Psicología

Cuando el deporte es visibilidad: vivir el Orgullo LGTBIQ+ más allá de las calles

Los Juegos del Orgullo son un espacio donde el deporte se convierte en visibilidad, cuidado y comunidad

Miembros de la sección de running de GMadrid Sports durante uno de los entrenamientos

Miembros de la sección de running de GMadrid Sports durante uno de los entrenamientos / Imagen cedida por @actitudhector

Ángel Rull

Ángel Rull

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No es habitual encontrar un espacio donde el deporte, la comunidad y el respeto se entrelacen de forma tan natural. Y, sin embargo, eso es lo que ocurre cada año en Madrid durante los Juegos del Orgullo, organizados por el club LGTBIQ+ GMadrid Sports. Lo que empieza como una convocatoria deportiva, termina convirtiéndose en una experiencia transformadora para quienes participan.

Muchos de nosotros, en algún momento, nos hemos sentido fuera de lugar en espacios deportivos. Ya fuera por comentarios recibidos, por la presión de encajar en un estereotipo o por una historia personal que nos alejó del deporte, encontrar un entorno seguro donde moverse sin miedo es una experiencia emocional profunda. Los Juegos del Orgullo encarnan esa posibilidad. Como psicólogo, puedo afirmar que el cuerpo guarda memorias, y poder moverse con libertad, sin juicios, es una forma de sanar y de reencontrarse con uno mismo y con los demás.

No se trata solo de competir o de rendir. Como dice Leonor Iradier, coordinadora de la sección de voleibol: "Este deporte ayuda a que la gente hable entre ellos. Además, no es un deporte nada violento, y eso se aprecia tanto para crear un espacio seguro como para desarrollar una comunidad activa y positiva". Lo que sucede en las canchas, en las pistas y en los entrenamientos es un ejercicio de presencia y de escucha mutua. Y eso, en una sociedad donde el ruido es constante, es ya un acto revolucionario.

El valor de sentirse parte

Cuando llegué a GMadrid Sports, lo hice con muchas dudas. No sabía si encajaría, si sería capaz, si me mirarían con juicio. El primer día de entrenamiento en running fue una mezcla de nervios y esperanza. Como si, por fin, pudiera ocupar un espacio sin máscaras. Con el tiempo, aprendí que no se trataba solo de correr. Era sobre todo el vínculo que se creaba en cada saludo, en cada aliento compartido tras una carrera.

Jose González, coordinador de running, lo explica con claridad: "Hay personas que están recién llegadas a Madrid o que por motivos diversos tienen pocas amistades, y este tipo de clubes cambia su vida por completo, gracias a los nuevos vínculos que establecen dentro del club". Correr en grupo y entrenar no es lo mismo que hacerlo a solas. Hay algo profundamente humano en compartir el esfuerzo, en acompañar con la mirada y en cruzar la meta sabiendo que no estás solo o sola.

Yami Andrés, coordinadora de balonmano, afirma que "entrenamos cuerpo, autoestima, pertenencia". No se trata solo de mejorar una marca personal, sino de sentirse parte de un tejido donde todas las historias caben. Donde nadie necesita justificarse por cómo corre, por cómo viste o por quién es. Esa pertenencia, cuando se ha vivido demasiado tiempo al margen, es profundamente reparadora.

Cuerpos que se expresan, cuerpos que sanan

Uno de los aspectos más potentes de los Juegos del Orgullo es que el cuerpo no se presenta como obstáculo, sino como lenguaje. Es una expresión de libertad, una forma de habitarnos sin miedo. Y lo más bonito que he vivido en mi sección este año ha sido ver cómo personas que llegaban con miedo o vergüenza han terminado riendo, abrazándose tras una carrera y sintiéndose parte de algo más grande.

La propuesta del club no es que te adaptes a una forma de ser, sino que traigas la tuya. Como dice Leonor: "No todo el mundo es capaz de manifestarse en las calles. Hacerlo a través del deporte y de una asociación como la nuestra es una forma de llegar a más personas". Hay quienes encuentran en el parque, en la piscina o en la pista un lugar donde celebrar el Orgullo de forma menos expuesta, pero igual de significativa.

Ramón Otero, presidente de GMadrid Sports, señala que "uno de los mayores beneficios que generan estos juegos y clubes deportivos como GMadrid es el hecho de crear redes de apoyo y de generar rutinas para las personas participantes. Tener una cita fija en el calendario donde sabes que vas a practicar deporte con gente afín es tremendamente reparador". Y así ha sido. No solo entrenamos piernas o pulmones; entrenamos la mirada hacia nosotras mismas, hacia nosotros mismos. Aprendemos a vernos con otros ojos.

