Psicología

"Me obsesionaba con la rutina perfecta hasta que un día exploté"

La autoexigencia se disfraza de organización

La obsesión con la rutina perfecta

La obsesión con la rutina perfecta / 123RF

Ángel Rull

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Durante meses, cada aspecto de mi vida estuvo medido, planificado y optimizado. Cada mañana comenzaba con la alarma a la misma hora, el desayuno exacto en calorías, la meditación de diez minutos y la lista de tareas detallada por bloques de tiempo. Lo que parecía un ejemplo de disciplina y constancia, en realidad escondía una trampa: la necesidad de controlar todo para sentir que yo también estaba "bien". Hasta que un día, sin avisar, el cuerpo y la mente dijeron basta.

Este texto no es solo una experiencia personal, sino una reflexión profesional desde la psicología sobre un fenómeno cada vez más extendido: la obsesión con las rutinas perfectas. En una sociedad que idealiza el control, la productividad y la autoexigencia, mantener una estructura rígida puede convertirse en una forma disfrazada de ansiedad, miedo y desconexión emocional. ¿Qué hay detrás de esa necesidad de seguir siempre el mismo orden? ¿Por qué sentimos culpa cuando nos saltamos una parte del plan? ¿Cómo saber si una rutina nos sostiene o nos encierra?

Cuando el autocuidado se convierte en un campo de batalla

Las rutinas nacen con una intención positiva. En muchas ocasiones, son una respuesta adaptativa frente al caos: organizar el día, marcar límites, crear hábitos que favorecen el bienestar. Sin embargo, lo que comienza como una herramienta útil puede terminar transformándose en una prisión invisible cuando se convierte en una exigencia inflexible. El problema no es la rutina en sí, sino la rigidez con la que la sostenemos.

Desde la psicología, observamos que muchas personas construyen rutinas para sentirse en control, especialmente cuando han vivido situaciones previas de inestabilidad emocional o trauma. El orden externo da una ilusión de seguridad interna. Pero si esta rutina se convierte en una norma que no admite variaciones, la persona empieza a organizar su autoestima y su bienestar en función de su capacidad de cumplimiento. Se exige estar bien todos los días, seguir el mismo horario, hacer ejercicio con la misma intensidad, cumplir con cada tarea sin excepción. El error, la pausa o el cambio se viven como un fallo personal.

Este tipo de funcionamiento, aunque esté revestido de etiquetas como “disciplina” o “autoestima”, puede esconder un fondo de angustia. El día que la rutina no se cumple, aparece el malestar, la frustración, el miedo a perder el control o incluso pensamientos autocríticos intensos. Y lo que comenzó como una forma de cuidarse, acaba siendo un nuevo mandato que encadena en lugar de liberar.

¿De dónde nace la obsesión por hacer todo perfecto?

En muchas historias de vida, la necesidad de control a través de rutinas está conectada con experiencias tempranas donde lo emocional fue inestable o poco validado. Si en algún momento la vida fue impredecible, caótica o desbordante, es posible que la persona haya aprendido a sentirse segura solo cuando tiene todo bajo control. Y una rutina rígida ofrece exactamente eso: una sensación de previsibilidad.

Además, vivimos en una cultura que premia la autoexigencia. Las redes sociales están llenas de vídeos sobre "la rutina de las 5 AM", "los hábitos de las personas exitosas" o "cómo organizar tu día para rendir al máximo". Esta narrativa crea una presión constante: si no tienes tu vida bajo control, si no madrugas, si no meditas, si no te alimentas de manera estricta, es que estás haciendo algo mal. Se instala la creencia de que solo a través del esfuerzo constante se puede llegar al equilibrio. Pero esta idea es engañosa.

En consulta, muchas personas expresan sentimientos de culpa cuando no pueden seguir sus rutinas, incluso por causas ajenas a su voluntad. Esta culpa no viene de una falta real, sino de un sistema interno que ha confundido estructura con valor personal. No es que la rutina esté fallando, es que han aprendido a vincular su valor como personas con su capacidad de "hacer bien las cosas".

Esta presión también tiene una dimensión de género. Las mujeres, por ejemplo, a menudo enfrentan mayores expectativas de organización, cuidado, productividad y apariencia. Cumplir con todo es una forma de evitar juicios externos y de sentirse válidas en contextos que constantemente exigen demostraciones de valía.

Señales de que tu rutina ha dejado de ser saludable

Buscar el equilibrio es legítimo. Desear un día estructurado, ordenado y predecible puede ser una necesidad emocional válida. Pero cuando ese deseo se convierte en una obsesión por la rutina perfecta, corremos el riesgo de perder lo más valioso: la conexión con nuestra propia flexibilidad, con el placer y con la posibilidad de improvisar en la vida.

Estas son algunas señales que indican que una rutina está dejando de ser un apoyo para convertirse en una carga emocional:

1. Experimentas ansiedad o malestar cuando no puedes seguir la rutina al pie de la letra

Saltarte una parte del plan te genera angustia, culpa o sensación de fracaso.

2. Planificas excesivamente cada parte de tu día, sin dejar espacio para la espontaneidad

La idea de improvisar o cambiar de planes te resulta incómoda o te bloquea.

3. Tu estado de ánimo depende directamente de si cumpliste o no con tu rutina

Si lo hiciste, te sientes bien; si no, te castigas con pensamientos negativos.

4. Utilizas la rutina para evitar sentir

Cuando aparece una emoción intensa, rediriges tu atención a las tareas o a la estructura del día para no conectar con lo que sientes.

5. Te cuesta descansar o darte permisos de flexibilidad sin sentir culpa

El ocio, el descanso o incluso no hacer nada te parecen una pérdida de tiempo o una muestra de debilidad.

6. Sientes que has perdido conexión con el placer

La rutina está tan automatizada que ya no recuerdas por qué empezaste a hacer ciertas cosas, solo las repites.

7. Te comparas constantemente con otras personas que parecen tener una rutina aún más exigente

Crees que siempre podrías hacer más o que te falta disciplina.

8. Comentarios de personas cercanas

Te han señalado que estás demasiado rígido o irritable cuando algo se sale del plan.

9. Sufres molestias físicas relacionadas con el estrés

Dolores musculares, insomnio, fatiga crónica, y las atribuyes a no estar siendo suficientemente eficaz.

10. Tienes miedo de parar

Sientes que, si dejas de cumplir tu rutina, todo en tu vida se desmoronará o perderás tu valor.

La obsesión por hacer todo bien, por no fallar, por cumplir siempre, es una forma de protegernos de sentimientos más profundos. A veces, es el miedo al rechazo, a la incertidumbre, a no sentirse suficiente. Pero el control absoluto no nos protege del dolor: solo lo posterga.

Aceptar que la rutina puede romperse, que el cuerpo puede pedir descanso, que hay días donde no apetece seguir el plan, es una forma de salud. La verdadera fortaleza no está en cumplir siempre, sino en poder parar sin sentir que se derrumba todo.

Si alguna vez te has sentido atrapado en tu propia organización, recuerda esto: no estás fallando. Quizá lo que está fallando es la creencia de que tienes que ser perfecta o perfecto todo el tiempo. Y eso, en realidad, nunca fue necesario.

* Ángel Rull, psicólogo.