Psicología

Arthur Brooks, profesor de Harvard, revela el patrón más común en personas infelices

Hay un verdadero motivo por el que tantas personas viven insatisfechas

El secreto de la infelicidad

El secreto de la infelicidad / 123RF

Ángel Rull

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Durante décadas, la ciencia ha explorado las claves del bienestar, pero pocos se han detenido con tanta lucidez como Arthur C. Brooks en comprender qué hace que tantas personas vivan en un estado de insatisfacción constante. Profesor en Harvard, columnista de The Atlantic y experto en felicidad, Brooks ha dedicado gran parte de su investigación a entender los mecanismos psicológicos que perpetúan la infelicidad en sociedades que, paradójicamente, lo tienen todo para vivir bien.

Según Brooks, el problema no es la ausencia de placer ni de logros, sino la presencia persistente de patrones mentales y emocionales que sabotean la tranquilidad. Esta perspectiva rompe con la visión clásica que iguala bienestar con éxito o placer inmediato. El profesor invita a mirar hacia dentro, a desmontar automatismos y a observar con atención el modo en que nos relacionamos con nuestras emociones, nuestras expectativas y, sobre todo, con nuestra necesidad de control.

La propuesta de Brooks se sustenta en una base filosófica y psicológica que conecta con tradiciones como el estoicismo, el budismo y la psicología positiva. Desde ahí, el autor define un conjunto de actitudes que, lejos de acercarnos a la paz interior, nos mantienen atrapados en un bucle de comparación, ambición y decepción. El resultado es una forma de infelicidad crónica que se esconde tras logros aparentes y vidas exitosas.

La trampa del control y la comparación

Uno de los hallazgos más relevantes de Brooks es el papel central que juega la necesidad de control en la insatisfacción emocional. Las personas infelices tienden a obsesionarse con lo que no pueden modificar, como las decisiones de otros, los cambios sociales o los eventos inesperados. Este impulso por controlar lo incontrolable genera una tensión constante, que deriva en ansiedad y frustración.

A esto se suma la comparación social, alimentada por las redes y los discursos de éxito. Brooks subraya que quienes más se comparan son también quienes más sufren. No porque su vida sea objetivamente peor, sino porque la medida que utilizan para evaluarla siempre les resulta desfavorable. Se trata de un juicio constante que anula el disfrute, incluso cuando se alcanzan metas deseadas.

Esta combinación de control y comparación genera una especie de bucle emocional que bloquea la gratitud y la aceptación. Desde la psicología sabemos que el bienestar no depende tanto de lo que sucede, sino de la interpretación que hacemos de ello. En ese sentido, la mirada que alimenta la infelicidad suele estar cargada de exigencia, rigidez y poca autocompasión.

La dependencia del reconocimiento externo

Otra característica común que Brooks identifica en personas infelices es la necesidad constante de validación externa. La felicidad, en estos casos, queda supeditada al aplauso, al reconocimiento o al juicio positivo de quienes nos rodean. Esta forma de vivir genera una fragilidad emocional constante, porque el control sobre la opinión ajena es limitado y, a menudo, impredecible.

El problema no reside en disfrutar del éxito o valorar la opinión de los demás, sino en depender de ella para definir el propio valor. Cuando eso ocurre, cualquier crítica o silencio se convierte en una amenaza a la autoestima. En consulta psicológica, este patrón se traduce en síntomas de ansiedad, insatisfacción crónica y una percepción de vacío, incluso en contextos socialmente valorados.

Brooks señala que el camino hacia una felicidad más estable pasa por redefinir la fuente de valor personal. En lugar de buscar reconocimiento constante, propone cultivar el sentido de contribución, de conexión profunda y de coherencia entre lo que se piensa, se siente y se hace. Esta orientación no solo es más saludable, sino también más sostenible.

El peso de las expectativas irreales

El patrón más común entre las personas infelices, según Brooks, es vivir atrapadas en expectativas poco realistas. Este tipo de expectativas no solo afectan el ámbito laboral o económico, sino también el afectivo y personal. Muchas veces se espera de la vida una perfección que nunca llega, o una plenitud que no admite altibajos.

La rigidez de estas expectativas hace que cualquier desviación se perciba como un fracaso. Personas que han alcanzado metas importantes se sienten frustradas porque no coinciden con la fantasía que tenían. Esta disonancia entre lo esperado y lo vivido es fuente constante de malestar.

Desde una mirada psicológica, trabajar sobre las expectativas implica reeducar la forma en que interpretamos la realidad. Se trata de adoptar una postura más flexible, más compasiva y menos exigente con uno mismo y con los demás. Brooks invita a sustituir la perfección por la aspiración razonable, y la exigencia por la posibilidad de aprender y adaptarse.

El análisis de Arthur Brooks sobre la infelicidad aporta una mirada clara y humanista sobre el malestar cotidiano que muchas personas experimentan, incluso en contextos de comodidad material. Su propuesta no se centra en buscar la felicidad como un objetivo, sino en desmontar los patrones que impiden alcanzarla: la obsesión por el control, la comparación constante, la dependencia del reconocimiento externo y las expectativas irreales.

Desde la psicología, estas claves se traducen en un llamado a observar con atención el modo en que pensamos, sentimos y actuamos. La invitación no es a resignarse, sino a replantear las bases sobre las que construimos nuestra tranquilidad. Porque, como afirma el propio Brooks, "la felicidad no es un lugar al que se llega, sino una manera de caminar". Y ese camino comienza, muchas veces, por dejar de buscar afuera lo que solo podemos transformar desde dentro.

* Ángel Rull, psicólogo.