Psicología
Esto es lo que el neurocientífico Jonathan Benito dice que nos va a cambiar la vida
El ser humano necesita conectar con otras personas

El poder de la amabilidad / 123RF


Ángel Rull
Ángel RullLicenciado en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid, con más de 10 años de experiencia en el ámbito de la Psicología Sanitaria, tanto en clínica con población general, como en hospitales, con patologías más severas. Desde 2017, trabajo diariamente con personas de diferentes edades y con una amplio abanico de problemas de manera online, rompiendo las barreras físicas de la terapia convencional.
En un mundo que corre, exige y compite, detenerse a observar cómo tratamos a las demás personas puede parecer irrelevante. Sin embargo, según el neurocientífico Jonathan Benito, la amabilidad como actitud cotidiana que a veces infravaloramos tiene un impacto más profundo del que imaginamos. No se trata solo de ser educadas o de evitar conflictos. Se trata de un cambio neurobiológico, relacional y social que empieza por gestos simples, pero sostenidos.
En su obra, Benito analiza cómo la amabilidad modifica nuestro cerebro, fortalece nuestras relaciones y reduce los niveles de estrés. Y, sobre todo, desmonta la idea de que ser amable es sinónimo de debilidad o sumisión. Desde la neurociencia, nos invita a ver esta actitud como una fuerza transformadora que puede cambiar no solo la forma en que vivimos, sino también cómo nos sentimos y nos vinculamos con el mundo.
La amabilidad como recurso evolutivo: mucho más que educación
Jonathan Benito parte de una base clara: la amabilidad no es un gesto accesorio, sino una herramienta clave para la supervivencia humana. Desde un enfoque neurobiológico, explica que el cerebro social se fortalece a través de comportamientos como el cuidado, la cooperación o la empatía. Es decir, estamos diseñados para relacionarnos, y hacerlo bien no solo beneficia a quienes nos rodean, sino a nosotras y nosotros mismos.
En culturas donde predomina la individualidad o la hiperproductividad, la amabilidad puede verse como un lujo o como una pérdida de tiempo. Pero Benito insiste en que es justo lo contrario: ser amable es una inversión emocional que reduce el estrés, mejora el estado de ánimo y genera una respuesta biológica protectora frente al desgaste. Esto ocurre porque cuando actuamos con generosidad o empatía, se activan neurotransmisores como la oxitocina, la serotonina o la dopamina, que refuerzan la conexión social y generan bienestar.
Además, el autor propone algo fundamental: la amabilidad no tiene que ver con decir siempre que sí o con reprimir lo que sentimos, sino con decidir cómo nos relacionamos incluso en contextos difíciles. Ser amable no significa evitar el conflicto, sino gestionarlo sin recurrir al desprecio o la violencia. Y eso tiene un impacto directo en nuestras redes neuronales, según demuestra con múltiples estudios citados en su libro.
Cómo afecta la amabilidad a nuestro cerebro, según la ciencia
Uno de los aspectos más interesantes del enfoque de Benito es cómo traduce en datos neurocientíficos algo que, durante años, se ha considerado simplemente una cualidad personal. A través de investigaciones en neuroimagen y análisis fisiológicos, demuestra que la práctica consciente de la amabilidad genera cambios reales y observables en el cerebro.
Por ejemplo, se ha visto que las personas que realizan actos de amabilidad de manera intencional presentan mayor activación en áreas vinculadas con la empatía, como la corteza prefrontal medial. También se ha observado una reducción en la actividad de la amígdala, la zona cerebral que se activa en situaciones de amenaza o miedo, lo que explica por qué quienes cultivan la amabilidad tienden a regular mejor sus emociones en momentos de estrés.
Además, Benito señala que ser amable no solo produce beneficios inmediatos, como una sensación de alivio o conexión, sino que genera una huella duradera en el sistema nervioso. A través de la plasticidad neuronal, el cerebro empieza a desarrollar rutas más eficientes para responder con calma, tolerancia y cooperación, en lugar de con reactividad o defensa.
Esto también tiene un efecto contagioso. Al interactuar con personas amables, nuestro cerebro tiende a sincronizarse emocionalmente y a reproducir comportamientos similares. Así, la amabilidad se convierte en una práctica expansiva que no se agota en un solo gesto, sino que impacta en redes sociales completas.
Cinco beneficios de la amabilidad que pueden transformar tu vida
Jonathan Benito no solo explica por qué la amabilidad funciona desde un punto de vista cerebral. También detalla, con ejemplos prácticos, cómo este cambio de actitud puede influir en distintas áreas de nuestra vida.
Estos son los cinco beneficios clave que el autor considera fundamentales:
1. Reduce los niveles de estrés crónico
La amabilidad activa el sistema nervioso parasimpático, favoreciendo estados de relajación y contrarrestando el exceso de cortisol en el cuerpo.
2. Mejora la calidad de nuestras relaciones
Al responder desde la empatía, se reducen los malentendidos y aumenta la sensación de conexión con quienes nos rodean.
3. Fortalece el sistema inmunológico
Al disminuir el estrés y mejorar el estado emocional, el cuerpo mantiene una respuesta inmunitaria más estable y eficiente.
4. Aumenta la autoestima
Ser amable con los demás refuerza nuestra percepción de valor interno y de coherencia entre lo que pensamos, sentimos y hacemos.
5. Favorece la resiliencia emocional
Las personas que cultivan la amabilidad tienen mayor capacidad para afrontar situaciones difíciles sin sentirse completamente desbordadas.
¿Por qué cuesta tanto ser amable cuando más se necesita?
Una de las preguntas más repetidas en el libro es por qué, si la amabilidad genera tantos beneficios, nos cuesta tanto aplicarla en ciertos momentos. Benito responde desde la biología evolutiva y la experiencia cotidiana: cuando estamos bajo presión, el sistema nervioso se activa en modo defensivo. Y en ese estado, lo habitual no es la apertura ni la empatía, sino la reactividad.
Esto explica por qué, en momentos de tensión, muchas personas reaccionan con sarcasmo, impaciencia o indiferencia. No porque no quieran ser amables, sino porque su sistema está operando en modo protección. Para revertir esto, Benito propone entrenar el “músculo de la amabilidad” en momentos neutros, cuando el cuerpo no está alterado. Así, el cerebro va generando una ruta alternativa que podrá activarse incluso en situaciones más difíciles.
También señala que muchas personas han asociado la amabilidad con debilidad por experiencias previas donde fueron juzgadas, ignoradas o heridas al mostrarse vulnerables. Por eso, practicarla puede implicar revisar viejos aprendizajes y asumir un riesgo emocional. Pero, como plantea el autor, no hay transformación real sin cierta incomodidad inicial.
En definitiva, ser amable no es un acto ingenuo, sino una práctica madura. No implica decir que todo está bien, sino responder con dignidad y respeto incluso cuando algo duele o cuesta. Y eso, desde la neurociencia, es un signo de evolución.
* Ángel Rull, psicólogo.
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