Psicología
Estas son las veces que como psicólogo me he emocionado en consulta
La terapia es un espacio seguro donde todas las emociones son válidas

Emocionarse como psicólogo / 123RF


Ángel Rull
Ángel RullLicenciado en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid, con más de 10 años de experiencia en el ámbito de la Psicología Sanitaria, tanto en clínica con población general, como en hospitales, con patologías más severas. Desde 2017, trabajo diariamente con personas de diferentes edades y con una amplio abanico de problemas de manera online, rompiendo las barreras físicas de la terapia convencional.
Existe una creencia muy extendida que asocia el papel del psicólogo con una frialdad profesional que impide emocionarse. Como si el hecho de trabajar con el sufrimiento de otras personas implicara necesariamente una desvinculación emocional total. Nada más lejos de la realidad. La emoción, lejos de ser un obstáculo, puede convertirse en una herramienta para entender mejor lo que ocurre en la consulta.
Sentir no es sinónimo de perder el control. En muchos casos, emocionarme como psicólogo ha sido una respuesta humana, empática y profundamente significativa. No se trata de llorar en cada sesión, ni de hacer que la persona que consulta se convierta en quien consuela. Se trata de permitir que, en algunos momentos concretos, la humanidad atraviese los muros de la teoría.
A lo largo de los años, me he encontrado con historias que me han tocado por dentro. No solo por su contenido, sino por la manera en la que han sido contadas. Por el valor, la fragilidad o la belleza de ciertos gestos. Esas emociones, lejos de restar profesionalidad, me han hecho conectar más profundamente con quienes acompaño. Y en ocasiones, han sido parte del proceso transformador de la propia terapia.
Estas son las veces que como psicólogo me he emocionado en consulta
La consulta no es un lugar neutro. Es un espacio donde la intimidad se convierte en herramienta de trabajo. Y en esa intimidad, hay veces en las que las barreras se diluyen. Sentir tristeza, ternura, admiración o incluso alegría compartida, ha sido para mí una manera de estar presente de forma auténtica.
Estas son las veces que como psicólogo me he emocionado en consulta:
1. Con un adolescente que, después de meses de silencio, se atrevió a decir por primera vez que era gay, en voz alta. Su miedo, su alivio y su sonrisa, todo en un mismo segundo.
2. Cuando una madre habló del miedo de que su hija repitiera su historia de abuso, y me miró como si pudiera protegerlas a ambas solo por escuchar.
3. Al ver a una persona trans que, tras años de disforia y rechazo, comenzaba a nombrarse en femenino, con una mezcla de pudor y alegría.
4. En una sesión donde una pareja decidió separarse con amor, reconociendo que ya no se elegían, pero sin odio ni reproches.
5. Con un hombre mayor que nunca había hablado de sus emociones y lloró recordando a su perro de la infancia, el único ser que lo había acompañado sin condiciones.
6. Cuando una mujer con autismo describió con todo detalle cómo se sentía en un supermercado. Su forma de explicar el mundo era tan precisa y poética, que me hizo ver la realidad desde otro lugar.
7. Al acompañar a un joven en duelo por su hermano. Durante semanas no pudo hablar, y un día sacó una carta que le había escrito y la leyó en voz alta, entre sollozos.
8. Con una mujer que se liberó del mandato de complacer a su familia. Cuando dijo "me he elegido a mí", lo dijo de pie, erguida, y en paz.
9. En una sesión grupal, cuando una persona rompió el silencio para decir "yo también he pasado por eso", y el resto asintió con la mirada, sin palabras.
10. Cuando alguien, después de meses de trabajo con su ansiedad, dijo que había dormido bien por primera vez en años.
Todas esas veces fueron distintas, pero compartían algo esencial: la autenticidad. No se trataba de grandes discursos, sino de momentos breves, intensos y profundamente humanos.
Las emociones en consulta también se regulan
Sentir en consulta no significa actuar desde la emoción. Al contrario, requiere una regulación muy precisa. Porque no todo lo que se siente se dice. Y no todo lo que se dice debe ser compartido en el momento. Parte de nuestro trabajo también consiste en discriminar cuándo una emoción puede ser compartida, cuándo no, y cómo hacerlo sin que se convierta en una carga para la otra persona.
He aprendido que emocionarse en consulta no siempre implica intervenir. A veces basta con estar, con sostener una mirada, con hacer un silencio cálido. Otras veces, decir "esto que acabas de decir me ha conmovido" puede abrir un espacio de validación y presencia muy valioso.
Pero también he aprendido a no dejar que mi emoción tome el protagonismo. La consulta no es un escenario para las emociones del terapeuta, sino un espacio para quien consulta. Por eso, cuando me emociono, lo hago con cuidado, con conciencia, y siempre al servicio de lo que está ocurriendo en el vínculo terapéutico.
Lo que me han enseñado esas emociones como profesional y como persona
Cada una de esas emociones ha sido un aprendizaje. Me han mostrado los lugares donde aún me duele, pero también los espacios donde he sanado. Me han ayudado a entender que, como psicólogo, también tengo heridas, recuerdos, límites y trayectorias que me atraviesan.
Me han enseñado a valorar más el silencio, la mirada, el gesto. A confiar en que lo pequeño puede ser muy grande. A no temerle a la vulnerabilidad. Y, sobre todo, a sostener la idea de que el vínculo terapéutico no está hecho de neutralidad, sino de humanidad encarnada.
Como profesional, me han hecho más consciente de mis propias reacciones. Me han ayudado a cuidar mejor los espacios, a regularme, a supervisar, a preguntar, a revisar mis límites. Pero también me han conectado con la razón por la que elegí esta profesión: porque creo en la posibilidad de cambio, de alivio, de transformación. Y en el poder de la palabra compartida.
Como persona, me han recordado que no hay que protegerse siempre del dolor. Que hay dolores que, al ser escuchados, se transforman. Que la empatía no es una estrategia, sino una forma de estar.
Emocionarse en consulta no es un error. Es una posibilidad. Una que debe ser habitada con conciencia, con regulación y con sentido ético. Pero también con humanidad.
Las veces que me he emocionado no me han restado como profesional. Me han recordado por qué estoy aquí, qué es lo que me importa y cuál es el lugar desde el que quiero acompañar. No porque quiera convertirme en parte de la historia del otro, sino porque quiero estar presente de verdad, con todo lo que soy.
Y si eso implica emocionarse, bienvenido sea. Porque en el fondo, también estamos aquí para eso: para sentir, para estar, y para acompañar de forma humana en los procesos que lo necesitan.
* Ángel Rull, psicólogo.
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