Una trinchera de alegría compartida

Los Juegos del Orgullo no buscan reemplazar las marchas ni los actos políticos, pero sí se convierten en una forma de visibilidad que incomoda a quien espera que nos mantengamos ocultos. "Participamos en ligas, torneos, campeonatos de todos los tipos y categorías", dice Ramón, "y ponemos a otros equipos frente al espejo de la homofobia. Gritar 'maricón' a un equipo con la bandera LGTBIQ+ de brazalete les hace reflexionar".

Ese acto simple, el de salir a correr, el de lanzar un balón o celebrar un punto, se convierte en una afirmación política. Y lo es también cuando en la pista se mezclan personas diversas, como recuerda Yami: "Siempre se apuntan equipos que no forman parte del colectivo, y lo bonito es que todo el mundo lo disfruta por igual. Eso me parece muy potente: que espacios como este sirvan también para unir".

El lema de este año, "Make queer people great again", resume ese espíritu combativo, pero también festivo. Es una llamada a la memoria y a la acción, a recordar que nada de lo conquistado es definitivo. Y, sin embargo, lo hacemos desde el placer, desde la complicidad, desde los cuerpos en movimiento que celebran estar vivos y ser libres.

El deporte como ritual cotidiano

Lo que sucede en un evento como los Juegos del Orgullo o durante toda la temporada en los entrenamientos tiene impacto mucho más allá del fin de semana en que se celebra. Se prolonga en los entrenamientos semanales, en las reuniones informales y en los grupos de WhatsApp donde se comparten desde consejos técnicos hasta memes o planes de fin de semana. Así se teje algo que no siempre se encuentra fácilmente: un sentido de pertenencia. Y eso tiene una potencia emocional que transforma.

"Nuestra mayor lucha", afirma Ramón, "es siempre la de reivindicarnos, reclamar nuestros espacios y validarlos frente a la sociedad ". Pero esos espacios no se decretan, se construyen. En cada encuentro se alimenta la confianza mutua, y es esa constancia lo que convierte a GMadrid Sports en mucho más que un club. Es una red afectiva donde el compromiso se expresa en pequeños gestos: desde esperar a quien se queda atrás hasta animar a quien duda de si merece estar allí.

Como coordinador, Jose comenta: "Nuestro equipo se divide en varios subgrupos adaptados a los diferentes niveles, por lo que eso no es un problema". Este enfoque tiene un impacto directo en la autoestima de muchas personas que llegan creyendo que tienen que demostrar algo. En realidad, sólo necesitan sentirse bienvenidas. Y cuando eso ocurre, el movimiento se vuelve placentero, la práctica se transforma en ritual, y la rutina en encuentro.

Visibilidad desde la autenticidad

A menudo se asocia el Orgullo con grandes desfiles y expresiones coloridas en el espacio público. Sin embargo, hay algo profundamente significativo en las formas cotidianas de orgullo: en ponerse una camiseta con los colores del arcoíris, en entrar en una pista de atletismo sin ocultar quién eres, en jugar un partido sabiendo que no tienes que explicar tu historia a nadie. Esa normalización es, en sí misma, una forma de resistencia.

Yami lo expresa con claridad: "Lo mejor es que, poco a poco, mucha gente empieza a verse y sentirse capaz, valorada, parte de algo". Esa capacidad de reconstrucción no nace del esfuerzo individual, sino del entorno. No es la voluntad de una sola persona, sino la suma de muchas presencias que crean el clima emocional necesario para florecer.

Y Yami añade algo importante: "Este torneo es especial, porque lo celebramos y lo compartimos con muchísima gente. Es un momento para visibilizar todo lo que construimos durante el año, y hacerlo además desde la alegría, desde el juego y el encuentro". Esa visión rompe con el imaginario de que la lucha es siempre dura, dolorosa o solemne. También se puede luchar bailando, sudando, corriendo al lado de otras personas que comparten la misma esperanza.

Aprender a confiar otra vez

Una de las heridas más frecuentes que arrastran muchas personas del colectivo LGTBIQ+ tiene que ver con la confianza. Con haberla perdido en el colegio, en la familia o en equipos anteriores donde el juicio pesaba más que el juego. Por eso, cuando alguien se atreve a entrenar por primera vez, no está empezando solo una actividad física. Está intentando recuperar algo que perdió: la posibilidad de jugar sin miedo.

"Que nunca es tarde para sanar los miedos", afirma Ramón. "Solo hay que encontrar un espacio seguro donde ponernos frente a ellos y gente a nuestro lado que nos apoye". Esa frase resume el corazón de lo que sucede en GMadrid Sports y en los Juegos del Orgullo. No se exige explicaciones, no se mide el pasado. Se acoge el presente y se celebra el deseo de estar.

