rabia contenida. Aunque no se exprese de forma explosiva, esta emoción se manifiesta en el cuerpo (con tensiones, fatiga o insomnio) y en la mente (con pensamientos repetitivos, quejas internas o fantasías de huida). Las personas sienten que siempre dan más de lo que reciben, pero no encuentran cómo revertir esa situación sin generar conflicto.

También es común que aparezca una forma de dependencia afectiva, donde la propia valía se mide por el reconocimiento externo. Decir "no" se percibe como un riesgo de perder el afecto del otro, y eso alimenta un ciclo de sobreadaptación que termina desgastando emocionalmente. La ausencia de límites no solo afecta la salud mental, sino que también limita el desarrollo personal.

Aprender a poner límites sin culpa

Poner límites no es un acto de egoísmo, sino una habilidad emocional que se aprende y se entrena. Muchas veces se confunde con la frialdad o la rigidez, pero en realidad se trata de ser honestas sobre lo que necesitamos y de actuar en coherencia con nuestros valores. Esto no excluye la empatía, sino que la integra de forma saludable.

Un primer paso para aprender a poner límites es reconocer cuáles son las situaciones que generan incomodidad o malestar. A partir de ahí, se puede practicar la comunicación asertiva: expresar lo que se siente y se necesita sin atacar ni justificarse en exceso. La asertividad no busca convencer al otro, sino informar con claridad.

La culpa suele ser el principal obstáculo. Por eso, es fundamental revisar las creencias que la sostienen. Preguntarse: "¿De verdad está mal cuidarme?", "¿Qué me hace pensar que no merezco poner un límite?" ayuda a desmontar esa sensación de deber constante. Poner límites desde el respeto permite vincularse desde la autenticidad, y eso es lo que realmente fortalece las relaciones.

"No quería que se sintiera mal" es una frase que esconde una dificultad profunda para priorizarse sin culpa. Aprender a poner límites es un proceso necesario para preservar la salud emocional, construir relaciones equilibradas y vivir de forma más libre.

* Ángel Rull, psicólogo.