Psicología
"Pensaba que era fuerte, pero la ansiedad me enseñó algo que no esperaba"
El malestar te revela verdades que nunca te habías permitido ver

Lo que nos enseña la ansiedad / 123RF


Ángel Rull
Ángel RullLicenciado en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid, con más de 10 años de experiencia en el ámbito de la Psicología Sanitaria, tanto en clínica con población general, como en hospitales, con patologías más severas. Desde 2017, trabajo diariamente con personas de diferentes edades y con una amplio abanico de problemas de manera online, rompiendo las barreras físicas de la terapia convencional.
Durante mucho tiempo, creíamos que ser fuertes significaba aguantar, no derrumbarse, mantenerse firmes sin importar lo que ocurriera. Esta idea, profundamente arraigada en nuestra cultura, ha llevado a muchas personas a ocultar lo que sienten, a negar el miedo, la tristeza o la preocupación. Sin embargo, cuando aparece la ansiedad, este concepto de fortaleza se tambalea. Lo que hasta entonces se interpretaba como "control" comienza a mostrar grietas, y con ellas emerge una nueva realidad emocional.
La ansiedad no siempre llega como una crisis evidente. A veces se instala en el cuerpo y la mente de forma silenciosa, disfrazada de insomnio, irritabilidad, perfeccionismo o fatiga constante. En quienes han sido vistos o se han visto a sí mismos como personas fuertes, este malestar genera una gran contradicción: "¿Cómo puedo sentirme así si siempre he sabido manejar todo?" Esa pregunta no es solo racional; también duele, porque confronta una identidad construida sobre la exigencia.
Desde la psicología, sabemos que la fortaleza real no es lo mismo que la resistencia tóxica. Ser fuerte no significa evitar el sufrimiento, sino aprender a nombrarlo, pedir ayuda cuando es necesario y reconocer los propios límites. En ese sentido, la ansiedad no es una derrota, sino una oportunidad para redefinir lo que entendemos por equilibrio emocional.
La ansiedad como señal, no como enemiga
Uno de los aprendizajes más transformadores al vivir con ansiedad es comprender que no es un enemigo a destruir. Aunque pueda resultar desagradable y limitante, la ansiedad cumple una función adaptativa: alerta sobre un exceso de tensión, sobreestímulo o desequilibrio emocional. El problema no es sentirla, sino ignorarla o luchar contra ella sin escuchar lo que intenta comunicar.
Este cambio de enfoque implica pasar de una relación de confrontación a una de escucha. No se trata de resignarse, sino de aceptar que la ansiedad es una parte del repertorio emocional humano. Cuando se convierte en un problema clínico, es importante abordarla con estrategias profesionales, pero incluso en esos casos, el objetivo no es erradicarla, sino comprender su función y aprender a gestionarla.
Aceptar la ansiedad como señal también permite soltar la culpa. Muchas personas se sienten avergonzadas por sufrirla, como si eso significara debilidad o falta de capacidad. Sin embargo, reconocer el malestar es un acto de valentía que abre la puerta a un mayor autoconocimiento y a formas más saludables de relacionarse con uno mismo y con los demás.
Ocho cosas que la ansiedad me enseñó y no esperaba
Afrontar la ansiedad ha sido una experiencia que me transformó en muchos sentidos. Me enfrentó a aspectos de mi vida que había evitado durante años y me obligó a mirarme con más honestidad. En lugar de ser solo un síntoma molesto, se convirtió en una oportunidad para detenerme, escuchar y redescubrirme. A través de ese proceso, aprendí lecciones que no imaginaba. Algunas fueron dolorosas, otras liberadoras, pero todas dejaron una marca profunda en mi manera de entender el bienestar.
Estas son las ocho cosas que la ansiedad me enseñó y no esperaba:
1. El valor del autocuidado
Descubrí que atender mis necesidades físicas y emocionales no es egoísmo, sino una condición para mantener el equilibrio.
2. La importancia del presente
Aprendí a traer mi atención al aquí y ahora, y comprendí que el futuro es solo una proyección.
3. Mi vulnerabilidad como fuerza
Entendí que mostrar lo que siento me conecta mejor con las personas y conmigo misma.
4. Que el perfeccionismo desgasta
Dejar de exigirme constantemente fue liberador y me ayudó a ser más compasivo conmigo.
5. La necesidad de establecer límites
Identifiqué que decir "no" es una forma de autocuidado, no una muestra de debilidad.
6. La capacidad de cambio
Descubrí que no estoy condenada a repetir patrones, que puedo construir nuevas respuestas.
7. El poder de pedir ayuda
Aprendí que compartir lo que me ocurre me alivia y me fortalece.
8. Que la salud mental es un proceso
Comprendí que no hay soluciones rápidas, sino un camino que se recorre paso a paso.
Redefinir la fuerza desde la vulnerabilidad
Quizá uno de los aprendizajes más profundos que deja la ansiedad es la posibilidad de redefinir qué significa ser fuerte. Ya no se trata de aparentar invulnerabilidad, sino de ser capaz de mostrarse como uno es, con lo que duele, preocupa o asusta. Esta forma de fortaleza es más honesta, más sostenible y, sobre todo, más humana.
La vulnerabilidad no es debilidad. Al contrario, implica un ejercicio de autenticidad que permite relaciones más profundas y significativas. En el contexto terapéutico, muchas personas encuentran alivio al poner en palabras lo que llevan tiempo ocultando. Hablar de ansiedad no la multiplica, sino que ayuda a desactivarla.
Redefinir la fuerza también implica aceptar que el bienestar emocional no es lineal. Hablar de salud mental es hablar de procesos, de ciclos, de avances y retrocesos. Abrazar esa complejidad es parte del crecimiento personal, y también una manera de acompañar mejor a quienes están en situaciones similares.
Pensar que una persona es fuerte por no mostrar sufrimiento es una idea que está cambiando. La ansiedad, lejos de ser una enemiga, puede convertirse en una guía hacia una versión más compasiva y consciente de nosotros mismos. Lo importante no es evitarla a toda costa, sino aprender a leer su mensaje.
Desde la psicología, podemos afirmar que reconocer el malestar, pedir ayuda y revisar nuestras creencias sobre el control y la exigencia es un acto de verdadera fortaleza. Porque ser fuerte no es no caerse nunca, sino saber levantarse con más conocimiento, más respeto hacia uno mismo y, sobre todo, con menos miedo a ser quien se es.
* Ángel Rull, psicólogo.
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