Cuando pienso en mi propio recorrido, desde aquel primer entrenamiento con vergüenza hasta cruzar metas con alegría, entiendo que no fue solo un proceso de mejora física. Fue una reconstrucción interna, una reconciliación con mi cuerpo, con mi historia y con la posibilidad de habitar espacios sin miedo. Y eso, en un mundo donde tantas veces nos piden callar o escondernos, es una forma de libertad.

La herencia de lo vivido

Lo que se construye en los Juegos del Orgullo no desaparece cuando termina el evento. Lo aprendido, lo sentido, lo compartido, queda dentro. Es una experiencia que marca una diferencia en la forma en la que habitamos nuestros cuerpos y nuestras relaciones. Quien ha entrenado en un entorno de respeto y diversidad, lleva consigo otra forma de vincularse con el ejercicio, con su comunidad, con el mundo.

En mi caso, me acompaña la certeza de que siempre hay una primera vez. Que empezar a correr a cualquier edad, sin importar el estado de forma o la experiencia previa, es posible cuando se hace rodeado de personas que no te exigen, sino que te celebran. Cada meta cruzada no fue una victoria atlética, sino un gesto de reconciliación con un pasado que decía que no era suficiente.

Lo más valioso de estos espacios no es el nivel de organización ni la magnitud de los torneos, sino la forma en la que se siente quien entra por primera vez. "Es un orgullo, y nunca mejor dicho", nos dice Yami. Y es que el orgullo no está solo en las banderas ni en las consignas: está en el gesto cotidiano de no esconderse.

El futuro que se entrena

Cada edición de los Juegos del Orgullo es también una apuesta por lo que podría ser. Por una sociedad donde nadie se quede fuera por su identidad, por su historia o por su forma de moverse. Cada equipo que entrena sin prejuicios es un ensayo de un mundo más justo. Cada partido jugado con respeto es un recordatorio de que otra forma de convivir es posible.

Ramón lo resume así: "La comunidad LGTBIQ+ participa de todo tipo de ocio. Pretendemos romper estereotipos que se asocian a nuestras siglas y a cómo creen que nos relacionamos". Esa ruptura no es violenta; es luminosa. Y es contagiosa. Basta con ver la diversidad de personas que, sin importar su orientación o identidad, se acercan a participar, a colaborar, a sumar.

El deporte, cuando se hace con esta intención, deja de ser un fin en sí mismo y se convierte en una herramienta de transformación cultural. Se convierte en un espacio donde, en lugar de esconder las diferencias, se celebran. Y eso, en un mundo que tantas veces castiga la diferencia, es una revolución tranquila pero imparable.

El lugar donde todo empieza

A veces basta con una primera vez. Un primer entrenamiento, una primera carrera, una primera conversación en el vestuario. Ahí se enciende algo. Algo que dice "aquí sí puedes ser". Eso fue para mí GMadrid Sports, y eso son para tantas personas los Juegos del Orgullo.

Y como siempre digo, el problema nunca fue mi cuerpo, ni mi forma de correr, ni mi torpeza, solo me faltaba encontrar un sitio donde no tuviera que esconderme. Ese sitio existe. Lo construimos entre todas y todos, cada vez que nos miramos sin juicio y nos decimos: "te esperamos en la meta".

Lo que nadie ve cuando cruzas la meta

Podría parecer que todo gira en torno al día de la carrera o un partido, al momento exacto en que se escucha la cuenta atrás y empieza el movimiento. Pero en realidad, para muchas de las personas que participamos en los Juegos del Orgullo, ese instante es solo la superficie. Debajo hay meses, incluso años, de emociones acumuladas. Yo lo viví de forma intensa esta temporada.

Llegué al club con más dudas que certezas. Pensaba que no era "suficiente" para correr, que no estaría a la altura, que me señalarían por mi forma de moverme, por no tener un cuerpo normativo, por ir más lento. Tenía tan interiorizada la vergüenza, que me costaba incluso ponerme la camiseta para ir al entrenamiento. A veces, la inseguridad no se nota desde fuera, pero lo ocupa todo por dentro.

Cada entrenamiento fue una batalla pequeña, pero valiosa. No solo contra el cansancio físico, sino contra ese pensamiento que me decía: "no eres de aquí". Lo bonito fue que, sin darme cuenta, empecé a escuchar otras voces. Compañeras y compañeros que me decían "vamos" sin exigencia, que se quedaban a correr conmigo, que celebraban mis pequeños avances. Ese "estar con" fue lo que me permitió quedarme. Y al quedarme, algo dentro de mí comenzó a cambiar.

Encontrar en el cuerpo un nuevo lenguaje

Hubo un día, tras uno de los entrenamientos más largos, en que me senté en el suelo, jadeando, con las piernas temblando. No había llegado al final como quería. Pero el entrenador se acercó y me dio la mano. "Bien hecho", dijo. Fue tan sencillo y tan fuerte a la vez. Me hizo pensar en cuántas veces en la vida había sentido que lo que hacía no era suficiente. Cuántas veces el esfuerzo se había invisibilizado porque no cumplía con la expectativa.

En ese gesto, en esa mano tendida, se abrió para mí una nueva forma de entender el cuerpo. No como un objeto que demostrará algo, sino como una casa que habitar. Empecé a correr no para ganar, sino para estar conmigo. Y empecé a hablarle a mi cuerpo con más compasión, menos juicio. Me descubrí cuidándome sin exigirme. Eso, que parece pequeño, fue una de las mayores transformaciones de mi vida reciente.

Como psicólogo, acompaño a muchas personas en procesos de autoconocimiento. Pero vivir en carne propia una experiencia tan directa de cambio me hizo recordar algo esencial: que la teoría se queda corta si no se encarna. Que el cuerpo no es un accesorio de la mente, sino un lugar donde también se puede escribir una nueva historia.

Cuando el camino recorrido cobra sentido

A medida que avanzo en este relato, no puedo evitar mirar atrás y recordar cada paso dado desde que entre por primera vez en GMadrid Sports. Empezar a correr no fue solo una decisión física, fue un gesto simbólico. Era abrirme a la posibilidad de habitar el deporte desde otro lugar, desde la vulnerabilidad, pero también desde la esperanza. Cada kilómetro ha sido, en mi caso, una declaración de existencia.

Lo que he vivido esta temporada me ha transformado. Llegué con la sensación de que mi cuerpo no encajaba, de que no había espacio para mi torpeza, para mis miedos. Y, sin embargo, poco a poco, entreno tras entreno, el grupo me fue demostrando lo contrario. Como suele decir Jose González, nuestro coordinador de running: "A veces las personas llegan con inseguridad, pero es bonito ver cómo se abren y conectan con otras personas conforme avanza la temporada".

Esa apertura no es espontánea. Se gesta en el acompañamiento, en los saludos antes de empezar a correr, en los ánimos cuando cuesta seguir el ritmo. Jose tiene una capacidad especial para percibir a quienes están quedando al margen, y lo dice sin vueltas: "Intentamos fijarnos si vemos alguien que está descolgado para plantear formas en que podamos integrarle". Gracias a ese cuidado de los coordinadores y de mis compañeres, pude sentirme parte desde el principio, aunque mis pies fueran los últimos en llegar.

Encontrar un lenguaje nuevo

Participar en las carreras fue para mí como aprender a hablar otro idioma. El lenguaje del cuerpo, del esfuerzo compartido, de la meta alcanzada. Y también el lenguaje del reconocimiento: cada vez que alguien me decía "¡lo hiciste!", yo sentía que ese "tú puedes" que tantas veces me faltó en la infancia, por fin llegaba.

Jose sabe bien lo que implica transformar esa historia: "Los clubes deportivos LGTBIQ+ nos proporcionan esa oportunidad que no tuvimos de hacer deporte en equipo sin miedos". Yo crecí convencido de que no servía para eso, que correr era para otros. Cada vez que me apuntaba a una carrera sentía la vieja vocecita diciéndome que no podría. Pero al lado tenía a Jose, a mis compañeros y compañeras, a la gente del club recordándome que esta vez no estaba solo.

"Hacer deporte me sienta bien, pero también en el club he hecho amistades con personas maravillosas", cuenta Jose. Esa frase la podría firmar también yo. Las conversaciones después del entrenamiento, los mensajes en los grupos de WhatsApp, las bromas y los planes que van surgiendo han sido, muchas veces, lo mejor del día. Y no porque todo sea perfecto, sino porque se siente verdadero.

Una cita con el Orgullo: 21 de junio

El próximo 21 de junio, Los Juegos del Orgullo reunirán de nuevo a cientos de personas en Madrid para celebrar, desde el deporte, la diversidad y la libertad. Cada sección de GMadrid Sports, desde voleibol hasta balonmano, pasando por natación, escalada, tenis, running y tantas otras, se unirá a este evento que ya se ha convertido en una referencia de inclusión, visibilidad y comunidad dentro y fuera del ámbito deportivo.

GMadrid Sports, como club LGTBIQ+, es mucho más que un espacio de entrenamiento. Es un proyecto político en el sentido más noble de la palabra: una apuesta por una sociedad donde cada quien pueda mostrarse sin miedo. Donde el deporte no sea una barrera, sino una puerta. Y Los Juegos del Orgullo son la expresión más visible, más alegre y más contundente de esa apuesta.

Este 21 de junio no solo competiremos. Nos encontraremos, nos reconoceremos, nos abrazaremos tras cada partido, cada carrera, cada acierto y cada error. Porque lo que celebramos es la posibilidad de estar. Y eso, ya lo sabemos, lo cambia todo.

* Ángel Rull, psicólogo.